Anécdotas, Cuentos, Historias

martes, 26 de febrero de 2013

Confesiones De una Beata.


En Miraflores.
"Los Parasoles" fot. de Carlos Arturo Rojas Sastoque.

Recordando vino a mi memoria la figura clara e imborrable de unas viejas Beatas solteronas; en esa época "SEÑORITAS" porque según   ellas  y muchas personas de la sociedad, las beatas no habían tenido, el placer del disfrute mundano de la lascivia y el goce carnal del sexo.

Tengo en mi memoria muy bien ubicadas a varias beatas solteronas las cuales recuerdo por varias cosas y situaciones; primero por que vestían diariamente con atuendos de color negro de pie a cabeza,  siempre con faldas largas de color negro, blusa blanca  de manga  larga, con encajes, zapatos  bajos como de fieltro, de color negro, medias de lana y un velo de color gris  o negro , mismo que se ponían  sagradamente tan pronto pisaban el  atrio   antes de entrar al templo  SAN JOAQUIN DE MIRAFLORES. Lo  otro  es que  siempre llevaban alguna canasta  con el presente para el sacerdote de turno, y expelían sus atuendos  un intenso olor a Naftalina, que hacian llorar y moquear al mas fuerte; así mismo, se les veía todos los días de lunes a lunes asistir a la misa de las Cinco de la mañana y a la de las seis de  la tarde, llegando siempre temprano antes de iniciar la celebración a entregar las viandas al sacerdote y a rezar el rosario.

Muchos sacerdotes, que no eran precisamente los más célibes, algo así como el famoso padre  Alberto Cutie; mientras estuvieron prestando sus servicios en la parroquia de Miraflores, abusaron en muchas ocasiones  de las fieles  y por supuesto  de varias de las beatas de la época.

El secreto de confesión;  debe ser  un secreto bien guardado por el sacerdote de turno, como uno de los mayores tesoros, el cual no puede ni ser revelado, ni menos aprovechado para  obtener beneficios  y satisfacciones personales;  pero como suele ocurrir,  en muchas de las ocasiones  se infringió,   y aprovechándose de situaciones particulares y privadas, se obtenían beneficios, económicos y  sexuales de muchas de las feligreses.

Una de las tantas beatas solteronas de la época, consiguió  un amante, con quien de manera furtiva mantuvo un romance de largo tiempo; los dos amantes creían que nadie sabía de sus encuentros pasionales, pero  como en todo pueblo chico, TODO EL MUNDO SABIA  y los últimos en saber que todo el mundo sabía  fueron el par de implicados.

El fulano   visitaba a la  beata solterona todas las noches  tarde,  después de las once de la noche, allí a su casa y salía en horas de la madrugada  de lunes a viernes, recibiendo  a cambio de sus servicios, la pasión inagotable de la beata,  y también un poco de dinero que usaba para sus necesidades personales incluida la vagancia. 

El enamorado;  después de un tiempo, se entero por boca de la misma beata, de  lo ocurrido    un Jueves santo mientras se confesaba; historia que muchos años después contaba con pelos y señales a unos pocos amigos  que estaban reunidos en la esquina del chisme en el parque principal, en el café de los parasoles y quienes empezaron a molestarlo por su secreto mal guardado cuando  precisamente paso la beata por el frente  del café de los parasoles a comprar unos botones al almacén "la economía" propiedad del profesor Ciro Zea.
"Almacén la economía". Fot Carlos Arturo Rojas Sastoque.

Ella,  la beata, iba a diario a misa y a confesarse tres veces a la semana, porque siempre creyó que todo lo que los hombres le decían, todo lo que ella pensaba, y todo lo que  su hombre le hacía, le decía y le insinuaba, ofendía a Dios, y que por todos estos pecados, iría sin piedad y de manera directa a parar a lo más recóndito  y profundo de las pailas del infierno

Ese día Jueves; contaba el  amante, ella entro sollozando al templo  y pidiendo misericordia; se acerco al altar en medio de un llanto lastimero, y  de rodillas clamaba perdón ante Jesucristo crucificado; en ese momento salió el sacerdote de la casa cural   a terminar de organizar los atuendos y demás para la ceremonia y cuando la vio  hincada allí frente al altar mayor, le dijo en voz alta y serena, AVE MARIA PURISIMAAAA.    Inmediatamente  le fue respondido por la beata SIN PECADO CONCEBIDO MARIA SANTISIMAAA. quien moviéndose lentamente de rodillas, con el rostro tapado por el velo y sollozando llego a los pies del sacerdote,  implorando  su perdón por lo que ese día Miércoles en la tarde le había ocurrido mientras iba para su casa después de misa de  12; cuando ella pasaba por frente  del Rubí, por la calle  que  conduce de la casa de  la Familia Quintero Mejía hacia el ocobo.
Casa del Taller de Don José. fotograifa de H. Roldan.

Padree , por favor, exclamaba  angustiada, mientras avanzaba de rodillas,  padre he caído en el más bajo y profundo abismo del infierno ayúdeme por favor.

El sacerdote muy tranquilo, la  calma y la lleva al confesionario, para que allí  proceda a contar tan trágico suceso.

Ya instalados uno  en el confesionario y la beata de rodillas fuera de este, empieza el relato Padreeeee, debo salir de  este abismo infernal, ayúdame soy pecadora, Satanás quiere llevar mi corazón y mi cabeza por la voluptuosidad y la lascivia, me  he dejado llevar por  la tentación de Satanás me he entregado a los deseos insaciables del demonio, Satanás me ha tentado, ayúdame por favor a sentiiiiir y a encontrar la salvación.

