Casquiflojas.
Fot Miraflores Boyaca. |
Herlinda, Julia y
Cecilia, tres hermosas jóvenes que en el
año 1971 tenían 20, 25 y 28 años respectivamente, eran hijas de doña Eloísa,
una señora que vendía, envueltos de
mazorca y de maíz pelado los días de mercado en Miraflores; es decir los días Jueves,
y domingos, los demás días de la semana
realizaba labores de lavado y planchado de ropa, en su casa, mientras atendía
una venta de guarapo; por el lado del Rayo, también Eloísa, para completar lo de sus gastos, hacia
pasteles de yuca rellenos de arroz , carne, arveja, y zanahoria, mismos que
freía en manteca la sevillana, ya que en esa época, solo había en el mercado la manteca de cerdo,
la manteca de res, y las mantecas de origen animal, como era la sevillana; en
esa época, no era común encontrar o usar aceites de ningún tipo; por supuesto
sus pasteles bien grasosos, los llevaba en un canasto, mientras en un una ollita pequeña llevaba un picado de
cilantro, cebolla y tomate, cargado con
un ají bien picante que compraba embotellado en la plaza de mercado y que
era comercializado por doña Blanca; los pasteles eran acomodados muy bien
dentro de hojas de plátano debidamente pasadas por fuego y los cubría con las
mismas, de manera que se conservaba el calor por un tiempo mayor, luego la
venta debía hacerse lo más pronto
posible, para evitar que al enfriarse
los pasteles, la manteca se coagulara y no pudieran ser consumidos de
manera agradable, estos pasteles, los vendía en las diferentes tiendas del
pueblo, especialmente en donde había personas tomando licor.
Las tres hijas,
jamás conocieron a su padre, debido a
que su madre, siempre se negó a manifestarlo, por miedo, o por vergüenza con ellas, además, porque en
el f0ndo de su corazón no sabía con exactitud quien era el padre de cada una de
estas tres jóvenes; ya que había tenido relaciones sexuales, un poco
desordenadas y había convivido con
varios hombres como pareja por tiempos
cortos, lo que le dificultaba aun mas, saber con exactitud el origen de
cada uno de sus embarazos.
Sus tres hermosa
hijas, día a día le ayudaban a Eloísa,
con los quehaceres del día; se levantaban muy a las tres de la mañana a alistar el maíz para los envueltos, la yuca
para los pasteles, y a alistar su ropa y
zapatos, para ir a la escuela a estudiar; su rutina era diaria y durante toda
la semana, descansando solamente el día domingo después de la misa de doce, permiso que
Eloísa les daba a sus hijas sagradamente todos los domingos, hasta las 11
de la noche máximo, mientras ella atendía los borrachos del pueblo y de las
veredas allí en su guarapería.
En las tardes después
de la llegada de la escuela, las jóvenes muchachas debían lavar su
uniforme, hacer otros oficios de
la casa y batir el guarapo para el siguiente día, para esta labor, debían quitarse
la ropa interior del día y así sin lavar
ponerla dentro de la gran olla de barro que contenía la súpia, (Fermento para la
bebida) , le agregaban buena cantidad de
miel de caña, un poco sal y agua, luego tapaban con una tabla de madera y
colocaban una piedra encima para sostener la tabla, de esa manera el guarapo empezaba la fermentación y estaría listo para los primeros clientes del
siguiente día. Esta rutina de colocar
dentro la olla de guarapo, la ropa interior de las jóvenes, hacía que la
clientela fuera más fiel, es decir era un método de fidelización de clientes,
los cuales siempre permanecían allí comprando y bebiendo la singular bebida, hecha de los jugos de la caña
mirafloreña, y acompañados de los sabores ocultos de los calzones de las hermosas jóvenes
Unos de sus primeros
clientes en llegar era Roque, y Carrillo,
acompañado de otros tantos escobitas del pueblo, y algunos muchachos que arreaban ganado entre Páez
y Miraflores, quienes día a día, dejaban
los billeticos allí a primera hora, ya
que el guarapo de Eloísa era uno de los más famosos dentro del gremio, no solo
por su calidad, sabor y fermento, sino
por el ingrediente que permaneció como receta secreta de familia, hasta el día
en que la inspección de policía en compañía de la renta departamental llegaron
a su casa a revisar y encontraron tan
singular receta y secreto,que era el ingrediente de fidelización de clientes, y que enamoraba
a los asiduos bebedores.
Los días domingos,
en horas de la tarde y a primeras horas
de la noche, Eloísa aprovechaba la gran
cantidad de clientes allí en su negocio, para tener relaciones sexuales
con quien hiciera la propuesta, obviamente a cambio de
algunos pesos de más.
Eloísa siempre
fue responsable económicamente con sus hijas; jamás les faltó ni sus uniformes,
cuadernos, lapiceros y libros, ni sus buenos vestidos y zapatos, sino que además
siempre tuvieron buena disponibilidad de dinero que llevaban a diario a la
escuela para sus onces.
