Anécdotas, Cuentos, Historias

jueves, 22 de enero de 2015

EL ROBO DE LA MARRANA

EL ROBO DE LA MARRANA
Un texto de Julio Roberto Pinzon Moreno

El  escrito que hace parte de los numerosos documentos en que consta este caso y que reposa en el archivo general del municipio  comienza así:
Yo, Transito Vega Heredia, mayor de edad, vecina de la vereda de Matarredonda, de esta jurisdicción, identificada como aparece al pie de mi firma, con todo respeto y  acatamiento expongo ante el Señor Juez:
Hija de padres Católicos, trabajadores, honrados y cumplidores de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, educada con todo el rigor que corresponde a la “hijas de María”  y heredera de las buenas costumbres de  mis progenitores, soltera, sin hijos,  a mis sesenta años de edad nunca he faltado a la santa misa los domingos ni a las  festividades y celebraciones  dedicadas a la virgen María y  actos  religiosos celebrados por nuestros  sacerdotes. A nadie he hecho mal y por el contrario practico las buenas obras de misericordia como dar de comer al hambriento y de beber al sediento y dar posada al peregrino, proveo económicamente para algunas  las  necesidades de la parroquia y ayudo a gente necesitada.
Muy joven me hice cargo de mis padres y velé por ellos hasta cuando fueron llamados a la presencia del creador. Tenía cuarenta años cundo falleció mi madre luego de soportar una penosa enfermedad que la mantuvo paralítica durante diez años.  Mi padre dejó este mundo apenas el martes de la semana pasada, luego de confesarse y recibir del padre Miguèz la sagrada comunión y  la extremaunción, murió en la gracia del Señor y de María santísima.
El miércoles tuve que dejar la casa sola para estar en el pueblo arreglando las cosas para dar sagrada sepultura a mi progenitor a quien enterramos el jueves a la tres de la tarde y solo hasta el viernes en la noche luego de participar de la celebración del viacrucis volví a mi casa y noté que la cerda grande de cría que amamantaba catorce lechones no estaba; la vecina Florinda Vaca encargada de dar vuelta a la casa y dar de comer  a los animalitos me dijo que la cerda no amaneció en la cochera el día jueves y  desde entonces ella estaba alimentando  los cerditos con biberón suministrándoles  tetero con   leche de vaca para evitar que murieran de hambre.
Del robo de la cerda culpo a Diovigildo Lancheros Rodríguez quien ha sido de mala fe toda su vida y acostumbra robar en las casas de personas solas y sobre todo cuando las familias viajan o se les presentan urgencias de atender como en mi caso. Este mal vecino es de los que practican el dicho de que “unos en bulla y otros enterrando la uña”. El señor Juez puede consultar la historia de este hombre y se dará cuenta de todas sus fechorías; la mayoría de ellas sin castigo por falta de pruebas; muchas no denunciadas por miedo a la venganza.
Yo aunque mujer sola y anciana y  sin temor a lo que me pueda ocurrir denuncio penalmente  a Diovigildo Lancheros Rodríguez ante el despacho del Señor juez  por el delito del robo de una cerda de cría,  de mi propiedad  y proveo  todas las pruebas y testimonios suficientes sobre el  hecho, los cuales pongo  en manos de la autoridad para que se aplique  un  castigo ejemplar; este sujeto  tiene asoladas las veredas y sobre todo las casas de las viudas y  gentes cortas de espíritu a quienes intimida para que no lo denuncien; hace apenas unos meses el inculpado aprovechando que una señora viuda a cargo de sus  cinco nietos menores de edad y huérfanos fue remitida a Bogotá enferma de cáncer  le robó la única vaquita que tenía y que daba la leche para los niños. Esta maldad sigue en la impunidad.
Según lo encontrado en los documentos depositados en el archivo podemos resumir:
El jueves en la mañana la señora Tránsito en su duelo y ocupada de los pormenores del funeral de su padre fue avisada del robo de la cerda y entonces recordó  que en la semana anterior Diovigildo había llegado a su casa  donde ella lo atendió personalmente sirviéndole guarapo y haciéndole  esperar para darle “un bocado de comida”.  Diovigildo hizo elogio de la calidad y raza de la cerda, de  tan  buena “paridera” y la gran cantidad de cerditos que estaba criando lo cual raras veces ocurría.  Así, entre charla y charla propuso negocio por la cerda ofreciendo pagar un buen precio por ella. Doña transito extrañada por esta proposición no aceptó vender el animal argumentando que  cómo iba a dejar huérfanos a los cerditos con apenas ocho días de nacidos. Este fue el primer indicio de que el ladrón era Diovigildo.
Enterada del robo, sin perder tiempo la señorita Tránsito habló en secreto con el padre Miguéz, el Pàrroco; este era  un buen sacerdote, activo, enérgico y muy humanitario; él le  aconsejó lo que debía hacer y le propició toda la ayuda necesaria.
