Anécdotas, Cuentos, Historias

miércoles, 22 de abril de 2015

EXTRAÑA VISIÓN

Un escrito de Julio Roberto Pinzón Moreno

I
PREÁMBULO
                        “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones”.
Joel: 2- 28.


II
Fueron muchos y variados  los relatos  que en mi mente de niño se fueron grabando. Costumbre era de los mayores quedarse en la noches después de cenar para narrar cuentos tradicionales de reyes y princesas, del mañoso Pedro Arrimalas, de arriería, de faenas cotidianas  y de apariciones y espantos, entre otras historias, que me llevaban a soñar con ser el héroe que vencía el mal para casarse con la hija del rey. Más de una vez el temor a un fuetazo  me obligaba a enfrentar la temible oscuridad para buscar  solito  la cama y arroparme muy bien para no ver los espantos de las historias contadas. No quería perderme ningún cuento; Escuchaba con mucha atención arrunchado bajo la ruana de papá.

Estimados lectores: el relato que hoy dejo a su disposición fue repetido en muchas veladas y ante diferentes personas y diferentes tiempos  por mi padre Roberto Pinzón Alfonso,  quien afirmó con toda seriedad  haber tenido la  espeluznante visión en compañía de otras personas, la cual, según él, la contaba ateniéndose a la verdad, sin añadir ni quitar a lo visto y vivido en esa oscura noche de Diciembre de 1.936.

Según mi padre, junto con tres amigos de juventud tuvieron la aterradora visión estando  todos sobrios, en sus  cinco sentidos y sin estar enfermos ni bajo efectos de  fiebre y sin  haber ingerido guarapo u otra bebida alcohólica. No estaban padeciendo alguna de las enfermedades comunes de época como “las tres fiebres del infierno”;   estaban temblando  “ las fiebres y fríos”. Categóricamente mi padre aseguraba siempre: “lo que les cuento es la realidad, no tengo  porqué inventar mentiras”

Lo narrado por mi padre  sobre esa visión en Miraflores; hoy con la ayuda del SEÑOR, lo escribo haciendo el máximo esfuerzo  para ser fiel a la historia tal como él muchas veces la contó y siempre conservando fidelidad a la historia oída y las palabras con que el la narraba.

En palabras de Don Roberto, he aquí la historia:

Al salir de la función en el teatro municipal, los compañeros de siempre: Pablo Bautista Vivas, Tiberio Vivas, Guillermo Umaña Mendoza y yo, decidimos dar un a vuelta a ver que se veía por ahí; aclaro que éramos compañeros de andanzas y aventuras pero no de farras pues  nunca fuimos borrachos ni parranderos.  La noche era fría y amenazaba lluvia. La  planta eléctrica que había en el bosque era de poca fuerza y así  el alumbrado público  era muy   pobre. Las calles estaban muy oscuras y había algo de neblina que se veía a la escasa luz de los  bombillos. Dimos un rodeo por la plaza de mercado que cuando eso era donde hoy es el  parque, nos fuimos por la calle de arriba pasamos frente a tiendas famosas en esa época  como “EL Casino”, llegamos a “Palonegro”, donde estaban las  tiendas de guarapo de “Las Abrelias”  y “El Rubí”. Todo estaba cerrado y en las  calles no se movía un alma.

Llegamos a “El Ocobo” y nos regresamos hacia la municipal  por la calle de abajo. Pablo fue el primero en pasar el puente de vigas de madera sobre la quebrada “Menudera” que en ese tiempo era destapada y bajaba por entre espesos matorrales de “borracherrero”, rascadera “Zurca”, “madrejuan”  y algunas matas de plátano. 

Del  otro lado de la quebrada Pablo se devolvió corriendo y casi sin poder hablar nos hacía señas y señalando el lado del matadero con la mano derecha extendida nos decía: “miren lo que hay allá abajo”.

Mirábamos hacia en la dirección que nos indicaba el asustado compañero pero nada veíamos; creímos que  Pablo nos quería nos en sus acostumbradas chanzas nos quería asustar y sin darle credibilidad pasamos el puente, dimos algunos pasos y fue cuándo en la dirección  señalada vimos que  de la nada aparecía y  se reunía una gran cantidad de gente; era como un tumulto  de mujeres, hombres y niños, con ropas de diferentes colores, unos de pie y otros sentados, parecía la  plaza en día de  mercado; los reunidos permanecían en el mismo  lugar pero movían las manos como  discutiendo; no se percibían sonidos. De repente también de la nada aparecía un hombre muy alto con ropa oscura y  con un largo abrigo o un sobretodo negro  puesto, tenía   sombrero negro de ala grande , botas hasta las rodillas, negras y brillantes; El espanto fue grande, quedamos quietos como estatuas, petrificados; No se en que momento decidimos hablar pero fue Guillermo Umaña el primero en romper el silencio. Hablando en plata blanca don Guillermo, si era un hombre macho de verdad, no le  temblaban los pantalones para nada.

 El hombre de la visión  estaba armado con  algo así como un hacha o una almádana de gran tamaño. Ese hombre  era  mucho  más alto que el resto de la gente y  con ambas manos levantaba por encima de la cabeza la enorme arma  y la   descargaba con mucha fuerza sobre la  multitud; era como si estuviera rajando leña o picando piedra. Así dando golpes sin descanso golpes  muy rápidos avanzaba hasta hacer desaparecer el gentío;  junto con las gentes desaparecía también azotador.

Al terminar la escena, como que todo volvía a ser normal, veíamos un bombillo de poca luz  que alumbraba sobre el andén de “EL Infierno”, que era como se conocía un famoso establecimiento de comercio  de guarapo y miel, por muchos años de propiedad de la señora Columna, el cual quedaba muy cerca de la entrada del matadero.


No puedo  decir cuanto tiempo duraba esta visión pero la misma escena sin cambio alguno se  repitió por tres veces con intervalos como de un minuto entre una y otra. En cada interrupción de la escena apenas quedábamos viendo el bombillo encendido en el andén de la casa de  doña Columna a así,   luego de unos pocos minutos empezaba a disminuir la luz hasta que  iniciaba  la siguiente escena.

Para mi el terror fue grande mirando desde la oscuridad eso que parecía ser una película,  la lengua se trabó, sentía cosquilleo en la cabeza y flojera en las corvas.  

Aunque todos teníamos miedo,  Guillermo nos daba ánimo  y  discutíamos   sin ponernos de acuerdo sobre el sitio  donde aquello estaba sucediendo. Pablo Bautista y Tiberio Vivas aseguraban que era en el matadero; Guillermo Umaña  y yo nos afirmamos en que la visión  era frente al “Infierno” y  argumentábamos que por eso el bombillo dejaba de verse en cada escena. En lo que sí  coincidimos fue en que el hombre que  azotaba a la aglomeración, por su corpulencia y estatura semejaba ser  don Manuel Galindo uno de los tradicionales matarifes de ganado de ese tiempo cuando la carne se vendía en el mismo matadero puesta sobre grandes mesas. Días después llegamos a la conclusión de que el hombre de la visión era de un tamaño mucho mayor que cualquiera de los hombres que conocíamos en el pueblo.

Pasada la tercera escena y como no se volvió a repetir ni se vio nada más nos envalentonamos y  encabezados por Guillermo decidimos  ir hasta el lugar donde creíamos se presentó el espectáculo;  al llegar a la esquina de la calle que baja para el matadero Pablo Bautista Y Tiberio Vivas se devolvieron y cogieron para su casa sin  pronunciar palabra alguna. Guillermo Umaña y yo bajamos por la barrialosa calle del matadero, estuvimos al frente del Infierno, vimos bien  el bombillo que alumbraba el andén de la casa de la señora Columna y entramos al matadero. La luz de dos bombillos de poca capacidad dejaban ver unas mesas de expender la carne y cuatro reses  amarradas, listas  para matar en la madrugada.

En silencio dimos varias vueltas por el lugar sin encontrar rastro alguno de lo que habíamos visto, sin ver y sin oír algo extraño aparte del aullar de  perros que comenzó casi al mismo tiempo que terminó la visión regresamos para ir cada uno a su casa.

Por la hora  en que salimos de la película y lo que nos demoramos por ahí andando, calculamos días después entre los cuatro amigos,  que la visión ocurrió a eso de las diez de la noche. Por ser sábado la planta eléctrica estaba encendida toda la noche; en los otros días de la semana la luz se apagaba a las diez en punto.

Aunque contamos la historia durante buen tiempo y preguntamos a mucha gente vecinos del 
lugar y de otras partes, nadie vio lo que nosotros vimos ni antes ni después de aquella espeluznante noche.

A través de los años, innumerables  veces me he preguntado porqué tuve que ser algo así como testigo de excepción al  oír  de boca de mi padre esta historia que él aseguró ser completamente cierta. Porqué esta narración no se ha borrado de mi mente y porqué cada vez fue mayor  el deseo de escribirla y darla a conocer. Más aún me ha intrigado el sugestivo nombre de la tienda frente a la cual probablemente tuvo lugar el suceso mostrado a los cuatro jóvenes.

En busca de respuestas mi imaginación me ha llevado a relacionar  la visión con una premonición que tendría que ver con el devenir histórico de los siguientes años: Segunda guerra mundial con las relucientes botas nazis desapareciendo pueblos enteros. Violencia partidista en mi patria; la bota militar pisoteado y quemando pueblos sementeras y animales. Miraflores y toda la región del Lengupá cruelmente azotadas  por aquella guerra sin sentido.
También esta inquieta imaginación me ha  hecho divagar sobre el futuro que esperaba a quienes fue mostrada la visión:

Con los sucesos del fatídico 9 de abril de 1.948 y la  persecución a muerte desatada  contra los liberales,  Pablo Bautista se convirtió en  comandante revolucionario en rebelión contra el gobierno de turno; traicionado por algunos de sus  compañeros de lucha  murió asesinado lejos de su tierra natal.  Guillermo Umaña uno de los primeros que en Miraflores con fusil en mano opuso resistencia a los “chulavitas”  huyó  hacia Bogotá de donde arreglado el tiempo  regresó  y se estableció como comerciante; años después, a finales de la década de los sesenta   fue muerto  violentamente en una confusa pelea en la cual ya herido logró dar muerte a su agresor.  Roberto Pinzón con su mujer y dos hijos tuvo que esconderse  por cinco años en la montaña,  en una cueva  al pie de la laguna “Tierra Blanca” en el  Municipio de Zetaquira; arreglado el tiempo regresó a Miraflores y vivió  en “La Frontera”, casa de la familia, luego se estableció en el sector rural; murió en 1994 a la edad de 82 años.



De Tiberio Vivas nunca se volvió a saber; lo desapareció la violencia.

JULIO ROBERTO PINZÓN MORENO

Abril de 2015.