Anécdotas, Cuentos, Historias

viernes, 3 de octubre de 2014

UN JACHOSO.

Mirafloreño.

Hace unos años en el pueblo; había un personaje que presumía siempre de toda su valentía, sus historias , su forma de vida y la jactancia hacia las mujeres

Este personaje vivía por la  vía que conduce de Miraflores a  Zetaquira,   por los lados  de la  rusa, quebrada que marca el  límite entre las dos poblaciones

Juan  el menor de  4 hermanos; era de  caminar erguido, sacando pecho,    usaba casi siempre Jeans de marca, camisas a cuadros, siempre abiertas en la parte superior mostrando el pecho y un crucifijo gigante de cobre bien brillado dando la apariencia de ser de oro, el Cristo pendía de una gran cadena del mismo material  gruesa  y larga, que  servía fácilmente para amarrar los perros rabiosos, que siempre decía tener en su finca,   sus pantalones coloridos  de bota ancha muy ancha, bien fueran tipo vaquero o de terlenka  iban siempre sostenidos con un cinturón de cuero o de piola  muy ancho, con una chapa  cromada en colores plata y dorado que sobresalía  a la distancia, botas tipo texanas, puntiagudas de tacón corrido alto y sombrero   grande  blanco o negro marca Resistol.

Estudiaba  en el colegio Sergio Camargo, junto con dos hermanos más y  una  bella y bonita hermana, de facciones delicadas.  Todos los hermanos buenos amigos y  por supuesto compañeros del colegio y de parranda.

En la época   muchos de los jóvenes estudiantes, sin necesidad alguna aparente, salían con destino a las minas de Muzo, de Coscuéz  o de Somondoco, y cuya  única finalidad era conseguir abundante dinero, de manera  rápida  aunque no fuera fácil, debido a las  difíciles condiciones de esos lugares.

El sueño del dinero rápido, hizo que  varios de nuestros compañeros desertaran del colegio y salieran con  destino hacia las minas de esmeralda,  situación   de moda impuesta por unos cuantos que  se fueron   y  encontraron fortuna, misma que  dejaron en las cantinas, en donde doña Rosario y  en artículos suntuosos entre otros.

La llegada de los mineros era vista con asombro por casi todos debido a  sus exageradas  y particulares extravagancias no solo en su vestimenta  sino en su particular forma de comportarse, y  esa moda   fue admirada y seguida por   muchos.

En el mes de  marzo  después de unas vacaciones de semana santa, al Jachoso, se le dio la oportunidad de irse hasta Muzo, y  allí en la mina tuvo la fortuna de encontrar una gema  que aunque de poco valor, fue lo suficiente para  hacer notar su cambio en lo económico y demás.

Cuando llegó al pueblo  nuevamente,   unos cuantos escuchábamos  con asombro sus historias y cuentos, que relataban  básicamente  lo vivido en la  mina, como  se debían esconder las esmeraldas, si se llegaban a encontrar y como debían comportarse dentro de la mina, para que nadie se enterara de su  suerte.

Fue asi como en una de sus historias, nos contó el día que encontró la gema, de color verde brillante gota de aceite de la mejor calidad, que debió tragarse, para evitar que los demás se percataran de su suerte. La valiosa gema, debió   pasarla con un buen sorbo de guarapo, fermentado que tenían los mineros en su lugar de trabajo, mismo que no solo les calmaba la sed, sino que les mantenía siempre entonados, lo que les permitía trabajar duro y  sin descanso por mucho tiempo, algo asi como  si  hubieran consumido  una bebida energética.

El día en que la suerte le llegó, tenía en sus bolsillos   algunas morrallas (esmeraldas de poco e insignificante valor),  que  con mucho cuidado guardaba  para poder obtener lo de los gastos diarios, mas  sin embargo cuando llego el momento de la suerte, de manera inmediata guardo su gema en la boca y se la trago de un solo golpe, mientras de manera disimulada, salía con destino hacia el rancho   hecho en  tabla y paroy  o tela asfáltica. 

