Treinta viajes de ganado.
Después
de que el abuelo le regalo a Toño las
doce reses como premio por haber matado los chigüiros, él muy feliz los puso a
pastar en un potrero que tenía el hato muy cerca de la casa principal; desde
allí los podía ver todos los días, y les
ponía sal y todos los desperdicios que salían de la cocina, por lo que esos animales se volvieron muy mansos
y fáciles de manejar, que los obreros
hasta le rascaban los cojones.
Allí
en el hato había también muchos
marranos pero los abuelos no permitían que los desperdicios de la
cocina se les diera como alimentación a
estos cerdos, porque ellos tenían toda
la sabana llena de semillas de palma de moriche y con eso se alimentaban muy
bien todos los días; es que la Pepa de palma de moriche es tan buena que los
marranos se engordaban tanto que muchas veces
se morían por el camino muy
fatigados; entonces quedaban allí muertos y
del sol que les daba durante los dos o tres días hasta que se
encontraban, les derretía toda la
manteca a los pobres animales, creo que debían sufrir mucho en la muerte por que con esa gordura y el sol
derritiéndoles la manteca quedaban como fritos que ni siquiera los chulos ( Zamuros , Zopilotes) alcanzaban a ventarlos (verlos, olfatearlos) para comérselos de lo tostados que quedaban en esas
sabanas ardientes.
Los
marranos al igual que el ganado los buscábamos y embarcábamos una vez al año para llevarlos al mercado; esa
historia la cuento después.
Por
la razón anterior de la abundancia de comida en las sabanas, los desperdicios
de la cocina me los dejaban utilizar para
ayudar a alimentar mis primeros 12 toros blancos , cebúes, y morrudos
que el abuelo me regalo.
Como yo siempre he sido muy trabajador, rapidito, en menos
que canta un gallo, antes de un año completé trescientas reses y a todas
las puse en un solo potrero para
cuidarlas de verdad y enseñarles a esos que dicen llamarse
ganaderos como es que se engorda el ganado; como los últimos toros, eran bien
salvajes, animales fieros y mañosos, los
junte con los primeros doce que tenía ya muy mansos, para que aprendieran a
estar en su portero y en menos
de una semana se volvieron todos mansos muy mansos, pero eso fue, porque yo les
enseñé y se les acompaño con los primeros doce que me regalo el abuelo.
Estas
trescientas reses las tuve allí solo 2 años, 4 meses y cinco días, dándoles
comida, yo les picaba a diario y a cada momento, caña, pasto, les daba sal con melaza, desperdicio de la cocina, yuca , plátano, malanga, arracacha, cidrón,
ahuyama, frijol, calabaza, maíz, de todo lo que
encontrara y a veces hasta carne que sobraba de las cacerías que hacíamos con frecuencia; y de sobremesa para la sed no tomaban agua sino un guarapo bien preparado.
A
los dos años, 4 meses y 5 días, cuando
me vi un poco sin dinero, decidí vender
este lote de ganado, para pagar unos
pocos centavos que debía, y sacar para
comprar más reses, o ya en definitiva
una finquita con ganado, que fuera mía; entonces programé la salida de mi lote
de reses; en ese entonces al llano solo bajaban unos pocos camiones a repartir líchigo y cerveza, y en el verano otros a
llevar sal y a sacar ganado de las fincas; luego hice cuentas tengo 300 toros gordos, a cada
camión le caben 13 eso me daba 23 viajes de ganado, para que vayan más o menos bien y no lleguen tan estropeados al
matadero a Bogotá, conseguí los 23 camiones y llegaron todos al tiempo en
caravana hasta el hato del abuelo.
Allí
en la finca, todos pendientes con mis
toros porque eso si eran toros de verdad no como esos bichos a medio cebar que
sacan en otras fincas, a pesar de que aun les faltaba tiempo de cuido, porque
les debía faltar como más o menos un
añito más de tiempo; pero que podía
hacer yo; si en ese momento necesitaba el dinero.
Empezamos
a embarcar, con los obreros, mientras mi
abuelo desde un caballo miraba como esas reses caminaban lentamente para subirse al camión, a algunas debimos
ayudarles por que no podían por su peso subir solas al camión. Y cuál fue la
sorpresa pues que no alcanzaron las trece reses que tenia calculado en cada camión solo alcanzaron a entrar 10 y eso bien apretadas,
es que el peso de esos animales era muy bueno, según mis cálculos y yo soy
bueno para calcular y como conozco mi
tipo de engorde, cada animal debía estar pesando entre unos
597 kilos y medio a unos a unos
600 kilos y medio como mínimo.
Como
no me alcanzaban los camiones, mande a un muchacho a conseguir 7 camiones más para poder llevar todo el lote
de ganado en una sola caravana hasta Bogotá y hacer un solo negocio.
El
muchacho se fue muy rápido a
caballo a buscar los camiones, pero no
encontró sino 4 camiones sencillos para 10 reses cada uno y 2 doble troque (camión de dos ejes) para subir
las ultimas treinta reses.
Para los dos doble troque,dejamos los animales mas gordos y pesados; por que uno no sabe si por la espera, se pueden fatigar, cansar y tal vez morir alli bajo ese sol; asi que a cada camión,le subimos 15 reses; y ahí si fue que todos quedaron jetiabiertos (con la boca abierta),las 30 reses no se pudieron subir caminando solas al camión,entonces tuve que poner 5 obreros para que las amarraran y las halaran y empujaran dentro del camión; es que ese lote si era de verdad muy bueno pero muy bueno; esos animales estaban entre los 722 kilos y medio a los 798 kilos y medio de peso cada uno según mis cálculos y yo en eso no fallo.
Para los dos doble troque,dejamos los animales mas gordos y pesados; por que uno no sabe si por la espera, se pueden fatigar, cansar y tal vez morir alli bajo ese sol; asi que a cada camión,le subimos 15 reses; y ahí si fue que todos quedaron jetiabiertos (con la boca abierta),las 30 reses no se pudieron subir caminando solas al camión,entonces tuve que poner 5 obreros para que las amarraran y las halaran y empujaran dentro del camión; es que ese lote si era de verdad muy bueno pero muy bueno; esos animales estaban entre los 722 kilos y medio a los 798 kilos y medio de peso cada uno según mis cálculos y yo en eso no fallo.
Todos los obreros, los camioneros, los abuelos, los
tíos, los sobrinos y unos cuantos vecinos hacían corrillo viéndonos trabajar hacer
fuerza y sudar, para poder subir esos animales a los camiones, todos admiraban el tipo de ceba y la gordura
de los animales, entonces me preguntaban a cada rato como hacía para engordar ganado asi de rápido; yo
no les quise decir nada, y los deje con
la duda hasta el día de hoy.
Salimos
del hato un viernes y llegamos a Bogotá el lunes a las 1 de la mañana, y en menos de media hora llegaron los compradores,
todos querían comprarme mi ganado, para ello me ofrecieron por encima del mejor
precio del momento $297,50 más por cada kilo y yo acepte por que como estaba
necesitado de dinero y además como las reses
estaban muy cansadas por el viaje, tenía que hacerlo rápidamente;entonces, el negocio se
hizo, y empezamos a bajar el ganado para
llevarlo a la bascula, y otra sorpresa
cuando entro el primer lote, el dial de
la báscula se paso, porque la bascula de ese entonces no alcanzaba para soportar el
peso de esos animales tan lindos y
gordos, entonces tuvimos que
negociar todas las 300 reses al OJO. (al
cálculo aproximado)
Quince años después Toño se encontró con el comprador
y a este, jamás se le olvido ese
lote de ganado que le vendió en aquella ocasión cuando Toño empezó a cebar sus
primeras trescientas reses; en ese encuentro, le comento que el cálculo del peso
que le había dado a cada animal de
rendimiento de carne en canal, solo había fallado en unos pocos gramos y es que
en eso de calcular el peso del ganado al ojo, Toño fue el mejor de toda la inmensa
llanura Colombiana.
Gracias a la colaboración de algunos amigos de Miraflores.
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