Anécdotas, Cuentos, Historias

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Mieles de mi tierra.

Mieles  de mi  tierra.
Un cuento escrito por Julio Roberto Pinzón Moreno.


Fot: Ligia Ballesteros, Miriam Vargas.


Entre oscuro y claro llegaron a “La Bavaria” cuatro cargas de miel a lomo de buey, venían de la vega, de las enramadas de don Aurelio Peña. Doña Rosa mandó  darle guarapo a los arrieros;  le sirvieron a cada uno su totumada del más fuerte y les repitieron la bebida, mientras varios de los clientes y arrimados de la tienda  bajaron las cargas, de a dos zurrones cada una; pesaron cada zurrón y le dieron el dato a doña  Rosa, la patrona quien metiendo al seno sacó la abultada bolsa de tela que colgaba al cuello sujetada por cordón e hizo el pago con morrocotas de cincuenta centavos y algunos nicles de menor valor. Esta mujer era  para unos “Doña Rosa”, la patrona,  para peones y  arrimados, Rosita para los del pueblo y suegra para los más atrevidos.
Echar la miel en la  pipa grande , escurrir en ella los zurrones, lavarlos,  y echar la “juagadura” para  rendir la miel  del guarapo del  día siguiente  era tarea y responsabilidad absoluta de un tal Aurelio Moreno. Nadie se explica porqué esa tarde el  “Juan Cortico”, se encargó   de esa labor sin nadie mandarlo y esto  lo mantuvo ocupado hasta bien entrada la noche descuidando la costumbre de ayudar y cuidar a la cajera en las horas de mayor congestión.
 “Para esa época “La Bavaria”, famosa tienda de guarapo en  el camino a Garagoa estaba en su mayor apogeo; guarapo para todos los gustos, piquete para los doctores y señores del pueblo, posada para los viajeros y  “borrachitos” que se dejaban coger la noche; allí se tomaba el mejor guarapo de la larga jornada entre Miraflores y Garagoa; el más fermentado hervía desde el día anterior en ollas de barro y barriles de madera, mientras “el dulce” y “el señoritero” se revolvía en  vasijas que no fueran fermentadoras  y con muy  poca “supia”  para que no se pasara de tomar. De la Bavaria nunca se oyó decir que le revolvieran el guarapo con  calzones de mujer  para amarrar a los clientes; sí corría la bola que la patrona  compraba unas pastas que le echaba a la miel y que con solo media fermentaba una carga. De ahí el tan emborrachador y preferido  guarapo de este negocio. Esa tienda era la primera en el viaje  Miraflores – Garagoa,  más   quedaban  otras ventas como ¨Punticos”, y “Sucuncuca”;  ya en tierras de Garagoa quedaba “La Balvanera” , “El Juncual” y los “Balcones” ; sin embargo  nada mejor que el guarapo de Miraflores y mucho mejor siendo de la Bavaria. Mucho más gustador si lo  servía Clemita, la hermosa niña hija de la patrona. Ninguna tan güena moza como ella a decir de quienes la conocieron en edad casamentera.
La  tienda siempre estaba llena de bebedores de guarapo, entre los que se contaban los borrachos de siempre, peones, arrieros de animales de carga y de ganado, viajeros, negociantes y ayudantes ocasionales y “arrimaos”. El comercio con Garagoa y Guateque se movía mucho.
Ese miércoles de finales de enero hubo más trajín que de costumbre porque el viernes serían vísperas de  fiestas  en Garagoa; El camino parecía una procesión de Viernes Santo;  esa tarde le cupo a la pipa toda la miel encargada desde la madrugada del sábado anterior; Los sábados tenía lugar el tradicional mercado de la miel en Miraflores. La  pipa tenía más de dos metros de alta y de ancha no la alcanzaban a abrazar  cuatro hombres cogidos por  las manos; era necesario colocar una escalera para echar o sacar miel; la tapa también, como el inmenso barril estaba hecha de astillas de madera y suncho,  era liviana, apenas se corría un poco para poder usar la vasija y la podía manipular una sola persona.
En el dormitorio de Clemita, estaba el  depósito de miel. En el centro sobresalía la  espaciosa pipa rodeada de otras  vasijas pequeñas aptas para contener  el dulce y espeso líquido; entre estas había  calabazos, ollas de barro, pozuelos en madera y  zurrones de cuero. Al fondo, pegada a la pared estaba la cama de la muchacha.
