Anécdotas, Cuentos, Historias

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jueves, 30 de agosto de 2012

Las Marranas Lecheras


120 Marranas Lecheras.

Toño, desde niño fue una persona muy precoz e inteligente;  lo que sumado a las enseñanzas de su abuelo, logro desarrollar capacidades únicas en su género y en su medio que le permito  vivir  muchas aventuras durante su vida, que luego pudo contar a varias generaciones mientras tomaba tinto en las cafeterías de su pueblo.
Los abuelos  de Toño en Santa Helena

Uno de los tantos días en  que Toño paseaba por las sabanas del hato Santa Helena; en su caballo cuarto de milla,   diviso a la distancia un montón de animales que le parecieron raros; lentamente se fue acercando y encontró que eran los cerdos salvajes que vivían en el hato  y que se alimentaban con las semillas de las palmas de moriche.

Estos cerdos que pertenecían a Santa Helena eran miles y su carne servía para alimentar a  toda la familia, a los obreros,  a los vecinos del hato, a los güios, a los caimanes y hasta los chulos ( Zamuros o zopilotes); pero como su abuelo era un viejo rico que  solo vivía del ganado, no le ponía interés a esta otra riqueza que había allí  en la llanura de su hato, ya que solo eran cazados para el consumo doméstico. Pero Toño hombre sagaz  e inteligente, si vio el billete donde no lo veía nadie más; desde ese mismo día en que vio a los cerdos comiendo semillas de palma de moriche en las sabanas del hato Santa Helena.

Cuando Toño llego cerca a donde los cerdos  se alimentaban; conto en menos de una hora más de 1375 animales  todos gordos  listos para el sacrificio; entonces  regreso a la casa para pensar bien qué hacer  para proceder a la cacería, de los mismos  y embarcarlos como se embarca el ganado hacia la capital.

Cuando llego a la casa se apeo de su caballo cuarto de milla,  se sentó bien acomodado sobre una de las sillas que habían en el ranchón de paja, en donde se guardaban  todos los aperos que se usaban para las faenas del llano, mientras su abuela Catalina, a paso lento le  llevaba una gran taza esmaltada  llena de café cerrero  (café negro fuerte, amargo y sin endulzar) de esos que  toman los hombres en el llano.

Mientras se tomaba su café, no dejaba de pensar en los miles de cerdos que se alimentaban en las sabanas del hato y  de los muchos otros que  morían por su gordura extrema, fatigados y achicharrados (Quemados, deshidratados) por el  intenso sol que derretía la manteca de los mismos mientras agonizaban y morían.

En menos de media hora encontró la solución; al siguiente día saldría  muy a las tres de la mañana con 12 vaqueros experimentados a darles cacería a los chanchos o cari bajitos, allí mismo en donde los había visto pastar.

Siendo las dos de la mañana se despertó y llamó a los vaqueros, aperaron los caballos, tomaron tinto cerrero acompañado de un aguardiente doble y partieron rumbo al lugar indicado previa bendición de la abuela Catalina y la mirada atónita del abuelo.

Al lugar llegaron aclarando el día;  y  sin pensar mucho, ordeno a los obreros  construir un corral   muy grande de madera verde  y bejucos que sirviera para encerrar la mayor cantidad de cerdos salvajes.

En dos horas tenían el corral hecho y  salieron todos los vaqueros guiados por Toño a  buscar sus presas y a hacer la encerrona. Como a la media hora  uno de los vaqueros vio  la manada de cerdos y aviso a Toño; el cual impartió instrucciones.

Los jinetes  con sus corceles y sus rejos lentamente se acercaron a la manada de cerdos, y los fueron encerrando y arreando lentamente hacia el  improvisado corral hecho con  madera y bejucos, en esa labor  pasaron más de 5 horas, los cerdos al verse bien rodeados no podían escapar, sin embargo; unos dos, o máximo tres se desviaron de la manada por lo que inmediatamente Toño descolgó  de la montura su largo y engrasado rejo,  y con  un ágil y rápido  movimiento los amarro a la  distancia; y los obligo a quedarse  todos juntos caminando.

La caminata fue lenta hacia el corral por que al estar tan gordos estos animales,  más el  fuerte sol podían morir fatigados; menos mal eso no ocurrió ese día; precisamente por  la inteligencia, la habilidad y la  adecuada dirección de Toño.

