En Miraflores.
El golf, es un deporte élite, que consiste en introducir, una
bola en un hoyo mediante distintos tipos
de palos, empleando para ello el menor número de golpes posibles; asi de
sencillo es este juego, el cual se realiza en una zona verde perfectamente cuidada, en donde están
ubicados los hoyos.
Al ser un deporte practicado al aire libre, y por ser el
mismo, un juego, que depende del ritmo
del jugador, hace que sea muy estimulante o muy reposado, ya que allí solo se
juega contra sí mismo, y se puede
practicar en cualquier época del año y desde la más tierna infancia, hasta muy
entrados los años. Los campos en donde
se practica este deporte, tienen como mínimo
9 hoyos y como máximo 18, todos numerados análogamente, pero diferentes
entre sí, el espacio entre el tee, de salida y el green, se denomina calle, y
esta puede tener diferentes tipos de obstáculos, que hacen mas difícil la llegada de un lugar a otro (
arboles, lagos, trampas de arena, que se denominan Bunkers) y a los lados de la
calle, hay una zona denominada Rough (raf), donde la hierba no cuidada, dificulta los golpes del palo a
la bola cuando esta cae por allí. Una
buena competencia, consiste en jugar 18 hoyos consecutivos, y en otras,
se puede jugar a 36, 54,o 72 hoyos, repitiendo en varios días los 18 hoyos con
los que cuenta el campo.
Para jugar al golf, se requiere
una serie de palos, compuestos cada uno por una varilla con mango o empuñadura
(grip) y una cabeza con la que se golpea la bola, normalmente, la bolsa de
palos, está compuesta por cuatro maderas y 10 hierros, los cuales se usan, para
diferentes golpes que dan la distancia
bien sea tiros largos, cortos o medios.
Se dice que cada día que pasa,
uno aprende siempre algo mas o
por lo menos se entera de algo nuevo,
y cuál fue mi sorpresa cuando el
fin de año del 2013 y primeros días del 2014, cuando fui a pasar unas vacaciones a mi tierra, me
enteré de que allí se había jugado golf,
deporte elite del cual, cuando me enteré, debí buscar al protagonista de tan
importante hecho. Después de indagar, e insistir, encontré a la persona
que conocía la historia, de primera
mano, y que podía dar razón de donde encontrar a nuestro “Tiger Woods”
criollo, nada más y nada menos que el doctor en Ciencias Políticas y Jurisconsulto,
Jorge Oswaldo Vaca Huertas, quien fue el guía, y quien con sus dotes de investigador a lo Sherlock Holmes, encontró rápidamente a la estrella, a pesar
de que todas las estrellas de este deporte, son bien difíciles de encontrar, y más
de entrevistar..
Nuestro “Tiger
Woods”, pasó caminando, por el frente del antiguo teatro Esquivel, y fue
interceptado por el Dr. Vaca, quien le
solicito nos contara su historia. Pablo, un
hombre tímido, sencillo, humilde y de corazón inocente aun, inició
diciendo, mi padre fue el sepulturero
por muchos años, en Miraflores, yo nací y me crié en el cementerio del pueblo, y mi padre fue quien me crió, porque mi madre
según me contaron falleció al poco de tiempo de que yo naciera, como mi
padre era tan pobre y no tenia casa, ni como comprarme juguetes, desde muy
niño encontré los míos, eran únicos, originales y muy particulares, “eran los huesos de los muertos”
huesos que mi padre obtenía, de todos
los muerticos, que se debían sacar, de
la tumbas para darle paso a otros más recientes que llegaban.
Tuve como cuna una tumba, a la que mi padre me llevaba el tetero y allí debí crecer
hasta que empecé a caminar, cuando ya requería de juguetes, para divertirme, encontré mi primera calavera, y con ella como mi
mejor muñeco, jugué, me divertí, y aprendí
a quererla, como ahora los niños adoran sus peluches o a su mejor muñeco; esta fuerte, amarilla y sonriente calavera,
fue mi primer balón, mi primer muñeco y
mi primera pelota para jugar futbol, golf
y a veces beisbol, ya cansado de
darle golpes con mis manos y con los pies, opte por conseguir huesos, algunos
cortos, y otros más largos y otros extra largos como el
fémur, y con los mismos le daba golpes a
la calavera, dependiendo a donde estuviera
o a donde quería que llegara; y la hacía rodar de un lugar a otro, para
“embocholarla” (introducirla) en los
huecos de las tumbas mas bajitas que estaban sin ocupar; mientras le daba
golpes con el hueso, me gustaba mucho porque a pesar de tanto golpe que en
todo momento recibía, esta calavera no
dejaba de reír.
En mi infancia rompí muchas calaveras y muchos huesos, porque
allí en el cementerio debí pasar todo el tiempo, porque no tuve la manera, ni
la oportunidad de ir a la escuela a donde todos los niños iban a aprender, a estudiar y a jugar, luego mi hogar fue el cementerio, mi cuna y
mi cama las tumbas, mi profesor mi papa,
y mis juguetes los huesos de los muertos, y después mi trabajo, igual al de mi
padre, estar allí junto a los muertos.
