Anécdotas, Cuentos, Historias

domingo, 26 de octubre de 2014

FLETEROS Y BRUJAS.



Los fleteros, son personas que  tienen por oficio, el transporte de  algo, especialmente mercancías,  usando diferentes  medios para ello, tales como  sus propios hombros o espalda, o  con  mulas,  o bueyes, y ahora  con vehículos diferentes.  A los que usaban las mulas  o los  bueyes para transportar  sus mercancías, se les llamaba arrieros y su oficio era la arriería.
Fletero, es una palabra que proviene de flete, que a su vez proviene del francés flet. Misma palabra que en cuba  toma un nuevo significado, aplicado de forma femenina (Fletera), a  las  damas que prestan  servicios sexuales.   Y ahora en los últimos años  la palabra se aplica a los ladrones que usan  motos y armas para robar a los incautos cuando retiran cantidades de dinero de las entidades.
El fletero, un trabajo que  lleno de orgullo a muchos de nuestros antepasados, ya que  fueron ellos los protagonistas más importantes del entonces, en el desarrollo y crecimiento de nuestros pueblos   en todo Colombia y en nuestro Lengupá también.
Su trabajo  de arriero o fletero,  era incansable diariamente,  con  su recua de mulas, transitando por los caminos de herradura o caminos reales,  muchos empedrados  otros  no, llevando valiosas cargas de cemento, ladrillo, víveres, rancho , licores, encargos especiales, cartas, encomiendas, razones, buenas y malas, noticias del acontecer  regional y nacional entre otras más. Luego un fletero no solo era un hombre trabajador, responsable sino extremadamente honrado al cual se le confiaba, mucho dinero  tanto en efectivo como en mercancías y del cual siempre  respondía.
Los fleteros debían  trabajar    todo el año  transportando  y abasteciendo   los diferentes pueblos con las mercancías que llegaban desde  puntos, o ciudades,   o pueblos más desarrollados,  hasta los  menos desarrollados, es asi que los fleteros  o arrieros en Miraflores, debieron transportar diferentes cargas  y mercancías en doble vía, desde   un lugar a donde llegaba el tren en Venta-quemada, hasta   Garagoa, Miraflores y desde allí a Páez, Campo Hermoso y la Ururia. Pero también desde  Somondoco, a  Garagoa, Miraflores, Pueblo Viejo o  Aquitania.
La recua de mulas era hasta de veinte mulas, que se manejaban entre  tres o cuatro hombres como máximo, los cuales debían ser experimentados en asuntos de la arriería y manejo de diferentes cargas, pues no era lo mismo una carga con miel que una carga de víveres o de madera,  y debía combinarse  la experiencia, la fuerza, la valentía, la aventura y la fortaleza para poder realizar este  importante trabajo: Ellos transitaban, por  caminos acompañados  con su vestimenta típica,  pantalón arremangado, camisa manga corta, cotizas o descalzos, sombrero,  ruana, o poncho,  un machete al cinto, y muchos   revolver, también sobresalía el famoso  tapapinche,( un delantal en cuero  grueso que servía para proteger el cuerpo y la ropa al manejar las diferentes cargas), no podía  faltar el caucho, o el hule,   la lámpara de aceite,  que luego fue reemplazada por la  linterna de baterías; mas  el infaltable carriel,  que siempre iba con el espejo,corta uñas, la peinilla de pelo, dinero, fotografías, documentos,  navaja, cigarrillos, fósforos, encendedor, dados, cartas,  y otros aditamentos necesarios para el  viaje.  
Sus largas jornadas iniciaban a muy temprana hora de la mañana, ( 2 AM) hasta la  un poco después de la penumbra de la noche, 6 PM, no importaba el  clima bien fuera invierno o verano,   luego debían sortear todo tipo de  inconvenientes desde que arrancaban la jornada hasta que se terminaba allí en los paraderos del camino, tiendas tipo Decamerón que  brindaban alimento caliente, dormida y diversión  para ellos, para su carga bodegas y  para sus mulas suficiente agua y  pasto.
El trabajo de la arriería  fue  fantasioso, y lleno de  agüeros, historias de amor, desamor y de mitos  leyendas y espantos.
Las mulas generalmente iban en formación en los caminos, siendo la  mula más vieja y experimentada la mula guía y detrás de ella las demás, cerrando con  otra mula experimentada, mientras en el medio iban las mulas más jóvenes,  casi todas  tenían su  nombre propio y  el dueño de la recua y los arrieros, las conocían a  la perfección no solo por su nombre sino por sus características y su comportamiento fuera y dentro del camino.
Dicen algunos arrieros que trabajaban entre Miraflores y Campo Hermoso llevando mercancías del almacén el camellón hasta estos pueblos, que por el  lado del morro llegando a la vereda del Encenillo en campo hermoso, salían con frecuencia las  brujas,  y en el verano de enero, en una noche de luna llena, mientras  avanzaban buscando ganar una jornada de camino, la mula  más    vieja y experimentada  no quiso  andar mas,  luego la recua fue deteniéndose poco  a poco y  en silencio,  los   arrieros sintieron carcajadas que salían acompañadas de llantos y gritos lastimeros del fondo de la montaña,  lo que les hizo engrosar la lengua, poner  los cabellos de punta y sentir un frio aterrador por todo el cuerpo, quedando casi paralizados, pues las brujas tenían  ganas de hombre esa noche y la mejor presa eran los arrieros que pasaban en esa noche por aquel camino.
La mula llamada Cecilia, mantiene su quietud, las orejas paradas y se rehúsa a continuar tratando de regresarse y dando coces interminables, el frio penetraba lo más profundo de los huesos, y el miedo se apodero de todos  hombres y animales incluido un perro suto que los acompañaba en su travesía. Don Jorge, el más experimentado de los fleteros o arrieros, con gran valor, sacó de su  cintura un cuchillo  de acero que había  sido regalado por  su esposa  y que estaba bendecido por el cura de turno, cuando este lo usó para cortar la carne que pusieron en el  ultimo almuerzo brindado al presbítero en su casa el día de la fiesta de la Virgen del Carmen.
Su cuchillo acerado, lo puso entre los dientes  apretándolo fuertemente, mientras susurraba un Padre Nuestro y un Ave María, asi poco a poco  fue pasando el  pánico a todos  mientras la calma volvía a  todos incluida la recua de mulas ,  y  el perro.  Momentos después nuevamente  se escucharon nuevos gritos y llantos lastimeros pero  ya no causaron miedo en los arrieros mas  si en las mulas, las cuales salieron desbocadas, por el camino botando la carga y perdiéndose entre la  montaña, por lo que  don Jorge debió sacar su machete, rastrillarlo contra el piso  y gritar, “salga pa`ca bruja hijueputa,  pa arrancarle el mechero (cabello abundante y desordenado)  con  mi machete y cortarle esa jeta en mil pedazos”.  
El silencio invadió el camino nuevamente y  a la distancia se escuchaban las mulas correr, mientras los  arrieros recogían y arrumaban la carga desperdigada por el camino, y otro iba en busca de la recua. Fue asi como las brujas dejaron de  desear a los hombres, y volaron por los arboles  que estaban sobre el camino, orinándose sobre los arrieros  una y otra vez, por lo que  don Jorge mandaba sin ver nada, machetazos al aire  buscando darle a alguna de las  brujas,   hasta que sintió un  golpe de destrozo,  y vio caer a una de las brujas al  piso, mientras del machete salían  gotas de sangre de un color rojo muy oscuro.
Todos debieron dormir en el camino esa noche  de luna llena en el enero veraniego,  porque  no fue posible  encontrar las mulas esa noche para volver a cargar, luego el cansancio  los venció  quedando profundamente dormidos hasta que aclaro el día.

Cuando despertaron   todos  despeinados  y  desconcertados, vieron el machete de Jorge negro, como si  hubiera  sido quemado con fuego,  y  escuchaban al perro suto detrás de una mata de monte llorar inconsolable, mientras a la distancia vieron a dos de las  mulas más viejas;   incorporándose rápidamente, salieron en busca de la recua de mulas y  don Jorge se fue a orinar cerca del a mata a donde se sentía llorar el perro, llevándose una gran sorpresa;  la bruja estaba allí tirada, tendida boca abajo, ya no tenía alas, no podía volar, y estaba  completamente  desnuda, con  muchos golpes en todo el cuerpo y una gran herida, en   una de sus piernas;  cuando don Jorge la vio,  le gritó “Bruja hijueputa, así la quería ver” y se le orinó encima, mientras la bruja  se quejaba, y pedía clemencia.
Es que  a las brujas no les gusta la sal y como la orina está llena de sal, le hacia un efecto muy fuerte, no solo sobre su condición de bruja sino también  sobre las heridas que esa noche le causo don Jorge con su machete. Acto seguido, la bruja se dio vuelta y se le pudo ver la cara, y  era nada más  y nada menos que  Doña Ernestina, la dueña de uno de los paraderos del camino, quien no solo era la comadre de  don Jorge sino también su amante, y que al no parar en su posada esa noche, decidió seguirlo con otras brujas más que  prestaban sus servicios sexuales  a los diferentes arrieros del camino.
Una vez descubierta la identidad de la bruja,  don Jorge decide  echarle agua bendita que  siempre llevaba, y  decirle que le perdonaba la vida porque ella sabia  muchos secretos, pero que  a cambio, debía ir a donde el padre “Melastoque”,  un cura  “regodo”, que  predicaba en  la “Fragüa” hoy Páez y Campo Hermoso , a confesarse, arrepentirse y  convertirse en  mujer buena, y si no lo hacía, él  mismo, se encargaría de quemarla viva tal como era la costumbre de la inquisición.

Hoy los arrieros  y sus historias,  han desaparecido y con ellos cientos de las historias del camino; solo quedan los fleteros modernos,  ladrones que con armas, seguimiento y motos, buscan el dinero fácil  de muchos incautos,  para robarlo, tal como ha ocurrido en estos días en Miraflores, en donde fleteros robaron  un botín  grande,  y las brujas  se cambiaron por policías deteniéndolos afortunadamente. Esta  situación que hoy ocurre, no solo es por la descomposición social, sino por la avaricia del dinero fácil, y la poca o nada discreción que se tiene en cada una de las transacciones  de dinero, pues con esto de los medios masivos  de comunicación no falta el  fachoso que   en la red  escriba que va a retirar del banco unos cuantos millones,   esperando que   unos cuantos fleteros le pongan un “me gusta”.

1 comentario:

José Otoniel Giraldo García dijo...

No todo fue fácil ni color de rosa para los valientes arrieros y fleteros dela época de la arriería. Además de las largas faenas , los caminos estrechos, los encuentros de recuas en los estrechos caminos y las inhóspitas montañas se les aparecen las brujas, mujeres enamoradas de los arrieros , que como son tan valientes y aguerridos son apetecidos por algunas mujeres calientes.
Hoy esas brujas no son mujeres sino hombres disfrazados de mujeres que están al acecho ede personas de bien que retiran plata en los bancos y le dicen a todos los amigos que tien platica en bancos y que van a retirarlas pá negociar una finca. esa noticia se riega y llega a oídos de fleteros profesionales y les dan burundanga para que les suelte todo y sin darse cuenta le entregan todo al fletero.