 Clemita, la buena moza, era por entonces la atracción especial de aquel lugar y de ella se hablaba en todas partes menos en la tienda donde ella  muy juiciosa, se ocupaba en  labores de la casa y como “cajera”; también correspondía con su hermosa sonrisa a  las bromas maliciosas de los señores del pueblo y se ponía muy seria cuando algún borracho del común quería propasarse. Una vez le puso una totumada de guarapo en la cara al Alcalde Eliecer Ramírez  porque intentó tocarle la mejilla. Su cabellera recogida en dos trenzas que le llegaban a la cintura, hacía juego armonioso con su camisa blanca  bordada con flores rosadas y su larga falda negra, con ruedo bordado en vivos colores. Pocas veces se ponía el sobrero  que no podía faltar a las mujeres campesinas y que la hacía ver muy coqueta con esos ojazos negros brillando como candela  que contrastaban bajo el blanco  de “jipa”; no  faltaban en sus pies sus alpargatas blancas con flores bordadas, muy limpias y amarradas con cordones rojos.   Su caminar en la tienda con hermoso   movimiento de caderas y jugueteo de las trenzas sobre sus hombros y espaldas despertaba la codicia de los hombres y la envidia de las mujeres;  Al mirar a Clemita caminando por ahí los bebedores  como  sin darse cuenta apartaban la totuma de la boca y permanecían ensimismados con los labios separados como para apurarse un buen  trago. La hermosa niña era consciente de su atractivo y no hacía nada para ocultarlo;  se mostraba muy vanidosa, por ser el  objeto de todas las miradas.  No  faltaban los piropos maliciosos que le sonrojaban las mejillas y las invitaciones tendenciosas de bajar  el Domingo a misa y saliendo ir  “La Cascada” a comer deliciosas golosinas de panadería asadas en horno y  leña y acompañadas con masato de maíz.
No fueron pocos los hombres que  con presentes agasajaron a doña Rosa  y se  mataron trabajando para ganarse a  Clemita.  “Trabajando pa ganar mujer”: esto implicaba demostrar a los suegros que era el mejor obrero y como tal el merecedor de la muchacha: Aparte de su tarea diaria, estos ilusos interesados en las hijas de los patrones acababan la salud desyerbando caña, trabajando en los cultivos de yuca y  en las enramadas, en “la molienda”, se levantaban al primer canto del gallo a torcer hilo de lazo,  y sin tinto salía a desayunar el ganado  “a cabuya” .Se acostaban muy tarde después de alistar comida y  leña para el fogón, ayudar a moler el maíz para las arepas y dejar batido el guarapo para el otro día los obreros.
Que decir de los presentes que  llegaban de parte de los galanes  para congraciar a la futura  suegra. Petacas de cuero  llenas  de pan fino, “mogolla rascapecho”, colaciones, mantecadas, variedad de galletas  y masato de la Cascada; además  piscos  y pollos gordos, “arepas gañaneras” con Güiva de frijol verde, molido y revuelto con cuajada; pan de maíz, “jayacos placeros” y arepas de maíz pelado, panela, batidillo, melcochas y alfandoques y “yuca berberiana”; es  de admirar tanta prodigalidad y trabajo que aún  caracteriza a los hijos de esta fértil y bondadosa tierra.  Por supuesto que  no podían faltar las botellas de vino y de sabajón acompañadas con  cajas de galletas con emotivos y coloridos dibujos para el costurero de  la niña Clemita. Muy frecuentes eran  las  invitaciones a la Cascada para  mamá e hija los domingos saliendo de “misa mayor”.
Si bien fueron incontables los admiradores de la hermosa y casamentera  muchacha; también fueron innumerables  las propuestas de matrimonio junto con las desilusiones y los desplantes   por montones que sufrieron los enamorados; Muchos fueron los suspiros, las   lágrimas  que   arrancó y las frustraciones  de los  querían tenerla en casa;  de  los chismes que se levantaron contra mamá e hija y los rumores maliciosos  y picarescos  de las pionadas y moliendas no nos vamos a ocupar por ahora apenas nos queda tiempo para parte de la aventuras  de dos de los  incansables  enamorados de tanta belleza.
Juan Cortés y Jesús María Rodríguez:  el uno un amor imposible, el otro un amor fácil. A no ser por el accidente en que uno de los rivales cayó dentro de la pipa,   llena de miel y necesaria  la intervención varios  hombres que lo  sacaron enmelotado de pie a cabeza, no hubiera habido un desenlace apresurado que  acabó con este  juego desigual  en que el duro corazón de la muchacha parecía coquetear a ambos lados.    
