Anécdotas, Cuentos, Historias

miércoles, 29 de agosto de 2012

Trescientos toros cebados.


Treinta viajes de ganado.

Después de que el abuelo le  regalo a Toño las doce reses como premio por haber matado los chigüiros, él muy feliz los puso a pastar en un potrero que tenía el hato muy cerca de la casa principal; desde allí los podía ver todos los días, y  les ponía sal y todos los desperdicios que salían de la cocina, por  lo que esos animales se volvieron muy mansos y fáciles de manejar,  que los obreros hasta le rascaban los cojones.

Allí en el hato   había también muchos marranos   pero los abuelos  no permitían que los desperdicios de la cocina  se les diera como alimentación a estos cerdos,   porque ellos tenían toda la sabana llena de semillas de palma de moriche y con eso se alimentaban muy bien todos los días; es que la Pepa de palma de moriche es tan buena que los marranos se engordaban tanto que muchas veces  se morían por el camino  muy fatigados; entonces quedaban allí muertos y  del sol que les daba durante los dos o tres días hasta que se encontraban, les derretía toda la manteca a los pobres animales,  creo  que debían sufrir mucho en la  muerte por que con esa gordura y el sol derritiéndoles la manteca quedaban como fritos que ni siquiera los chulos ( Zamuros , Zopilotes) alcanzaban a ventarlos (verlos, olfatearlos) para comérselos de lo tostados que quedaban en esas sabanas ardientes.

Los marranos al igual que el ganado los buscábamos y embarcábamos  una vez al año para llevarlos al mercado; esa historia  la cuento después.

Por la razón anterior de la abundancia de comida en las sabanas, los desperdicios de la cocina me los dejaban utilizar para  ayudar a alimentar mis primeros 12 toros blancos , cebúes, y morrudos que el abuelo me  regalo.

Como   yo siempre he sido muy trabajador, rapidito, en menos que canta un gallo, antes de un año completé trescientas reses  y a todas  las puse en un solo  potrero para cuidarlas  de verdad  y enseñarles a esos que dicen llamarse ganaderos  como es que se engorda  el ganado; como los últimos toros, eran bien salvajes, animales fieros  y mañosos, los junte con los primeros doce que tenía ya muy mansos, para que aprendieran a estar  en su portero y  en menos de una semana se volvieron todos mansos muy mansos, pero eso fue, porque yo les enseñé y se les acompaño con los primeros doce que me regalo el abuelo.

Estas trescientas reses las tuve allí solo 2 años, 4 meses  y cinco días, dándoles comida, yo les picaba  a diario y a  cada momento, caña, pasto, les daba sal  con melaza, desperdicio de la cocina,  yuca , plátano, malanga, arracacha, cidrón, ahuyama, frijol, calabaza, maíz,  de todo lo que encontrara y  a veces hasta carne que sobraba de las cacerías que hacíamos con frecuencia; y de sobremesa para la sed no tomaban agua  sino un guarapo bien preparado. 

A los dos años,  4 meses y 5 días, cuando me vi  un poco sin dinero, decidí vender este lote de ganado, para pagar  unos pocos centavos que debía, y sacar  para comprar más reses, o  ya en definitiva una finquita con ganado, que fuera mía; entonces programé la salida de mi lote de reses; en ese entonces  al llano solo bajaban unos pocos camiones a repartir líchigo y cerveza, y en el verano otros a llevar sal y a sacar ganado de las fincas; luego  hice cuentas tengo 300 toros gordos, a cada camión le caben 13  eso me daba   23 viajes de ganado, para que vayan más  o menos bien y no lleguen tan estropeados al matadero a Bogotá, conseguí los 23 camiones y llegaron todos al tiempo en caravana hasta el hato del abuelo.

Allí en la finca, todos pendientes  con mis toros porque eso si eran toros de verdad no como esos bichos a medio cebar que sacan en otras fincas, a pesar de que aun les faltaba tiempo de cuido, porque les debía faltar como   más o menos un añito más  de tiempo; pero que podía hacer  yo;  si en ese momento necesitaba el dinero.

Empezamos a embarcar, con los obreros,  mientras mi abuelo desde un caballo miraba como esas reses caminaban lentamente  para subirse al camión, a algunas debimos ayudarles por que no podían por su peso subir solas al camión. Y cuál fue la sorpresa pues que no alcanzaron las trece reses que tenia calculado  en cada camión solo  alcanzaron a entrar 10 y eso bien apretadas, es que el peso de esos animales era muy bueno, según mis cálculos y yo soy bueno para  calcular y como conozco mi tipo de engorde, cada animal debía estar pesando  entre unos  597 kilos y medio a unos a  unos 600 kilos y medio como mínimo.

Como no me alcanzaban los camiones, mande a un muchacho a conseguir 7  camiones más para poder llevar todo el lote de ganado en una sola caravana hasta Bogotá y hacer un solo negocio.

El muchacho  se fue muy rápido a caballo  a buscar los camiones, pero no encontró  sino 4  camiones sencillos  para 10 reses cada uno y 2 doble troque (camión de dos ejes) para subir las ultimas treinta reses.

Para los dos doble troque,dejamos los animales mas gordos y pesados; por que uno no sabe si por la espera, se pueden fatigar, cansar y tal vez morir alli  bajo ese sol; asi que  a cada camión,le subimos 15 reses; y ahí si fue que todos quedaron jetiabiertos (con la boca abierta),las 30 reses no se pudieron subir caminando solas al camión,entonces tuve que poner 5 obreros para que las amarraran y las halaran y empujaran dentro del camión; es que ese lote si era de verdad muy bueno pero muy bueno; esos animales estaban entre los 722 kilos y medio a los 798 kilos y medio de peso cada uno según mis cálculos y yo en eso no fallo.





Todos  los obreros, los camioneros, los abuelos, los tíos, los sobrinos y unos cuantos vecinos hacían corrillo viéndonos trabajar hacer fuerza y sudar, para poder subir esos animales a los camiones,  todos admiraban el tipo de ceba y la gordura de los animales, entonces me preguntaban a cada rato como   hacía para engordar ganado asi de rápido; yo no les quise decir nada,  y los deje con la duda hasta el día de  hoy.

Salimos del hato un viernes y llegamos a Bogotá  el lunes  a las 1 de la mañana, y  en menos de media hora llegaron los compradores, todos querían comprarme mi ganado, para ello me ofrecieron por encima del mejor precio  del momento $297,50 más  por cada kilo y yo acepte por que como estaba necesitado de dinero  y además como las reses estaban muy cansadas por el viaje, tenía que hacerlo rápidamente;entonces, el negocio se hizo, y  empezamos a bajar el ganado para llevarlo a la bascula, y  otra sorpresa cuando entro  el primer lote, el dial de la báscula se paso,  porque la bascula  de ese entonces no alcanzaba para soportar el peso de esos  animales tan lindos y gordos, entonces  tuvimos que negociar  todas las 300 reses al OJO. (al cálculo aproximado)

Quince años después Toño se encontró con el comprador  y  a este, jamás se le olvido ese lote de ganado que le vendió en aquella ocasión cuando Toño empezó a cebar sus primeras trescientas reses; en ese encuentro, le comento que el cálculo del peso que  le había dado a cada animal de rendimiento de carne en canal, solo había fallado en unos pocos gramos y es que en eso de calcular el peso del ganado al ojo, Toño fue el mejor de toda la inmensa llanura Colombiana.


Gracias a la colaboración de algunos amigos de Miraflores.

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