Como a eso de las 7 de la noche  sin bañarse y sin comer nada,  salió sigilosamente, a vender las morrallas  y obtuvo el dinero necesario para pagar en la tienda donde le fiaban la provisión diaria,  y llegar  hasta Chiquinquirá  para permanecer allí por   una semana como máximo, mientras  la gema de gran valor  salía del  tracto digestivo, y  asi poder venderla y con ello obtener  la tan anhelada riqueza.

El Jachoso llegó a Chiquinquirá,  y se hospedó en una posada por  una semana, misma que pagó por adelantado, y fue al restaurante más cercano y contrató la alimentación  por el mismo tiempo; tiempo necesario y suficiente para esperar la expulsión de la gema y  hacer la respectiva transacción.

Mientras   esperaba   allí en el pueblo,  compró una pistola y se fue a tomar unos tragos a donde las bandidas locales y tuvo que enfrentar a otros mineros y defender los derechos adquiridos   de una dama que los demás pretendían; para ello debió enfrentarse con 5 de los más temibles hombres, quienes armados de  revolver y pistola, tuvieron la osadía de desafiarlo en el amor.

La historia  fue contada a cinco amigos del  curso, que habíamos sido invitados  a tomar cerveza por parte de él, en la  cantina  ubicada en la esquina superior del antiguo matadero municipal, exactamente,  al frente del edificio de  los Aponte Roa,  y a la fama o carnicería de  Don Julio Galindo, cantina que tenía una Rockola antigua provista de las  más populares rancheras,  música de carrilera y algunos discos no más de seis o siete, de música romántica, la cual era colocada por algunos del pueblo mientras consumíamos unas cuantas cervezas y que por la intolerancia y diferentes gustos, de los asiduos  visitantes del lugar, en varias ocasiones  fue motivo de discusiones y peleas,  por que cuando se  metía  la moneda a la rockola, sonaba  música diferente a la solicitada.

Ese día, el jachoso, nuestro amigo,  tan pronto llegamos a la  cantina, le pidió  a la dueña del establecimiento una canasta de cerveza, misma que hizo poner bajo la mesa, y  él mismo la repartía entre los compañeros de  estudio y de tomata del día, mientras  nos contaba con lujo de detalles sus historias  en Muzo.

El día del encuentro  con los  peligrosos hombres que armados debió  enfrentar, en Chiquinquirá, probó su valentía, ya que  uno a uno fue cayendo producto de los certeros  tiros que salidos de su pistola hacían impacto fulminante en la cabeza y cuerpo de los osados que desafiaron la valentía  y hombría del paisano.

Ya  había trascurrido un  tiempo;  todos sentados, escuchando  al  amigo,  mientras  la cerveza seguía llegando por cajas, no permitiendo en ningún momento que los invitados  levantáramos la mano para hacer el pedido, pues  cuando el  paisano veía la acción,  a voz fuerte  le decía a la propietaria del negocio  que  trajera el pedido  y lo sumara a su cuenta.   A medida que pasaban las horas, la música seguía sonando en la rockola al gusto del personaje y todos  con la boca abierta y asombrados escuchábamos sin parpadear sus cuentos.

Fue asi como  al  tercer  petaco,  o caja de cerveza, ya   bien prendido, seguía  narrando y  repitiendo como uno  a uno de  los osados desafiantes caían al piso, mientras él pasaba por encima de los muertos repasándolos con  un tiro adicional para mostrarles que  un Mirafloreño  se debe respetar.

En cada tiro adicional que  impactaba, los muertos se  movían, y  el paisano les decía  cada vez que descargaba los balazos “Pa que aprenda mapariu a no meterse con los de Mirajloris”. Ya luego  por cada cerveza consumida, la cantidad de tiros fue aumentando hasta que  llego a veinte  tiros adicionales por cada muerto, y  los mismos cesaron, solo cuando le dieron ganas de ir a orinar, y mientras lo hacía, llego la policía,  y debió escaparse por una ventana y venirse para Miraflores.