Juan Cortés, mejor conocido como Juan Cortico por su baja estatura, a la edad de de seis años fue cambiado  por tres arrobas de miel, sus vendedores fueron “reionosos” negociantes  de  miel que venían  de “Ciénega” en  Boyacá. Con  tres largos años como mandadero donde don Aurelio Peña pagó  su dulce precio  y quedó  libre. De nueve años llegó a la Bavaria acompañando a los arrieros de bueyes y mulas que traían  la miel y doña Rosa lo  recibió como sirviente;  desde entonces hizo parte de la familia y por así decirlo, de las propiedades de esta próspera empresaria del guarapo. Allí se quedó hasta  cuando  la patrona murió. Para los de la casa y allegados era Juanito; apenas superaba el metro de estatura, tenía  cara de reinoso pero en su hablado ya no se oía  sonsonete propio  de la gente del “reino”; era corto de espíritu, hablaba a media lengua y tenía una fuerza impresionante. Aunque parecía bobo, no lo era del todo; era una almita de Dios, incapaz de hacer mal y muy servicial; imprescindible en los quehaceres propios de la tienda y los oficios de afuera. Ayudó a cuidar a Clemita quien estaba de pecho cuando fue acogido en casa; más tarde fue  su fiel enamorado. Nunca se prendó de otra muchacha y su fidelidad a este iluso amor  lo acompañó hasta la tumba.

Fot: Ligia Ballesteros, Fabio Moreno, Miriam Vargas.


Juanito no tuvo en la Bavaria pago alguno por sus invaluables servicios, su retribución era  la comida igual que a los de la casa, guarapo el que se quisiera tomar, ropa la que le regalaban los familiares de doña Rosa cuando venían de Bogotá y  dormía en el zarzo  del rancho de los marranos. A pesar de tener toda la bebida a su disposición, apenas tomaba para la sed, jamás se le vio  borracho y de la casa salía únicamente para  asistir a  viacrucis y no faltaba los Domingos, a la  misa mayor, regresando muy temprano a cuidar la casa y trayéndole alguna golosina a la mujer de sus desvelos.
En la Bavaria había otros pintorescos personajes que vivían allí y se acomedían en diferentes quehaceres domésticos;  se contentaban apenas  con la comida y el  “guarapo güeno”. Estos eran los “arrimaos”. A Juanito nunca se le consideró  arrimao, tampoco tenía la categoría de peón, pués  no le pagaron salario alguno porque “mantenía sacando mujer”.
Desde luego que doña Rosa y Clemita aprovechaban muy bien al humilde enamorado: la niña le correspondía  con algunas sonrisas y una que otra palmadita en el hombro para convencerlo que hiciera las tareas que le correspondían a ella como recoger y lavar las totumas, cargar el agua para guarapo, cuidar las  vacas y los cerdos y de encime  quedarse hasta tarde de la noche lavando vasijas y aseando la tienda. Dicen que a escondidas le coqueteaba y le daba abracitos, esto únicamente cuando el  bobo se rebelaba  y no quería  ayudar con los quehaceres que le correspondían a ella.
 Por su parte la patrona no se cansaba de motivarlo: _“Trabaje duro Juanito, haga bien las cosas pa que la niña lo quiera, mire que al mal trabajador no se le da mujer”; el  flojo no goza mujer bonita. Seguidamente la vieja pícara en forma burlona y picándole el ojo a los presentes se hacía escuchar: -“La niña es pal Juanito hay se la ta ganando pero  a veces es a no trabajar el porquería y me dan ganas de mandalo ponde mano Belisario que lo ponga arriar güeyes y a trasnochar en las moliendas; allá no  hay muchachas pa que mire,  lo consientan y le sirvan  a tiempo la jartiña.