Mientras Eloísa atendía
sus negocios, las jóvenes después de misa salían a recorrer el pueblo; partían
de la iglesia San Joaquín de Miraflores,
hacia el alto de Santa Bárbara, hasta
la ceiba del pozuelo, luego regresaban y
tomaban la calle del hospital Elías Olarte, pasando por el frente de la casa de
Doña Sara, una señora que fue bibliotecaria del colegio por muchos años, hasta llegar
nuevamente al parque, su camino
continuaba por la calle que conduce al
ocobo, la palma y el cementerio, dando
la vuelta por la avenida Romero Hernández, por la plaza de mercado, luego hacia la calle del matadero y subían hacia la
frontera hasta llegar al campín, luego regresaban y en la frontera tomaban la calle que conduce, a donde es hoy el hospital Elías Olarte, y
regresaban; bien por calle de la casa
del doctor Pineda, o por la calle del club social, y así hasta
completar un circuito , en donde no quedaba
lugar alguno por donde las patrullas no hubieren pasado sin revisión alguna.
La rutina de
recorrer el pueblo, domingo a domingo y palmo a palmo, tenía que ver con varios aspectos, uno de los principales
era ver si alguno de los amantes de su madre estaba en alguna cantina o guarapería
tomando y compartiendo con otras mujeres, estar actualizadas de lo que ocurría en el pueblo y también sin que
la madre lo supiera, ellas iban en busca de sus clientes especiales, los cuales
invitaban a tener relaciones sexuales a
cambio de algunos pesos. Los clientes de las jóvenes eran comerciantes,
farmaceutas, algunos profesionales del entonces, muchachos jóvenes estudiantes del colegio,
ganaderos y trasportadores, ellas
buscaban los diferentes clientes en los
diferentes lugares, y esperando la penumbra se internaban en algún lugar, en
donde satisfacían los requerimientos
sexuales de parte y parte.
Las patrullas,
aprendieron a manejar sus clientes con un mecanismo de fidelización especial, ya que las tres hermanas se acompañaban
siempre y de manera silenciosa, no solo veían el espectáculo, sino que además guardaban el secreto especialmente de
personas que hacían uso de sus servicios,
a cambio de regalitos, los usuarios, generalmente casados, y con buena capacidad
de pago, eran los predilectos.
El modo de
accionar de las patrullas, después de cada faena con el cliente especial,
era pasar domingo a domingo por los almacenes, farmacias y demás, insinuando una nueva faena, por supuesto con pago; pago extorsivo que los clientes hacían con dinero
en efectivo, joyas, y mercancías como medicamentos, perfumes, telas, zapatos, o licor;
mismo que comercializaban y vendían a precios bajos a muchos jóvenes de la época.
Las patrullas
operaron durante unos tres años, hasta
que las tres al tiempo quedaron en
embarazo; al igual que su madre, nunca supieron el nombre de los padres de sus
hijos, sin embargo siguieron obteniendo dinero
de muchos, ya que todos aquellos que habían tenido relaciones sexuales
en los últimos meses, se sentían culpables y responsables de este hecho, y para evitar el escándalo seguían
entregando dinero a cambio de su silencio. Nueve meses después del nacimiento de sus
hijos y luego de la muerte de su madre quien falleció de una enfermedad , que los galenos locales no pudieron diagnosticar,
pero que en el Instituto Nacional de Cancerología fue confirmada como un cáncer de Útero causado por el virus del papiloma humano VPH, en estado
avanzado, uno de los clientes, las llevo a las tres para la capital y allí las puso a
vivir en una casa, por el barrio Bosque Popular, y les ayudo de manera permanente y en secreto de amigos y familiares, ya que este personaje era uno de los mas
prestantes del pueblo y no podía permitir que
su moral, el amor por su esposa
y por sus hijos fuera puesto en duda ni un solo instante.
El fulano murió
años después, producto de una cirrosis
causada por el exceso de alcohol que día
a día después de su trabajo consumía en el club social, o en el café de los parasoles, acompañado de sus mejores amigos del entonces.
De las patrullas, no se volvió
a saber prontamente, años después, se supo, que eran las amantes de unos unos paisanos y
amigos de Gonzalo Rodríguez Gacha,
que Vivían en el Rodadero en Santa Marta, que se habían hecho varias cirugías estéticas de cola, abdomen y mamas, pues debían estar
no solo a la moda, sino que debían seguir conservando el atractivo que pedían sus
nuevos benefactores. Pues como dice la
novela “sin tetas no hay paraíso”. Ni para!
Eso!.
Este relato se hace gracias a la colaboración de un paisano que oculta su nombre, es como se decía en las complacencias de Ciro Espejo, hace años por los lados de la plaza de mercado, en la caseta frente a doña Santos.
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