Como a las once de la noche ya todos borrachitos   y el fulano dormido sobre la mesa, cuando fuimos a salir nos cobraron la cuenta, pero nuestros escasos recursos  no alcanzaban  ni siquiera para la mitad del valor de la cuenta, luego debimos dejar  empeñado  en la tienda algunos relojes que teníamos disponibles, mas el poco efectivo; y  asi poder salir  para las casas y llevar en hombros al  amigo hasta el hotel Yanuba y pedir hospedaje para el mismo, ya que su casa era cerca a la rusa en la vía hacia  Zetaquira y   no había condiciones para llevarlo hasta allá. 

Mientras caminábamos   hacia el hotel Yanuba,  se despertó, y se sentó frente a la casa de los Cristancho, mientras nos  manifestaba que   si no queríamos que nos pasara lo mismo que a los desafiantes de Chiquinquirá, debíamos seguir tomando,  pero todos ya bien borrachos y cansados, le manifestamos que no  tomaríamos mas, por que la cuenta la  debimos pagar   con el poco efectivo y completar el valor dejando los relojes  empeñados.

Tan pronto escuchó  lo de la cuenta y el empeño de los relojes, se quito  la cadena de cobre que siempre  llevaba, misma que cuando  estaba recién brillada, daba la apariencia de ser de oro y de la cual sentía mucho orgullo, porque según él,  su valor era muy alto ya que decía ser de oro macizo de 18 Quilates, y de un peso de 250 gramos.

La cadena fue entregada a uno de los acompañantes,  y este salió  rápidamente hacia la tienda a cambiarla por los relojes empeñados, pero la dueña  de la rockola, no la quiso recibir ya que el oro se había vuelto oscuro después de tantas horas de uso. Luego nuestros relojes debieron permanecer allí hasta que  pudimos conseguir para poderlos desempeñar.

Mientras eso ocurría, seguíamos  sobrellevándole la  beodez  y   preguntándonos que había pasado con la esmeralda que  había tenido que tragarse en muzo,  y el porqué  no tenía dinero para pagar la cuenta, hasta que  a  uno de nosotros se le ocurrió preguntarle.

En medio de la borrachera, el amigo Jachoso, respondió “No me joda  porque lo mato”; no ve que mientras orinaba allí donde las bandidas,  después de darle bala  a todos, cuando llego la policía al lugar, con la fuerza que hice para saltar por la ventana, me hice en los pantalones, y del afán por escaparme, no tuve tiempo de buscar la gema gota de aceite y esta se me perdió en el camino, y por eso fue que tuve que venirme nuevamente para el pueblo a que mis papas me perdonen y me manden nuevamente al colegio.

Todos  riéndonos  de lo ocurrido, lo dejamos durmiendo en el hotel Yanuba,  para que  siguiera teniendo sus sueños de valiente, pendenciero, mientras su cadena  de cobre volvió a colgarse de su cuello, esperando un nuevo día.

Este amigo, no volvió  a aparecer desde ese día, por Miraflores, y  se fue del pueblo con destino desconocido, llevando con él la amistad  nuestra, y la vergüenza de esta historia, que nuevamente recordamos  un día lunes  que nos encontramos en Bogotá  entrando a la casa de Boyacá, y que repasamos paso a paso, mientras maldecía, los estragos que hace el alcohol en el ser humano  y más en los jóvenes  de tan corta edad, y mucho más cuando se suman modelos de comportamientos sociales, salidos   de  personas que han debido vivir  por diferentes circunstancias de la vida en medios violentos;  modelos que  los niños van tomando de manera inconsciente mientras crecen y ven en los mismos lo mejor para su futuro y asi con ellos seguir viviendo su futuro.


Luego  la historia que contara el fulano, aunque fue cierto  lo de su viaje a Muzo, con uno de sus tíos que vivía en Chiquinquirá  cuando fueron hasta la mina a llevar unos materiales de construcción, lo demás, no fue más que la misma historia, que contaran  unos  adultos  en  una tienda en  Zetaquira un día sábado, y que aquel joven escuchara  con atención, y que por su admiración hacia los esmeralderos de la época, la hizo como propia, la vivió, la sintió y la expreso  en medio de  los tragos.

1 comentario:

Unknown dijo...

AGRADABLE HISTORIA Y MUY CIERTA EN CUANTO A LA FIEBRE DE LAS ESMERALDAS. POCOS NOS SALVAMOS DE EMPRENDER ESTA AVENTURA.