Ya en horas de la tarde, como  a eso de las seis  y media; lograron encerrar  2378 cerdos en total entre  machos y hembras, adultos y crías; los cuales dejaron allí encerrados esa noche  con 5 cuidadores mientras resolvían  como llevarlos a los camiones que esperaban para  llevarlos con destino a la capital.

Como era riesgoso llevar a la manada caminando hasta los corrales del hato; decidieron amarrar los cerdos uno por uno  y ponerlos dentro de una canoa y llevarlos rio arriba hasta un lugar en donde había un embarcadero viejo sobre la orilla del rio.

Asi se hizo; pero como solo disponían de 6 canoas,  para este trabajo; debieron estar en ello tres semanas, todos los días y todo el día con los 12  vaqueros, amarrando cerdos, subiéndolos a la canoa, bajándolos de la canoa, poniéndolos en el corral y soltándolos nuevamente de sus patas  y manos.

En todo este tiempo, por el inclemente sol, y las largas jornadas;  se parieron muchas  marranas esos animales tenían hasta 20 marranos en cada parto y  por supuesto, muchas de ellas se murieron en el intento; por lo que quedaban muchos lechones sin madre. Para evitar toda esta pérdida de lechones;  hicimos en un día otro corral y seleccionamos 120  de las mejores marranas que estaban paridas  y les pusimos  a cada una de a 5 y 6 lechones para que los amamantaran; así pudimos salvar a mas de 600 lechones que habían perdido a sus madres  ya que  teníamos a las 120 marranas lecheras que adoptaron a todos los huérfanos que quedaron después de esta gran cacería de cerdos salvajes en  el hato de Santa Helena propiedad de mi abuelo.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Trescientos toros cebados.


Treinta viajes de ganado.

Después de que el abuelo le  regalo a Toño las doce reses como premio por haber matado los chigüiros, él muy feliz los puso a pastar en un potrero que tenía el hato muy cerca de la casa principal; desde allí los podía ver todos los días, y  les ponía sal y todos los desperdicios que salían de la cocina, por  lo que esos animales se volvieron muy mansos y fáciles de manejar,  que los obreros hasta le rascaban los cojones.

Allí en el hato   había también muchos marranos   pero los abuelos  no permitían que los desperdicios de la cocina  se les diera como alimentación a estos cerdos,   porque ellos tenían toda la sabana llena de semillas de palma de moriche y con eso se alimentaban muy bien todos los días; es que la Pepa de palma de moriche es tan buena que los marranos se engordaban tanto que muchas veces  se morían por el camino  muy fatigados; entonces quedaban allí muertos y  del sol que les daba durante los dos o tres días hasta que se encontraban, les derretía toda la manteca a los pobres animales,  creo  que debían sufrir mucho en la  muerte por que con esa gordura y el sol derritiéndoles la manteca quedaban como fritos que ni siquiera los chulos ( Zamuros , Zopilotes) alcanzaban a ventarlos (verlos, olfatearlos) para comérselos de lo tostados que quedaban en esas sabanas ardientes.

Los marranos al igual que el ganado los buscábamos y embarcábamos  una vez al año para llevarlos al mercado; esa historia  la cuento después.

Por la razón anterior de la abundancia de comida en las sabanas, los desperdicios de la cocina me los dejaban utilizar para  ayudar a alimentar mis primeros 12 toros blancos , cebúes, y morrudos que el abuelo me  regalo.

Como   yo siempre he sido muy trabajador, rapidito, en menos que canta un gallo, antes de un año completé trescientas reses  y a todas  las puse en un solo  potrero para cuidarlas  de verdad  y enseñarles a esos que dicen llamarse ganaderos  como es que se engorda  el ganado; como los últimos toros, eran bien salvajes, animales fieros  y mañosos, los junte con los primeros doce que tenía ya muy mansos, para que aprendieran a estar  en su portero y  en menos de una semana se volvieron todos mansos muy mansos, pero eso fue, porque yo les enseñé y se les acompaño con los primeros doce que me regalo el abuelo.

Estas trescientas reses las tuve allí solo 2 años, 4 meses  y cinco días, dándoles comida, yo les picaba  a diario y a  cada momento, caña, pasto, les daba sal  con melaza, desperdicio de la cocina,  yuca , plátano, malanga, arracacha, cidrón, ahuyama, frijol, calabaza, maíz,  de todo lo que encontrara y  a veces hasta carne que sobraba de las cacerías que hacíamos con frecuencia; y de sobremesa para la sed no tomaban agua  sino un guarapo bien preparado. 

