Anécdotas, Cuentos, Historias

domingo, 30 de septiembre de 2012

Los Cazadores.


Eran perros finos de cacería.


En una noche de  luna llena, Toño sentado en un taburete de madera, forrado en cuero de ganado,  en la casa de uno de sus nietos,  narraba  con mucha alegría, la historia de los perros  que  habían en el Hato de Santa Helena, de propiedad del abuelo; en los llanos orientales;  Toño decía que al haber mucho animal de monte como, cachicamos, chigüiros, venados, lapas, tinajos, conejos, pavas montañeras,  y muchos más, la labor de caza era frecuente; no solo porque a todos nos gustaba mucho la carne de monte, sino que  en la cocina, la abuela y las 25 cocineras pedían tener suficiente carne para  darnos a todos los que  permanecíamos en el hato, que éramos muchos. De esa manera, la abuela Catalina, también le ahorraba al abuelo el sacrificio de una res diaria, o de 7 marranos, que era lo que  entre todos nos comíamos cada día en las tres comidas. 

Desde esa  ocasión en que yo mate de dos disparos con la Winchester a mas de 60 chigüiros y 15 venados que se comían la sal  que el abuelo ponía bajo los árboles en un pozuelo de madera para el ganado,  todos los animales de monte se arisquiaron (volverse precavidos, desconfiados y montaraces) y no salían casi a lo limpio; por lo que debíamos salir una vez a la semana a cazar para tener suficiente abastecimiento de carne en la cocina.

Desde que los abuelos se instalaron en Santa Helena con toda la familia; llevaron  también con ellos 25 perros finos cazadores que el bisabuelo  de  mi abuelo había conseguido en Santander de una de las  fincas  que fueran del  general Francisco de Paula Santander, y que según contaba el abuelo los primeros perros que llegaron , los trajo  como regalo Simón Bolívar en uno de sus tantos viajes desde Europa,  a su amigo el General Francisco de Paula Santander, antes de que se disputaran el poder.

Todos estos perros eran de verdad finos, muy finos y el abuelo no permitía que estuvieran sueltos para que no se cruzaran con las perras criollas que  tenían los vecinos en las fincas colindantes. Entonces estos perros finos, permanecían encerrados en unas jaulas especiales hechas con  tabla  y  bajo  un ranchón grande de palma que servía de perrera.

La semana de cacería, era un acontecimiento esperado por todos, porque salíamos de la casa  y nos íbamos  durante toda la semana día y noche a la cacería.

Una semana antes, se alistaban los cartuchos y municiones  para las armas,  que eran 12 escopetas de fisto, 1 carabina marca Winchester que solo usaba el abuelo y yo, también se alistaban las  linternas, la manteca de armadillo,   y algunos alimentos, las armas debían estar muy bien   lubricadas, limpias y probadas para que no fallaran durante  la semana de cacería.

El viaje se hacía saliendo de la casa al medio día después del almuerzo,  para llegar a eso de las 4 de la tarde a la mata de monte que escogíamos en esa semana para cazar; allí en ese lugar, nos apeábamos de  los  caballos,  los  desensillábamos,  (quitar los aperos, sillas o monturas) y poníamos a pastar, mientras otros armaban  con hojas de palma un cambuche  (refugio) para dormir y  otro  para cocinar.

Esa misma noche  a eso de las 7 de la noche salíamos con la jauría de perros finos, los cuales  se habían dejado aguantar hambre durante los últimos tres días antes de salir a la misión. A la cacería, solo se llevaban los perros machos y algunas  hembras paridas; a todos se les untaba manteca de armadillo mezclada con ajo machacado, en las patas, en las orejas,  y en la barriga; con el fin de que las culebras  venenosas que  abundaban  en el monte no los mordieran.

Los perros  los soltábamos  tan pronto olfateaban una huella de  venado o de chigüiro, o  de lapa y estos salían todos en gavilla a perseguir  a cuanto animal encontraran mientras nosotros    atrás , con nuestras escopetas bien cargadas y listas.

Estos perros  finos, cazadores  y bien entrenados, por el abuelo y por mi,  no dejaban escapar a ninguna presa,  todos trabajaban  juntos  hasta que le daban cacería a cuanto animal se les cruzara en el camino.  

Esto que les cuento;  decía Toño esa noche de enero mientras sostenía una totuma con guarapo fermentado del día anterior, frente a quienes le escuchaban con mucha atención; Les cuento y no me lo van a creer menos mal tengo testigos, la jauría de perros  cazaban tanto que nunca pudimos hacer un tiro a  ninguno de los animales que quedaron en las fauces de estos,  porque ellos  los agarraban por el pescuezo, y entregaban la presa al amo. Entonces lo único que hacíamos era esperar en un punto mientras los perros  perseguían,  daban cacería a la presa, y la entregaban. Los obreros y yo, esperábamos con paciencia  toda la noche, ya que la jornada  terminaba a las 5 de la mañana, a esa hora regresábamos al cambuche a  comer,  y  a descansar  junto con los perros; eso sí a los perros solo les dábamos una comida muy poca, que mezclábamos con pólvora fina para que  se volvieran mas bravos, también los poníamos a oler la sangre de los animales cazados y les dábamos suficiente agua; de esa manera siempre estaban listos para la siguiente noche.

Mientras unos descansábamos otros  pelaban los animales cazados,   otros preparaban la carne  bien tasajeada, se salaba,  se secaba al sol, otra parte, la poníamos entre la  manteca  de chigüiro y asi la conservábamos en buenas condiciones mientras llegábamos a la casa principal. Los cueros  de todos estos animales se salaban bien y ponían a asolear para  luego llevarlos a la casa,  estos cueros los usábamos para, forrar butacas y taburetes,    ponerlos de adorno  y otro poco para venderlos y regalarlos a los amigos y familiares que  visitaban la finca, los rabos de los armadillos los colgábamos   en un lazo  por docenas  como prueba de  la cacería.

Los perros  eran una fieras que  hacían el trabajo por nosotros,    estos animales los entrenábamos entre mi abuelo y  yo  por más de dos años hasta que estaban listos,  después de varios años, a estos perros no había necesidad de acompañarlos porque solo se les daba la orden de ir en busca de  los animales de monte y ellos mismos iban solitos y llegaban a la casa con dos o tres venados.



Cuando me vine para esta mi tierra Miraflores, me traje 4 perritos  de esos,  una  tarde, mientras estaba sentado en el café de los parasoles  tomando tinto y comentando con unos amigos  también amantes  a la  cacería, llego un amigo que venía de Berbéo  y nos dijo  “mientras ustedes están reunidos acá hablando allá abajo en el puente del rio del Lengupá, vi pasar tres armadillos”  yo  me quede muy callado y rápidamente me fui a  la casa, saque los perros, los lleve al camino que  conduce del pueblo al rio,  allí los solté  y les di la orden de que fueran a cazar,   al otro día muy a las 4 de la mañana me fui  a donde los había soltado y ahí estaban los  cuatro perros  esperándome  cada uno con un cachicamo que habían cazado la noche anterior mientras yo dormía

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