EL ROBO DE LA MARRANA
Un texto de Julio Roberto Pinzon Moreno
El escrito que hace parte de los numerosos
documentos en que consta este caso y que reposa en el archivo general del municipio
comienza así:
Yo,
Transito Vega Heredia, mayor de edad, vecina de la vereda de Matarredonda, de
esta jurisdicción, identificada como aparece al pie de mi firma, con todo
respeto y acatamiento expongo ante el
Señor Juez:
Hija
de padres Católicos, trabajadores, honrados y cumplidores de los mandamientos
de la Santa Madre Iglesia, educada con todo el rigor que corresponde a la “hijas
de María” y heredera de las buenas
costumbres de mis progenitores, soltera,
sin hijos, a mis sesenta años de edad nunca
he faltado a la santa misa los domingos ni a las festividades y celebraciones dedicadas a la virgen María y actos
religiosos celebrados por nuestros
sacerdotes. A nadie he hecho mal y por el contrario practico las buenas
obras de misericordia como dar de comer al hambriento y de beber al sediento y
dar posada al peregrino, proveo económicamente para algunas las
necesidades de la parroquia y ayudo a gente necesitada.
Muy
joven me hice cargo de mis padres y velé por ellos hasta cuando fueron llamados
a la presencia del creador. Tenía cuarenta años cundo falleció mi madre luego
de soportar una penosa enfermedad que la mantuvo paralítica durante diez
años. Mi padre dejó este mundo apenas el
martes de la semana pasada, luego de confesarse y recibir del padre Miguèz la
sagrada comunión y la extremaunción,
murió en la gracia del Señor y de María santísima.
El
miércoles tuve que dejar la casa sola para estar en el pueblo arreglando las
cosas para dar sagrada sepultura a mi progenitor a quien enterramos el jueves a
la tres de la tarde y solo hasta el viernes en la noche luego de participar de
la celebración del viacrucis volví a mi casa y noté que la cerda grande de cría
que amamantaba catorce lechones no estaba; la vecina Florinda Vaca encargada de
dar vuelta a la casa y dar de comer a
los animalitos me dijo que la cerda no amaneció en la cochera el día jueves y desde entonces ella estaba alimentando los cerditos con biberón suministrándoles tetero con
leche de vaca para evitar que
murieran de hambre.
Del
robo de la cerda culpo a Diovigildo Lancheros Rodríguez quien ha sido de mala
fe toda su vida y acostumbra robar en las casas de personas solas y sobre todo
cuando las familias viajan o se les presentan urgencias de atender como en mi
caso. Este mal vecino es de los que practican el dicho de que “unos en bulla y
otros enterrando la uña”. El señor Juez puede consultar la historia de este
hombre y se dará cuenta de todas sus fechorías; la mayoría de ellas sin castigo
por falta de pruebas; muchas no denunciadas por miedo a la venganza.
Yo
aunque mujer sola y anciana y sin temor
a lo que me pueda ocurrir denuncio penalmente
a Diovigildo Lancheros Rodríguez ante el despacho del Señor juez por el delito del robo de una cerda de
cría, de mi propiedad y proveo todas las pruebas y testimonios suficientes
sobre el hecho, los cuales pongo en manos de la autoridad para que se aplique un
castigo ejemplar; este sujeto tiene asoladas las veredas y sobre todo las
casas de las viudas y gentes cortas de
espíritu a quienes intimida para que no lo denuncien; hace apenas unos meses el
inculpado aprovechando que una señora viuda a cargo de sus cinco nietos menores de edad y huérfanos fue
remitida a Bogotá enferma de cáncer le
robó la única vaquita que tenía y que daba la leche para los niños. Esta maldad
sigue en la impunidad.
Según
lo encontrado en los documentos depositados en el archivo podemos resumir:
El
jueves en la mañana la señora Tránsito en su duelo y ocupada de los pormenores
del funeral de su padre fue avisada del robo de la cerda y entonces recordó que en la semana anterior Diovigildo había
llegado a su casa donde ella lo atendió
personalmente sirviéndole guarapo y haciéndole esperar para darle “un bocado de comida”. Diovigildo hizo elogio de la calidad y raza
de la cerda, de tan buena “paridera” y la gran cantidad de
cerditos que estaba criando lo cual raras veces ocurría. Así, entre charla y charla propuso negocio
por la cerda ofreciendo pagar un buen precio por ella. Doña transito extrañada
por esta proposición no aceptó vender el animal argumentando que cómo iba a dejar huérfanos a los cerditos con
apenas ocho días de nacidos. Este fue el primer indicio de que el ladrón era
Diovigildo.
Enterada
del robo, sin perder tiempo la señorita Tránsito habló en secreto con el padre
Miguéz, el Pàrroco; este era un buen
sacerdote, activo, enérgico y muy humanitario; él le aconsejó lo que debía hacer y le propició toda
la ayuda necesaria.