A los dos años,  4 meses y 5 días, cuando me vi  un poco sin dinero, decidí vender este lote de ganado, para pagar  unos pocos centavos que debía, y sacar  para comprar más reses, o  ya en definitiva una finquita con ganado, que fuera mía; entonces programé la salida de mi lote de reses; en ese entonces  al llano solo bajaban unos pocos camiones a repartir líchigo y cerveza, y en el verano otros a llevar sal y a sacar ganado de las fincas; luego  hice cuentas tengo 300 toros gordos, a cada camión le caben 13  eso me daba   23 viajes de ganado, para que vayan más  o menos bien y no lleguen tan estropeados al matadero a Bogotá, conseguí los 23 camiones y llegaron todos al tiempo en caravana hasta el hato del abuelo.

Allí en la finca, todos pendientes  con mis toros porque eso si eran toros de verdad no como esos bichos a medio cebar que sacan en otras fincas, a pesar de que aun les faltaba tiempo de cuido, porque les debía faltar como   más o menos un añito más  de tiempo; pero que podía hacer  yo;  si en ese momento necesitaba el dinero.

Empezamos a embarcar, con los obreros,  mientras mi abuelo desde un caballo miraba como esas reses caminaban lentamente  para subirse al camión, a algunas debimos ayudarles por que no podían por su peso subir solas al camión. Y cuál fue la sorpresa pues que no alcanzaron las trece reses que tenia calculado  en cada camión solo  alcanzaron a entrar 10 y eso bien apretadas, es que el peso de esos animales era muy bueno, según mis cálculos y yo soy bueno para  calcular y como conozco mi tipo de engorde, cada animal debía estar pesando  entre unos  597 kilos y medio a unos a  unos 600 kilos y medio como mínimo.

Como no me alcanzaban los camiones, mande a un muchacho a conseguir 7  camiones más para poder llevar todo el lote de ganado en una sola caravana hasta Bogotá y hacer un solo negocio.

El muchacho  se fue muy rápido a caballo  a buscar los camiones, pero no encontró  sino 4  camiones sencillos  para 10 reses cada uno y 2 doble troque (camión de dos ejes) para subir las ultimas treinta reses.

Para los dos doble troque,dejamos los animales mas gordos y pesados; por que uno no sabe si por la espera, se pueden fatigar, cansar y tal vez morir alli  bajo ese sol; asi que  a cada camión,le subimos 15 reses; y ahí si fue que todos quedaron jetiabiertos (con la boca abierta),las 30 reses no se pudieron subir caminando solas al camión,entonces tuve que poner 5 obreros para que las amarraran y las halaran y empujaran dentro del camión; es que ese lote si era de verdad muy bueno pero muy bueno; esos animales estaban entre los 722 kilos y medio a los 798 kilos y medio de peso cada uno según mis cálculos y yo en eso no fallo.





Todos  los obreros, los camioneros, los abuelos, los tíos, los sobrinos y unos cuantos vecinos hacían corrillo viéndonos trabajar hacer fuerza y sudar, para poder subir esos animales a los camiones,  todos admiraban el tipo de ceba y la gordura de los animales, entonces me preguntaban a cada rato como   hacía para engordar ganado asi de rápido; yo no les quise decir nada,  y los deje con la duda hasta el día de  hoy.

Salimos del hato un viernes y llegamos a Bogotá  el lunes  a las 1 de la mañana, y  en menos de media hora llegaron los compradores, todos querían comprarme mi ganado, para ello me ofrecieron por encima del mejor precio  del momento $297,50 más  por cada kilo y yo acepte por que como estaba necesitado de dinero  y además como las reses estaban muy cansadas por el viaje, tenía que hacerlo rápidamente;entonces, el negocio se hizo, y  empezamos a bajar el ganado para llevarlo a la bascula, y  otra sorpresa cuando entro  el primer lote, el dial de la báscula se paso,  porque la bascula  de ese entonces no alcanzaba para soportar el peso de esos  animales tan lindos y gordos, entonces  tuvimos que negociar  todas las 300 reses al OJO. (al cálculo aproximado)

Quince años después Toño se encontró con el comprador  y  a este, jamás se le olvido ese lote de ganado que le vendió en aquella ocasión cuando Toño empezó a cebar sus primeras trescientas reses; en ese encuentro, le comento que el cálculo del peso que  le había dado a cada animal de rendimiento de carne en canal, solo había fallado en unos pocos gramos y es que en eso de calcular el peso del ganado al ojo, Toño fue el mejor de toda la inmensa llanura Colombiana.


Gracias a la colaboración de algunos amigos de Miraflores.