Ya un poco más grande deje de jugar con los huesos, no porque no me siguiera gustando, sino que
ya tuve que trabajar y no tenía el tiempo para hacerlo, además como todo
lo que pasa con lo moderno, la calidad
no es igual a la de antes, por que los huesos de los muertos de ahora ya no sirven
para nada se rompen fácilmente, no era como los huesos de los muertos de antes, que esos si eran fuertes, muy duros, y duraban más tiempo, aguantando los golpes que les daba a
diario, sin que se rompieran fácil y sin que las calaveras perdieran la sonrisa.
Recuerdo que mi padre tenía una bolsa hecha de tela, que después fue
reemplazada por una de plástico, en la que guardaba los dientes de oro que encontraba
allí en las tumbas, una vez que eran sacadas las osamentas de las fosas.
Los dientes de oro que mi padre tenía guardados, eran muchos, debieron
ser como mas de 4 libras, y nunca supe
que se hicieron, pero es muy probable que los haya tomado el sacerdote, o un abogado de esa época, porque antes de que mi papá muriera, en una confesión,
le comentó al sacerdote de su ahorro, en oro puro, y a un abogado del entonces, lo contrató para
que le ayudara con una herencia una pequeña estancia, que nos dejara por el lado de Matarredonda, una de mis
tías que
se había ido para los llanos hacía varios años a pelear junto con Guadalupe Salcedo;
después de esto, jamás supe que paso con
los dientes de oro de todos los
muerticos que mi papa guardaba con mucho cuidado, tal vez para dejarme como
herencia, para que algún día los nietos, pudieran ir a estudiar hasta que
fueran doctores, pero ocurrió lo que jamás
se espera, no sé, si el sacerdote o el abogado del entonces, se debieron
llevar las varias libras de dientes de oro cuando se enteraron, bien del pecado
de mi padre, o como parte de pago por la defensa de la herencia que nos dejara
mi tía.
Debo decir, que esta historia
como muchas otras de Miraflores, no dejó de causarme sorpresa, y curiosidad, por lo que me tome el tiempo de
ir averiguando mas sobre el tema; en efecto encontré a otra persona que me
confirmo lo del sepulturero y su hijo, asi como lo de los dientes de oro, que celosamente guardaba en una bolsa el
sepulturero; yo llegue a pensar que tal
vez el sepulturero obtenía los dientes de oro
usando una pinza o algún alicate
para extraerlos de las calaveras
de los muertos que ya habían cumplido
su ciclo en un lugar y que luego
debían se trasladados a otra tumba, pero cuál fue la sorpresa de la versión
que me contara esta persona, cuando me conto, que
una vez, estaba jugando con otros niños y niñas, allí en el cementerio local, y se escondieron tras una tumba para ver con mucho sigilo lo que hacia el sepulturero
y vieron como sacó un muerto reciente, y antes de sellar la tumba, abrió
el ataúd, le abrió la boca y con un
ladrillo le dio golpes en la boca hasta que le quitó los dientes, que luego guardo en una bolsa,
en donde habían muchos más.
También me contó como en varias oportunidades pudieron ver al
niño, como jugaba alegre e ingenuamente con las calaveras y los huesos de los
muertos que salían de las osamentas,
que trasladaba el sepulturero su padre, de un lugar a otro para darle paso a
los más recientes; ella y otros niños
más del entonces, pudieron ver, como
aquel niño del cementerio, le daba golpes a las calaveras que hacían de pelota
de golf o de beisbol, con otros huesos; golpes tan fuertes como los del mejor
golfista o beisbolista, que hacían que muchas veces, las calaveras hechas pelotas,
se perdieran entre la maleza, de
donde salían nuevamente
a punta de golpes, como se hace en las mejores canchas de golf, o se rescataban, o reemplazaban por otras calaveras cuando se perdían, o si era imposible sacarlas de su escondite,
pues el reemplazo no era para nada difícil ya que allí en la ciudad de los muertos, había un almacén con inagotables calaveras que
servían de pelotas, las cuales este
humilde hombre uso, disfrutó y
aprendió a querer, mientras fue niño como sus mejores juguetes. A medida que
nos cuenta la historia, nuestro “Tiger
Woods”, con melancolía, con los ojos llorosos, y con un nudo en la garganta, recuerda a su padre, recuerda su pobreza, su cuna, su cama
y sus juguetes, añorando tener algún día, bien la finca que les dejo su
tía como herencia, o poder recuperar las
varias libras de oro transformado en
dientes, que su padre obtuvo de los muertos
y guardo celosamente por años, pero que
se perdieron en manos del sacerdote o del profesional que asumió la
defensa de su tierra, y que al día de
hoy aun sigue esperando, mientras sus hijos deben vivir en medio de la misma
pobreza que tuviera su padre y él en los años pasados, misma que hoy se hace
presente en la otra generación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario