Mirafloreño.
Hace unos años en el pueblo; había un personaje que presumía
siempre de toda su valentía, sus historias , su forma de vida y la jactancia
hacia las mujeres
Este personaje vivía por la
vía que conduce de Miraflores a
Zetaquira, por los lados de la rusa, quebrada que marca el límite entre las dos poblaciones
Juan el menor de
4 hermanos; era de caminar
erguido, sacando pecho, usaba casi
siempre Jeans de marca, camisas a cuadros, siempre abiertas en la parte
superior mostrando el pecho y un crucifijo gigante de cobre bien brillado dando
la apariencia de ser de oro, el Cristo pendía de una gran cadena del mismo
material gruesa y larga, que
servía fácilmente para amarrar los perros rabiosos, que siempre decía
tener en su finca, sus pantalones
coloridos de bota ancha muy ancha, bien
fueran tipo vaquero o de terlenka iban
siempre sostenidos con un cinturón de cuero o de piola muy ancho, con una chapa cromada en colores plata y dorado que
sobresalía a la distancia, botas tipo texanas,
puntiagudas de tacón corrido alto y
sombrero grande blanco o negro marca Resistol.
Estudiaba en el colegio
Sergio Camargo, junto con dos hermanos más y
una bella y bonita hermana, de
facciones delicadas. Todos los hermanos
buenos amigos y por supuesto compañeros
del colegio y de parranda.
En la época muchos de
los jóvenes estudiantes, sin necesidad alguna aparente, salían con destino a
las minas de Muzo, de Coscuéz o de
Somondoco, y cuya única finalidad era
conseguir abundante dinero, de manera
rápida aunque no fuera fácil,
debido a las difíciles condiciones de esos lugares.
El sueño del dinero rápido, hizo que varios de nuestros compañeros desertaran del
colegio y salieran con destino hacia las
minas de esmeralda, situación de moda impuesta por unos cuantos que se fueron
y encontraron fortuna, misma
que dejaron en las cantinas, en donde
doña Rosario y en artículos suntuosos
entre otros.
La llegada de los mineros era vista con asombro por casi todos
debido a sus exageradas y particulares extravagancias no solo en su
vestimenta sino en su particular forma
de comportarse, y esa moda fue admirada y seguida por muchos.
En el mes de marzo después de unas vacaciones de semana santa,
al Jachoso, se le dio la oportunidad de irse hasta Muzo, y allí en la mina tuvo la fortuna de encontrar
una gema que aunque de poco valor, fue
lo suficiente para hacer notar su cambio
en lo económico y demás.
Cuando llegó al pueblo
nuevamente, unos cuantos
escuchábamos con asombro sus historias y
cuentos, que relataban básicamente lo vivido en la mina, como
se debían esconder las esmeraldas, si se llegaban a encontrar y como
debían comportarse dentro de la mina, para que nadie se enterara de su suerte.
Fue asi como en una de sus historias, nos contó el día que
encontró la gema, de color verde brillante gota de aceite de la mejor calidad,
que debió tragarse, para evitar que los demás se percataran de su suerte. La
valiosa gema, debió pasarla con un buen
sorbo de guarapo, fermentado que tenían los mineros en su lugar de trabajo,
mismo que no solo les calmaba la sed, sino que les mantenía siempre entonados,
lo que les permitía trabajar duro y sin
descanso por mucho tiempo, algo asi como
si hubieran consumido una bebida energética.
El día en que la suerte le llegó, tenía en sus bolsillos algunas morrallas (esmeraldas de poco e
insignificante valor), que con mucho cuidado guardaba para poder obtener lo de los gastos diarios,
mas sin embargo cuando llego el momento
de la suerte, de manera inmediata guardo su gema en la boca y se la trago de un
solo golpe, mientras de manera disimulada, salía con destino hacia el
rancho hecho en tabla y paroy
o tela asfáltica.