Jesús Antonio Rodríguez; para de los  afuera “el Chucho” y “don Chucho” para los de la casa, había hecho de la Bavaria su vivienda y al igual  que al Juan Cortico, no se le consideraba “arrimao”. El Chucho venía de la vereda San Antonio y tenía unos veinte años cuando se arrimó a  la Bavaria. Cuatro años mayor que la bella Clemita, muy buen mozo: Mono colorado, alto, pelo rubio, ojos verdes, ruana blanca, sombrero verde, siempre muy aseado en  su ropa y en su persona. Se ponía botines mientras los demás andaban con la pata al suelo, sabía leer y escribir mientras noventa y cinco por ciento de la gente era analfabeta; se preciaba  de leído e intelectual. No se mataba trabajando como los demás enamorados, muy raras veces se alquilaba a hacer algún trabajo como maestro en construcción y siempre se le tuvo por “haragán” y mantenido. Era un  mal obrero. No compraba guarapo ni para su misma tripa y no se congraciaba con la patrona y la Clemita con regalos o comprando  bebida para  todos los presentes. Por el contrario era invitado por los clientes y aunque tomaba harto no se veía borracho. Mantenía su compostura y se ganaba la bebida con el tiple y las coplas cargadas de malicia. De su repertorio al ritmo de:  “contra las piedras contra los trocos..” tenemos una pequeña muestra:
Si el alcalde se disgusta por verme con mi novia en la cocina,
Yo le digo:
No se ponga bravo señor alcalde
Que busté también lo hace asina.

Yo tenía mi tortolita
y  se me volvió torcaza.
Esta mañana juí y la tenté y…
¡Ave María que tortolaza!
Muchachita consentida:
dame lo que te pido, que no te pido la vida.
De la cintura pa bajo
Y de la rodilla parriba

Los amores entre el Chucho y la Clemita hubieran pasado inadvertidos, a no ser por dos incidentes,  que pusieron al descubierto el tan guardado secreto. Claro que de esto se comentaba en las moliendas, entre las “pionadas”,  en  tiendas de guarapo, entre las viejas lavanderas de ropa y era tema de moda entre las jóvenes chismosas. Oficialmente nada de  nada. Clemita era la niña juiciosa que iba a misa acompañada de la mamá, aunque tenía sus coqueteos propios de la mujer joven y bonita, no le paraba bolas a nadie y no se le conocía novio alguno;  y más de un sinvergüenza  se llevó su totumada de guarapo  la por “la jeta” cuando se propasaba con ella; eso sin hablar de la paliza con las varas de guayacán que se ganaba de  los borrachos  que envalentonados defendían el honor de la señorita. Esta niña por su recato, seriedad y juicio era el orgullo de doña Rosa y el ejemplo para las muchachas de los alrededores.
El primer indicio filtrado al público de aquellos amores ocultos fue cuando Joaquín, hermano Mayor de Chucho, joven, viudo, sin hijos, con su  buena estancia cultivada en yuca y “caña pa moler”; Además con  yunta de bueyes,  juicioso, buen maestro y muy buen obrero, habló con doña Rosa de que le dejara la muchacha para casarse y ella le dijo que por supuesto. Habló con la niña y también la respondió que “por supuesto don Juaquín”. El Chucho muy ofuscado se interpuso y reclamó con mucha energía:   -“Como así que le van  dejar  a la muchacha  a un aparecío que no se  ha jodío como yo  trabajando duro  de día y de noche, gastando tiempo y dinero y cuidando a la niña pa qui otro  ajortunao se la  lleve.   El  Juaquín que ni siquiera un presente a la patrona o a Clemita les  ha traído, y  teniendo güena plata; más tacaño pa ondi”.
 Ahí terminaron el impase: Joaquín no volvió por la tienda y el Chucho siguió tranquilo en su rutina pero sin hablar nada de casorio. Se decía que se iba para Bogotá a trabajar con otros hermanos que ya estaban allá.
Juan Cortico pasó a ser el  principal sospechoso de propiciar el accidente que dio con la zambullidla del Chucho entre la  miel. El hombrecito nunca aceptó tal a acusación: “Eso no juí yo. Eso son las malas lenguas que  no tienen ojicio pa “escuerar al probe”.  Y así en su hablado a media  lengua de esta afirmación nadie lo sacó.
Pués la caída del Chucho entre la  miel permitió que este empedernido rival del Juanito terminara cazado por la suegra y, casado con la hermosa flor de la Bavaria. Era así como se  referían  a la niña algunos improvisados poetas, -entre ellos el ilustre don Hermógenes Roa- ; estos trovadores   tomando guarapo, se deleitaban con piezas musicales dedicadas a tan hermosa flor. El  son de los tiples y maracas era un  ritmo alegre e  imparable de:  “contra las piedras, contra los troncos, contra las piedras contra los troncos” contra las piedras, contra los troncos…” .Así se armaban   los bailes, se entonaban las coplas jocosas y maliciosas, mientras  los “jartos” aplaudían,  las muchachas   se ruborizaban, algunas  corrían hacia la cocina o agachaban y escondían la cara llenas de vergüenza.
