Eran perros finos de cacería.
En una noche de luna llena, Toño sentado en un taburete de
madera, forrado en cuero de ganado, en
la casa de uno de sus nietos,
narraba con mucha alegría, la
historia de los perros que habían en el Hato de Santa Helena, de propiedad
del abuelo; en los llanos orientales; Toño decía que al haber mucho animal de monte
como, cachicamos, chigüiros, venados, lapas, tinajos, conejos, pavas
montañeras, y muchos más, la labor de
caza era frecuente; no solo porque a todos nos gustaba mucho la carne de monte,
sino que en la cocina, la abuela y las
25 cocineras pedían tener suficiente carne para
darnos a todos los que
permanecíamos en el hato, que éramos muchos. De esa manera, la abuela
Catalina, también le ahorraba al abuelo el sacrificio de una res diaria, o de 7
marranos, que era lo que entre todos nos
comíamos cada día en las tres comidas.
Desde esa ocasión en que yo mate de dos disparos con la
Winchester a mas de 60 chigüiros y 15 venados que se comían la sal que el abuelo ponía bajo los árboles en un
pozuelo de madera para el ganado, todos
los animales de monte se arisquiaron (volverse precavidos, desconfiados y
montaraces) y no salían casi a lo limpio; por lo que debíamos salir una vez a
la semana a cazar para tener suficiente abastecimiento de carne en la cocina.
Desde que los abuelos se instalaron
en Santa Helena con toda la familia; llevaron
también con ellos 25 perros finos cazadores que el bisabuelo de mi abuelo
había conseguido en Santander de una de las fincas que fueran del
general Francisco de Paula Santander, y que según contaba el abuelo los
primeros perros que llegaron , los trajo como regalo Simón Bolívar en uno de sus tantos
viajes desde Europa, a su amigo el
General Francisco de Paula Santander, antes de que se disputaran el poder.
Todos estos perros eran de verdad
finos, muy finos y el abuelo no permitía que estuvieran sueltos para que no se
cruzaran con las perras criollas que
tenían los vecinos en las fincas colindantes. Entonces estos perros finos,
permanecían encerrados en unas jaulas especiales hechas con tabla y
bajo un ranchón grande de palma
que servía de perrera.
La semana de cacería, era un
acontecimiento esperado por todos, porque salíamos de la casa y nos íbamos durante toda la semana día y noche a la
cacería.
Una semana antes, se alistaban los
cartuchos y municiones para las
armas, que eran 12 escopetas de fisto, 1
carabina marca Winchester que solo usaba el abuelo y yo, también se alistaban
las linternas, la manteca de armadillo, y algunos alimentos, las armas debían estar
muy bien lubricadas, limpias y probadas
para que no fallaran durante la semana
de cacería.
El viaje se hacía saliendo de la casa
al medio día después del almuerzo, para
llegar a eso de las 4 de la tarde a la mata de monte que escogíamos en esa
semana para cazar; allí en ese lugar, nos apeábamos de los caballos, los desensillábamos,
(quitar los aperos, sillas o monturas) y
poníamos a pastar, mientras otros armaban
con hojas de palma un cambuche (refugio) para dormir y otro
para cocinar.
Esa misma noche a eso de las 7 de la noche salíamos con la
jauría de perros finos, los cuales se
habían dejado aguantar hambre durante los últimos tres días antes de salir a la
misión. A la cacería, solo se llevaban los perros machos y algunas hembras paridas; a todos se les untaba manteca
de armadillo mezclada con ajo machacado, en las patas, en las orejas, y en la barriga; con el fin de que las
culebras venenosas que abundaban
en el monte no los mordieran.
Los perros los soltábamos tan pronto olfateaban una huella de venado o de chigüiro, o de lapa y estos salían todos en gavilla a
perseguir a cuanto animal encontraran
mientras nosotros atrás , con nuestras
escopetas bien cargadas y listas.
Estos perros finos, cazadores y bien entrenados, por el abuelo y por
mi, no dejaban escapar a ninguna presa, todos trabajaban juntos
hasta que le daban cacería a cuanto animal se les cruzara en el camino.
Esto que les cuento; decía Toño esa noche de enero mientras
sostenía una totuma con guarapo fermentado del día anterior, frente a quienes
le escuchaban con mucha atención; Les cuento y no me lo van a creer menos mal
tengo testigos, la jauría de perros
cazaban tanto que nunca pudimos hacer un tiro a ninguno de los animales que quedaron en las fauces
de estos, porque ellos los agarraban por el pescuezo, y entregaban
la presa al amo. Entonces lo único que hacíamos era esperar en un punto
mientras los perros perseguían, daban cacería a la presa, y la entregaban.
Los obreros y yo, esperábamos con paciencia toda la noche, ya que la jornada terminaba a las 5 de la mañana, a esa hora regresábamos
al cambuche a comer, y a
descansar junto con los perros; eso sí a
los perros solo les dábamos una comida muy poca, que mezclábamos con pólvora
fina para que se volvieran mas bravos,
también los poníamos a oler la sangre de los animales cazados y les dábamos
suficiente agua; de esa manera siempre estaban listos para la siguiente noche.
Mientras unos descansábamos otros pelaban los animales cazados, otros preparaban la carne bien tasajeada, se salaba, se secaba al sol, otra parte, la poníamos
entre la manteca de chigüiro y asi la conservábamos en buenas
condiciones mientras llegábamos a la casa principal. Los cueros de todos estos animales se salaban bien y
ponían a asolear para luego llevarlos a
la casa, estos cueros los usábamos para,
forrar butacas y taburetes, ponerlos
de adorno y otro poco para venderlos y
regalarlos a los amigos y familiares que
visitaban la finca, los rabos de los armadillos los colgábamos en un lazo
por docenas como prueba de la cacería.
Los perros eran una fieras que hacían el trabajo por nosotros, estos animales los entrenábamos entre mi
abuelo y yo por más de dos años hasta que estaban
listos, después de varios años, a estos
perros no había necesidad de acompañarlos porque solo se les daba la orden de
ir en busca de los animales de monte y
ellos mismos iban solitos y llegaban a la casa con dos o tres venados.
Cuando me vine para esta mi
tierra Miraflores, me traje 4 perritos
de esos, una tarde, mientras estaba sentado en el café de los
parasoles tomando tinto y comentando con
unos amigos también amantes a la
cacería, llego un amigo que venía de Berbéo y nos dijo
“mientras ustedes están reunidos acá hablando allá abajo en el puente
del rio del Lengupá, vi pasar tres armadillos”
yo me quede muy callado y
rápidamente me fui a la casa, saque los
perros, los lleve al camino que conduce
del pueblo al rio, allí los solté y les di la orden de que fueran a cazar, al otro día muy a las 4 de la mañana me
fui a donde los había soltado y ahí
estaban los cuatro perros esperándome
cada uno con un cachicamo que habían cazado la noche anterior mientras
yo dormía
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