Como a eso de las 7 de la noche
sin bañarse y sin comer nada,
salió sigilosamente, a vender las morrallas y obtuvo el dinero necesario para pagar en la
tienda donde le fiaban la provisión diaria,
y llegar hasta Chiquinquirá para permanecer allí por una semana como máximo, mientras la gema de gran valor salía del
tracto digestivo, y asi poder
venderla y con ello obtener la tan
anhelada riqueza.
El Jachoso llegó a Chiquinquirá,
y se hospedó en una posada por
una semana, misma que pagó por adelantado, y fue al restaurante más
cercano y contrató la alimentación por
el mismo tiempo; tiempo necesario y suficiente para esperar la expulsión de la
gema y hacer la respectiva transacción.
Mientras esperaba allí en el pueblo, compró una pistola y se fue a tomar unos
tragos a donde las bandidas locales y tuvo que enfrentar a otros mineros y
defender los derechos adquiridos de una
dama que los demás pretendían; para ello debió enfrentarse con 5 de los más
temibles hombres, quienes armados de
revolver y pistola, tuvieron la osadía de desafiarlo en el amor.
La historia fue contada a
cinco amigos del curso, que habíamos
sido invitados a tomar cerveza por parte
de él, en la cantina ubicada en la esquina superior del antiguo
matadero municipal, exactamente, al
frente del edificio de los Aponte Roa, y a la fama o carnicería de Don Julio Galindo, cantina que tenía una Rockola
antigua provista de las más populares
rancheras, música de carrilera y algunos
discos no más de seis o siete, de música romántica, la cual era colocada por
algunos del pueblo mientras consumíamos unas cuantas cervezas y que por la
intolerancia y diferentes gustos, de los asiduos visitantes del lugar, en varias ocasiones fue motivo de discusiones y peleas, por que cuando se metía
la moneda a la rockola, sonaba
música diferente a la solicitada.
Ese día, el jachoso, nuestro amigo, tan pronto llegamos a la cantina, le pidió a la dueña del establecimiento una canasta de
cerveza, misma que hizo poner bajo la mesa, y
él mismo la repartía entre los compañeros de estudio y de tomata del día, mientras nos contaba con lujo de detalles sus
historias en Muzo.
El día del encuentro con
los peligrosos hombres que armados
debió enfrentar, en Chiquinquirá, probó
su valentía, ya que uno a uno fue
cayendo producto de los certeros tiros
que salidos de su pistola hacían impacto fulminante en la cabeza y cuerpo de
los osados que desafiaron la valentía y
hombría del paisano.
Ya había trascurrido
un tiempo; todos sentados, escuchando al
amigo, mientras la cerveza seguía llegando por cajas, no
permitiendo en ningún momento que los invitados
levantáramos la mano para hacer el pedido, pues cuando el
paisano veía la acción, a voz
fuerte le decía a la propietaria del
negocio que trajera el pedido y lo sumara a su cuenta. A medida
que pasaban las horas, la música seguía sonando en la rockola al gusto del
personaje y todos con la boca abierta y
asombrados escuchábamos sin parpadear sus cuentos.
Fue asi como al tercer
petaco, o caja de cerveza, ya bien prendido, seguía narrando y
repitiendo como uno a uno de los osados desafiantes caían al piso,
mientras él pasaba por encima de los muertos repasándolos con un tiro adicional para mostrarles que un Mirafloreño se debe respetar.
En cada tiro adicional que
impactaba, los muertos se movían,
y el paisano les decía cada vez que descargaba los balazos “Pa que aprenda mapariu a no meterse con
los de Mirajloris”. Ya luego por
cada cerveza consumida, la cantidad de tiros fue aumentando hasta que llego a veinte tiros adicionales por cada muerto, y los mismos cesaron, solo cuando le dieron
ganas de ir a orinar, y mientras lo hacía, llego la policía, y debió escaparse por una ventana y venirse
para Miraflores.
Como a las once de la noche ya todos borrachitos y el
fulano dormido sobre la mesa, cuando fuimos a salir nos cobraron la cuenta,
pero nuestros escasos recursos no
alcanzaban ni siquiera para la mitad del
valor de la cuenta, luego debimos dejar
empeñado en la tienda algunos relojes
que teníamos disponibles, mas el poco efectivo; y asi poder salir para las casas y llevar en hombros al amigo hasta el hotel Yanuba y pedir hospedaje
para el mismo, ya que su casa era cerca a la rusa en la vía hacia Zetaquira y
no había condiciones para llevarlo hasta allá.