Haciendo memoria de la tarde en que el  Juan Cortico por su propia cuenta se encargó de vaciar la miel de los zurrones en la pipa grande que estaba en el dormitorio de Clemita y el raro accidente de esa noche, nos lleva necesariamente a intuir que Juanito sabía lo que los demás no sabían y debía estar muy celoso por lo que estaba pasando. Claramente tenía que haber una alta  traición de parte de su preferida; la hermosa muchacha le estaría pagando mal a  tan esmerado amor y sacrificio  por ella . Así las cosas concluimos que  el trabajo con la miel lo hizo  solo, sin pedir ayuda  y no se cuidó de colocarle la tapa a la pipa. Esa sería su dulce venganza.
A eso de las once de la noche con mucha destreza el chucho habiendo escalado la alta pared de tapia pisada que lo separaba del interior de la vivienda, ya trepado sobre la estructura de la casa construida con  grandes  varas  de madera,  se deslizó gateando por sobre las vigas más gruesas, pasó por encima de la tienda y  del dormitorio de doña Rosa y llegó justo encima  de la pieza de Clemita. Tal como era su costumbre de muchas noches; en lo escuro saltó sobre la pipa, pues de allí  le quedaba fácil llegar al suelo y acomodarse en la cama  al lado de la bella durmiente.
-“Enciendan el “alumbrao” que “quenseque” animal cayó entre la miel” Gritó doña Rosa, despertada por el  fuerte chapuzón y los gritos de miedo de su hija que pedía auxilio.
Alumbrando con velas de cebo y una improvisada mechera o lámpara de petróleo, cuatro hombres, utilizando un lazo de amarrar las vacas al que pasaron  por encima de una viga y con la otra punta amarraron al náufrago por debajo de los sobacos y halaron con toda fuerza. El hombre salió de alla chorreando miel por todas partes y  sin molestarse en dar las gracias se perdió en la oscuridad. Muy cansada la patrona se levantó y le dio guarapo a los rescatistas, les encomendó mantener el secreto y a  Clemita la sentenció con voz de regaño: “mañana arreglamos cuentas”.
-Clareando el día llegó  el enmelotado a la casa de la comadre Dorotea -“Buenos días comadrita, busque “sumercé” una muda de ropa  limpia y me la da pa quitame estos chiros porque me puse de lambón a ayudar a descargar miel y reviéntese un podrío zurrón y mire como me volvió”.
El miércoles siguiente hubo en la Bavaria un sabroso piquete por invitación de doña Rosa. A este convite asistieron como únicos invitados: don Eliecer Ramírez, alcalde municipal; don Escipión Rodríguez, inspector de Policía; “Su Señoría Pineda”, párroco de Miraflores; El presidente  de la legión de María y su esposa Beatricita, insigne representante de las hijas de María y el comisario de la vereda. Por supuesto que la anfitriona acompañaba muy solemnemente a tan selecto grupo de la sociedad mirafloreña.
Debía ser tan trascendental y tan delicado el asunto a tratar porque se improvisó un comedor fuera de del alcance de  oídos indiscretos,  a  la sombra de uno de los grandes   pinos que rodeaban la casa; allí se sirvió  sancocho de gallina preparado con yuca berberiana, plátano; “papa pepina” comprada a los reinosos y “papa londri” de color rojizo y en forma de riñón traída por los sanantoneños;  la abundancia fue tal que cada invitado llevó para su casa un  envoltorio en hojas de plátano repletos de arepas y presas de gallina.  Como bebida esta vez no hubo guarapo; fueron destapadas sendas botellas de cerveza Bavaria compradas especialmente para la ocasión y que hasta ese  entonces aún no  representaba competencia seria y desleal para la industria del Guarapo. Clemita no acompañó  tan ilustres  personajes y lo allí tratado y acordado se hizo  en voz baja y conservando la  mayor discreción.
El viernes siguiente con las primeras luces del día llegó a la molienda en la enramada de don Primitivo Alfonso, don Jesús Segura; corpulento y estricto comisario de la vereda; hombre de mucho aliento. En su muñeca derecha el ejecutor de las órdenes  llevaba enmanijada la tradicional vara de guayacán con regatón de acero y rejo torcido, mientras en la mano izquierda dejaba ver un lazo nuevo de fique, sin estrenar y bien enchipado.
-“Buenos días mis tseñorcitos. - Me tocó venime de madrugada porque se me escapó un burrito blanco,  ya  hizo daño en la Bavaria y debe estar por aquí  haciendo perjuicios en la labranza”.