Se dispuso de todo un discreto y efectivo  servicio de espionaje y vigilancia sobre la vivienda del presunto  ladrón y el seguimiento de todos los movimientos que este realizara, incluyendo averiguaciones a vecinos y personas que frecuentaban los caminos de acceso a las fincas; eso sí, sin alertar autoridad alguna y menos a la policía;  lo referente a las autoridades debía  hacerse cuando ya Diovigildo no tuviera la menor posibilidad de negar su delito; no podría darse campo para que  el malhechor se burlara una vez más de la justicia y de su víctima.
Algunos de los detalles  con que contó el juez para dictar sentencia fueron:
A eso de las ocho de la noche aprovechando que la casa estaba sola Diovigildo acompañado de una mujer llegó a la cochera y con un lazo nuevo amarró la cerda muy bien poniéndole un cabezal reforzado con fiador o barboquejo  y haciéndole unas lazadas en el espinazo por detrás de las patas delanteras del animal, casi arrastrándola la sacó de la cochera  hasta el camino real y él  cabestreando y la mujer arreando lograron llegar con la cerda hasta cerca de la casa de Diovigildo a eso de las dos de la mañana; ya en ese lugar su vecina Chiquinquirá Colmenares se hizo cargo del cuidado de la cerda ocultándola en unos matorrales, donde estuvo amarrada  hasta el sábado en la madrugada cuando fue llevada al pueblo para entregarla  un  negociante de cerdos que la llevaría a Ramiriquí para ser sacrificada.
El viernes Diovigildo se dedicó a laborar en su estancia desyerbando yuca y cortando algunas cañas para una molienda; a eso de las dos de la tarde ya bien vestido y abrigado con la  elegante chaqueta amarilla, muy cojo y trancándose con la vara de guayacán caminó hasta el pueblo, se apuró unos “amarillos” en la “Cascada Chiquita” y se dirigió a la plaza de mercado. Esperó hasta las cinco de la tarde hora en que llegó de Páez cargado de cerdos el camión de don Chucho Duitama. Habló algunas palabras a solas con el negociante y recibió unos cuantos billetes que disimuladamente guardó en el bolsillo interno de la chaqueta. De vuelta en la Cascada Chiquita se hizo servir otros whiskies y cogió  camino para su casa sin pasar por la esquina de don Torcuato donde  doña Transito tenía la pieza para dormir y guardar sus cosas cuando permanecía en el pueblo.
Muy temprano el sábado entre oscuro y claro por la carretera a Garagoa bajaba Diovigildo cabestreando la cerda y su vecina Chiquinquirá arreando, se encontró con  Joaquín Hernández, uno de los espías al servicio de la señorita Tránsito, quien simulaba ir a ordeñar las vacas en una finca a su  cargo. Diovigildo lo saludó amablemente y como en tono burlón le dijo: “me cogió la tarde”. La declaración de este campesino fue una de las más contundentes en contra del ladrónl.
En el sitio denominado “el Topòn” en la salida a Tunja Diovigildo entregó la cerda que de inmediato entre varios hombres con gran destreza la subieron al camión y don Chucho sin bajarse del carro le entregó otros billetes que Diovigildo  no se molestó en contar. El vigilado se despidió con mano dada del negociante y se dirigió  al  mercado del ganado en el matadero municipal. Cerca de ese  lugar entró al “Infierno”[1] y se Tomó algunos tragos finos con comerciantes de ganado y allí  estuvo hasta la  tarde hablando de negocios; Muy cojo abandonó el lugar a las cuatro de la tarde para  coger el camino de su casa. Todos los movimientos y pormenores estaban siendo vigilados muy de cerca por personas que seguían al pie de la letra las instrucciones del padre Miguèz y la señorita Tránsito. Aún lo que hablaba era escuchado discretamente.
En la semana siguiente a los hechos, Diovigildo fue capturado y mantenido en el calabozo, incomunicado y sin derecho a visitas durante setenta y dos horas. De allí fue llevado al juzgado primero promiscuo municipal donde una vez rendida  indagatoria y surtidos otros actos legales fue trasladado al patio de la cárcel del Circuito. 
Aunque se presentaron sus influyentes amigos politiqueros y de negocios para pedirle al juez que aceptara una fianza en dinero y dejara libre con presentaciones a Diovigildo, el juez no accedió y se limitó a aconsejar que le pagaran un abogado  por que el asunto era  muy complicado.
Diovigildo, consciente de que irremediablemente tenía que pagar con cárcel su delito, pues su abogado así se lo dijo, se valió de todos los recursos a su disposición para no ser castigado o por lo menos obtener una considerable rebaja de su pena y fue así como uno de sus influyentes amigos llamó a Tránsito en privado y le propuso pagarle la cerda por un precio tres veces superior al valor comercial;  algunas de las hijas del inculpado viajaron desde Bogotá para pedir disculpas por la  actuación de su padre y hacer la misma proposición de resarcir el daño pagando el animal por un precio muy superior a su valor comercial.