Mientras caminábamos
hacia el hotel Yanuba, se
despertó, y se sentó frente a la casa de los Cristancho, mientras nos manifestaba que si no queríamos que nos pasara lo mismo que
a los desafiantes de Chiquinquirá, debíamos seguir tomando, pero todos ya bien borrachos y cansados, le
manifestamos que no tomaríamos mas, por
que la cuenta la debimos pagar con el poco efectivo y completar el valor
dejando los relojes empeñados.
Tan pronto escuchó lo de
la cuenta y el empeño de los relojes, se quito
la cadena de cobre que siempre
llevaba, misma que cuando estaba
recién brillada, daba la apariencia de ser de oro y de la cual sentía mucho
orgullo, porque según él, su valor era
muy alto ya que decía ser de oro macizo de 18 Quilates, y de un peso de 250
gramos.
La cadena fue entregada a uno de los acompañantes, y este salió
rápidamente hacia la tienda a cambiarla por los relojes empeñados, pero
la dueña de la rockola, no la quiso
recibir ya que el oro se había vuelto oscuro después de tantas horas de uso.
Luego nuestros relojes debieron permanecer allí hasta que pudimos conseguir para poderlos desempeñar.
Mientras eso ocurría, seguíamos
sobrellevándole la beodez y
preguntándonos que había pasado con la esmeralda que había tenido que tragarse en muzo, y el porqué
no tenía dinero para pagar la cuenta, hasta que a uno
de nosotros se le ocurrió preguntarle.
En medio de la borrachera, el amigo Jachoso, respondió “No me joda
porque lo mato”; no ve que mientras orinaba allí donde las
bandidas, después de darle bala a todos, cuando llego la policía al lugar,
con la fuerza que hice para saltar por la ventana, me hice en los pantalones, y
del afán por escaparme, no tuve tiempo de buscar la gema gota de aceite y esta
se me perdió en el camino, y por eso fue que tuve que venirme nuevamente para el
pueblo a que mis papas me perdonen y me manden nuevamente al colegio.
Todos riéndonos de lo ocurrido, lo dejamos durmiendo en el
hotel Yanuba, para que siguiera teniendo sus sueños de valiente,
pendenciero, mientras su cadena de cobre
volvió a colgarse de su cuello, esperando un nuevo día.
Este amigo, no volvió a
aparecer desde ese día, por Miraflores, y se fue del pueblo con destino desconocido,
llevando con él la amistad nuestra, y la
vergüenza de esta historia, que nuevamente recordamos un día lunes
que nos encontramos en Bogotá
entrando a la casa de Boyacá, y que repasamos paso a paso, mientras maldecía,
los estragos que hace el alcohol en el ser humano y más en los jóvenes de tan corta edad, y mucho más cuando se
suman modelos de comportamientos sociales, salidos de
personas que han debido vivir por
diferentes circunstancias de la vida en medios violentos; modelos que
los niños van tomando de manera inconsciente mientras crecen y ven en
los mismos lo mejor para su futuro y asi con ellos seguir viviendo su futuro.
Luego la historia que
contara el fulano, aunque fue cierto lo
de su viaje a Muzo, con uno de sus tíos que vivía en Chiquinquirá cuando fueron hasta la mina a llevar unos
materiales de construcción, lo demás, no fue más que la misma historia, que
contaran unos adultos
en una tienda en Zetaquira un día sábado, y que aquel joven
escuchara con atención, y que por su
admiración hacia los esmeralderos de la época, la hizo como propia, la vivió,
la sintió y la expreso en medio de los tragos.
1 comentario:
AGRADABLE HISTORIA Y MUY CIERTA EN CUANTO A LA FIEBRE DE LAS ESMERALDAS. POCOS NOS SALVAMOS DE EMPRENDER ESTA AVENTURA.
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