- No señor por aquí no ha venido el animal , ni hemos encontrado rastros   de daño.
- Ummm, no tseñorsitos, quen sabe, ese va  a tar   haciendo daño entre la caña y voy a traerlo.
Pasado un buen rato regresó el comisario trayendo  mansito al Chucho por delante sin necesidad de hacer uso del lazo y  terciado el amenazante  guayacán;  así como arreándolo lo llevó hasta la entrada del pueblo llegando a  la esquina  de don Torcuato donde los esperaba Doña Rosa y Clemita arreglada con largo vestido blanco, ramo de flores,  y velo transparente  debajo del sombreo de jipa; las acompañaban el  presidente de la legión de María, y la señora Beatricita, quienes habían sido hablados de antemano para ser los padrinos de matrimonio; También estaban   el Inspector de Policía y el Sacristán; este último  se despachó rápidamente para dar el repique de campanas anunciando la misa.
Con ropa fina, ruana,  sombrero blanco y botines, todo nuevo y todo comprado por la suegra, salió el Chucho de la casa sin casi poder manejar los zapatos nuevos; en esta condición muy obedientico caminó por la calle  siguiendo al presidente de la  legión de María y con el comisario y el inspector de policía uno a cada lado; las mujeres muy pegaditas a sus espaldas cerraban la marcha; Así lo arrimaron hasta el altar mayor, donde Clemita lo agarró de la mano y lo llevó hasta quedar  frente  a su Señoría Pineda quien  les impartió la bendición mientras se juraban amor eterno hasta que la muerte los separara;  en verdad nunca rompieron  el  juramento.
Tamaño urgencia  del casorio, en boca de los burlones de la época, no obedeció a que la niña hubiera sido  desflorada sino porque la tan recatada Clemita  ya estaba “cargando miel”[1]
Terminada la ceremonia de casamiento hubo tremendo convite donde se sirvieron el reservado de La Cascada una variedad de productos de panadería, masato de maíz, masato de arroz, las mantecadas, las colaciones y tantas sabrosuras que se nos hace agua la boca con apenas  recordar. Allí los invitados fueron los mismos que estuvieron el miércoles anterior en el piquete de la Bavaria;  esta vez acompañados de los recién casados.
Mientras esto sucedía en el pueblo,  el revuelo en la Bavaria no era para menos, el guarapo y la chicaha de maíz con pata de res  hervían sin parar, apresuradas  mujeres pelando gallinas, obreros con cargas de comida, el marrano listo para el sacrificio, los músicos afinando sus instrumentos y las muchachas entre vergonzosas y animadas con ansiedad esperaban el baile y el Juan Cortico en el horno de leña hacía chirrear las latas llenas de arepas de maíz con abundante cuajada , pan de maíz pelado, yucos,  rosquillas y almojábanas y “galletas de cernido” y colaciones.
En La pieza de Clemita  metieron una antigua  cama doble para que los recién casados pasaran su primera noche  luna de miel;  se aseó toda la  casa bajando hasta las telarañas y  la gente se puso la ropa y los alpargates  de ir el domingo a misa.
Desde ese día el depósito de la miel fue trasladado al rancho donde dormía el Juan Cortico y hoy  se sabe que la tramposa  pipa de los amores permanece arrimada en un rincón de la vieja casona.


DEDICATORIA ESPECIAL
-A nuestro Creador y  Señor de los reyes
-A mi querida esposa y a mis hijos.
A Héctor Roldán, quien me motivó a escribir y sus escritos para mi son especiales y ejemplo de dedicación  y amor a nuestra tierra, a  sus tradiciones y a su cultura
A  Elizabeth Moreno Guzmán  quien me ha deleitado con sus libros
A  los hermanos Luz y Carlos Castillo  Quintero
A nuestro querido amigo Luis Roa Rubio de quien conozco de su interés por nuestra cultura. Así  mismo a mi hermano del alma Pablo Castillo Rodríguez, a Rafael Alfonso Palacios y a tantos amigos que han hecho posible que la historia se escriba.
Por supuesto a los finaditos entre ellos mi padre Roberto y mi madrastra  que en muchas veladas contribuyeron a enriquecer este mamotreto.
A toda mi querida gente de Miraflores y Lengupá.




[1] - Expresión despectiva y burlona usada en la época para referirse a las mujeres con el vientre abultado por el embarazo, esto debido a su  semejanza con la figura de un hombre alzando un zurrón lleno de miel sobre un animal de carga.