Tranquila hija cuéntemelo todo sin pudor. Que  el SEÑOR sabrá escuchar y perdonar.

Es que ayer miércoles, cuando salí de misa de doce, me fui para mi casa  y en el camino, tuve una debilidad que fue incitada por el demonio hecho persona, yo lo fui a ver, por qué era irresistible ,  me dieron ganas de tenerlo para mi, para mi gozo, y para mi regocijo, entonces  me presente ante ese hombre, yo le vi esa mirada lujuriosa, allá en  su trabajo en la esquina del rubí;  yo entre despacio a su zapatería, mientras él me miraba sentado desde su banco de madera  sosteniendo un yunque en su mano izquierda y un martillo en la mano derecha, Don José  de manera muy suave pero  insidiosa, tan pronto me vio entrar me dijo …… yo sé a qué viene  señorita….  y se lo voy  a dar…., pase mas para dentro…., acá a donde  no la vean..

Pasar a donde?  Le pregunto el sacerdote..

A una pieza pequeña, oscura, incomoda, horrible y  maloliente,  allí habían  otras dos mujeres, la señorita Omaira y la señora Lucrecia, el hombre también las tenia allí en ese lugar,  allí estaban las dos bien  metidas y creo, es mas, estoy segura que las dos también querían lo mismo que  yo.

Creo padre que también fueron tentadas por el demonio, por la lascivia, por ese deseo carnal irresistible que el demonio pone en nuestro camino. Yo me quería salir inmediatamente de allí; pero el demonio me lo impidió, no dejo que mi pensamiento cambiara; yo se que hice mal pero cuando menos me di cuenta, Don José se presento con él  en  la mano.

Yo lo vi primero, olia mal,  y me pareció muy chiquito, pero debió ser por lo oscuro, entonces  don José me dijo; quíteselas, porque si no no le va a poder entrar.

Y usted  se quito eso?

Si señor, yo me quite esa prenda que  solo usamos las mujeres, padre, y fue muy  humillante en principio pero  después me pareció   agradable y delicioso y sentí un gran descanso por que me quedaban muy apretadas.

Entonces me  quite esa prenda, porque si no, no me iba a entrar, como decía don José, luego don José, se puso de rodillas y mientras me lo acomodaba, me preguntaba una y otra vez, con esa voz misteriosa,   sugestiva  ¿ya  le entro bien? Pero yo no podía decir nada, no podía hablar del dolor, entonces me volvía a preguntar  ¿esta duro?  Lo siente duro? Si es así, entonces apriete fuerte para que   se le acomode mejor y no se le salga, a ver? muévase  un poco, si , asi… si... un poquito más, asiii ahiii, está muy bien; es que  con el uso,  ya  va a aflojar bien y ya no le va a parecer tan duro, ni tan molesto.

El sacerdote, en medio de la confesión también sintió los deseos carnales frente a la beata y de manera cariñosa  y con un leve jadeo, le pedía que continuara. pensando  también en obtener sus beneficios personales.

De allí de esa pieza, salí rápidamente por qué no aguante el dolor, salí muy maltratada, y me hizo sentar en la butaca de madera al frente de él, mientras me decía  de manera muy parsimoniosa,  sus    naranjas son las más jugosas que me he comido, y esa papaya sí que es grande , buena, rica y deliciosa, cuando puedo volver a tenerla por acá nuevamente.

Padre  yo no quiero regresar, allí, porque para ponerme los zapatos nuevos, que lleve a donde don José para que me les agrandara la horma  en su yunque, me debí quitar las medias y me dio mucha vergüenza, porque  cuando don José se agacho a ponérmelos, mientras lo hacia,  yo lo vi con ojos de deseo, y eso  es lo que me  tiene al borde de caer en el profundo infierno, además a don José  le gustaron muchos las naranjas y la papaya que le regale el día que  le lleve los zapatos para que no me cobrara mucho y  así fue ese día no me cobro, pero me dijo que cuando volviera no olvidara llevarle más frutas, pero es que  a mi no me gusta cargar, únicamente cargo las fruticas que yo le traigo a usted padrecito  pero a nadie mas.


Don José Guillermo Cruz, un señor muy conocido, respetuoso,  honorable y trabajador  tenía  su taller de reparación de zapatos  en la esquina del rubí, el se sentaba en su butaca de madera  y cuero, mientras sostenía en su boca un montón de tachuelas, y con sus manos laboriosas iba remontando, cosiendo, pegando y arreglando los zapatos viejos y nuevos que todos llevábamos a su taller para   arreglar. Don José Guillermo, en su yunque, colocaba los zapatos nuevos para darles nueva horma, él siempre respeto a sus clientes y  esto que la beata confesaba, no era mas que el pensamiento de lascivia que llevaba dentro, luego don Guillermo mientras arreglaba los zapatos le gustaba era comentar  los resultados de la cacería de armadillos que había hecho junto con el Pinto, y otros cazadores locales, con la la ayuda de  sus perros bravos en la Mocasía. 

1 comentario:

María Ligia Ballesteros Barreto dijo...

Je je je...¡Qué buena anécdota!, la que además de revelar las confesiones de la beata, nos trae de presente a don José Guillermo Cruz, a su labor, a la casa colonial de la esquina del Rubí; la que ojalá se le presten los primeros auxilios, de tal suerte que la podamos seguir viendo ahí, engalanado la esquina, recordando a don Guillermo, a su familia, al negocio de zapatería y a la misma historia de Miraflores.