La señorita Transito se mantuvo muy firme en sus principios de honradez, veracidad y justicia y no accedió a ninguna de las proposiciones para que retirara el denuncio.
_ “Solo cuando me devuelvan la cerda para mostrársela al Juez como prueba de que el robo no ocurrió, entonces retiro el denuncio. No voy a engañarme a mi misma ni  al  señor Juez con una mentira de esas. Eso es pecado”
Surtida y sustanciada toda la parte legal de judicialización y luego de tres meses de permanencia en prisión, Diovigildo en presencia de su abogado el doctor Vicente Pineda Pineda  y acompañado por dos guardianes compareció ante el despacho del juzgado para ser sentenciado. El joven  juez vestía  muy elegante con camisa blanca impecable almidonada, traje de  paño negro, corbata azul con rayas blancas y reloj de oro con  cadena del mismo metal en el bolsillo del chaleco;  el enjuiciador estaba sentado muy ceremoniosamente en un  sillón detrás del escritorio e  inspiraba cierto aire de gravedad; así presidió la lectura de la sentencia que  el secretario del juzgado efectuaba con voz grave y muy pausada. Diovigildo permanecía como indiferente en su silla de acusado con la cabeza baja y entre cerrados los ojos;  daba la impresión de  que nada le importaba lo que se estaba leyendo; estaba como en otro mundo.
La lectura llegó a  la parte resolutoria en los siguientes términos… Por lo expuesto anteriormente y agotada la parte probatoria junto con la intervención de la defensa, concedidos todos los derechos legales al sindicado y probada categóricamente y sin lugar a la duda la comisión del delito por…  este despacho procede a sentenciar a Diovigildo Lancheros Rodríguez a la pena máxima de  veintiocho meses de prisión que deberá cumplir con reclusión en la Cárcel del circuito de.
Al oír lo anterior Diovigildo hizo un movimiento brusco en su silla abrió  lo ojos, miró al juez  y cabeceó fuertemente preguntando con tono enérgico:
_ ¿Todo eso por una marrana doctor?
El juez muy serio le contestó con voz fuerte que  se oyó  en todo el tercer piso de la casa municipal
_”Eso no es por la marrana sino por los catorce marranos que dejó huerfanitos”.
EPÍLOGO
Desde la cárcel donde purgaba pena por hurto de ganado mayor Diovigildo exigió a sus cómplices pagarle abogado, encargarse de que nada faltara en su casa, visitarlo cada ocho días y entregarle una fuerte suma de dinero como compensación por  hacerse cargo ante las autoridades como único responsable del delito.  De no acceder a sus requerimientos serian  denunciados  ante la Fiscalía y el juzgado   y todo el pueblo y sus familias  sabrían de su condición ladrones
Los novatos malhechores sin poder satisfacer a su jefe en sus peticiones decidieron quitarse de una vez por todas el problema.
El joven aprendiz de sicario, no fue descubierto y pocos días después de asesinar a su maestro y jefe viajó a las selva del Guaviare para cultivar “coca”; allá en un  pueblo llamado “El retorno” fue ultimado de cinco disparos de pistola  calibre siete sesenta y cinco.
DEDICATORIA ESPECIAL
Al SEÑOR de los reyes por su infinita bondad y misericordia al permitirme escribir.
El agradecimiento sincero
A Toda mi querida familia: mi estimada esposa Flor Marina, mis hijos  Albert, Diana Yaneth, Àngela Edith  y muy especial a mis hermanos Clementina, Luis y Elena Pinzón Moreno. A mi estimadísima tía María del Carmen Pinzón Alfonso Q. E.  P. D.
A Héctor Roldán y Elizabeth Moreno Guzmán de quienes admiro sus escritos y su dedicación a la cultura de nuestro pueblo. Ellos me han motivado a escribir junto con Luz Castillo Quintero y Carlos su hermano. A Héctor muy especialísimo por hacer que este escrito llegue a los lectores.
A mis queridos  hermanos  Pablo Castillo Rodríguez, Rafael Alfonso Palacios.
A mis profesores y  compañeros de estudio promoción Maestros Bachilleres Instituto Integrado Nacionalizado Sergio Camargo 1.978
A Hugo Alberto Roa Morales y Ciro Tomás Cucaita parra, a mi muy recordado profesor Adriano Cucaita Parra.
Por supuesto a todas y todos mis queridos paisanos de Miraflores y Lengupá esa querida región que en boca Del escritor Héctor Roldán tiene tantas sorpresas como el Macondo de García Márquez.
Contribución especial a las historias de mi padre Roberto Pinzón Alfonso, (Q.E P. D.)  mi madrastra Concepción y muchas personas que ya no están presentes pero que no dejo de reconocer su aporte y las historias que desde niño les oí e impactaron mi vida.


[1] El infierno fue llamada desde la antigüedad una famosa tienda de guarapo muy cerca del matadero municipal y su primera propietaria fue la Señora Columna, una próspera empresaria de la miel y el guarapo.

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