Se
dispuso de todo un discreto y efectivo servicio de espionaje y vigilancia sobre la
vivienda del presunto ladrón y el seguimiento
de todos los movimientos que este realizara, incluyendo averiguaciones a
vecinos y personas que frecuentaban los caminos de acceso a las fincas; eso sí,
sin alertar autoridad alguna y menos a la policía; lo referente a las autoridades debía hacerse cuando ya Diovigildo no tuviera la
menor posibilidad de negar su delito; no podría darse campo para que el malhechor se burlara una vez más de la
justicia y de su víctima.
Algunos
de los detalles con que contó el juez
para dictar sentencia fueron:
A
eso de las ocho de la noche aprovechando que la casa estaba sola Diovigildo
acompañado de una mujer llegó a la cochera y con un lazo nuevo amarró la cerda
muy bien poniéndole un cabezal reforzado con fiador o barboquejo y haciéndole unas lazadas en el espinazo por
detrás de las patas delanteras del animal, casi arrastrándola la sacó de la
cochera hasta el camino real y él cabestreando y la mujer arreando lograron
llegar con la cerda hasta cerca de la casa de Diovigildo a eso de las dos de la
mañana; ya en ese lugar su vecina Chiquinquirá Colmenares se hizo cargo del
cuidado de la cerda ocultándola en unos matorrales, donde estuvo amarrada hasta el sábado en la madrugada cuando fue llevada
al pueblo para entregarla un negociante de cerdos que la llevaría a
Ramiriquí para ser sacrificada.
El
viernes Diovigildo se dedicó a laborar en su estancia desyerbando yuca y
cortando algunas cañas para una molienda; a eso de las dos de la tarde ya bien
vestido y abrigado con la elegante
chaqueta amarilla, muy cojo y trancándose con la vara de guayacán caminó hasta
el pueblo, se apuró unos “amarillos” en la “Cascada Chiquita” y se dirigió a la
plaza de mercado. Esperó hasta las cinco de la tarde hora en que llegó de Páez
cargado de cerdos el camión de don Chucho Duitama. Habló algunas palabras a
solas con el negociante y recibió unos cuantos billetes que disimuladamente
guardó en el bolsillo interno de la chaqueta. De vuelta en la Cascada Chiquita
se hizo servir otros whiskies y cogió camino para su casa sin pasar por la esquina
de don Torcuato donde doña Transito
tenía la pieza para dormir y guardar sus cosas cuando permanecía en el pueblo.
Muy
temprano el sábado entre oscuro y claro por la carretera a Garagoa bajaba
Diovigildo cabestreando la cerda y su vecina Chiquinquirá arreando, se encontró
con Joaquín Hernández, uno de los espías
al servicio de la señorita Tránsito, quien simulaba ir a ordeñar las vacas en
una finca a su cargo. Diovigildo lo
saludó amablemente y como en tono burlón le dijo: “me cogió la tarde”. La
declaración de este campesino fue una de las más contundentes en contra del
ladrónl.
En
el sitio denominado “el Topòn” en la salida a Tunja Diovigildo entregó la cerda
que de inmediato entre varios hombres con gran destreza la subieron al camión y
don Chucho sin bajarse del carro le entregó otros billetes que Diovigildo no se molestó en contar. El vigilado se
despidió con mano dada del negociante y se dirigió al
mercado del ganado en el matadero municipal. Cerca de ese lugar entró al “Infierno”[1] y se Tomó algunos tragos
finos con comerciantes de ganado y allí estuvo hasta la tarde hablando de negocios; Muy cojo abandonó
el lugar a las cuatro de la tarde para
coger el camino de su casa. Todos los movimientos y pormenores estaban
siendo vigilados muy de cerca por personas que seguían al pie de la letra las
instrucciones del padre Miguèz y la señorita Tránsito. Aún lo que hablaba era
escuchado discretamente.
En
la semana siguiente a los hechos, Diovigildo fue capturado y mantenido en el
calabozo, incomunicado y sin derecho a visitas durante setenta y dos horas. De
allí fue llevado al juzgado primero promiscuo municipal donde una vez
rendida indagatoria y surtidos otros
actos legales fue trasladado al patio de la cárcel del Circuito.
Aunque
se presentaron sus influyentes amigos politiqueros y de negocios para pedirle
al juez que aceptara una fianza en dinero y dejara libre con presentaciones a
Diovigildo, el juez no accedió y se limitó a aconsejar que le pagaran un
abogado por que el asunto era muy complicado.
Diovigildo,
consciente de que irremediablemente tenía que pagar con cárcel su delito, pues
su abogado así se lo dijo, se valió de todos los recursos a su disposición para
no ser castigado o por lo menos obtener una considerable rebaja de su pena y
fue así como uno de sus influyentes amigos llamó a Tránsito en privado y le
propuso pagarle la cerda por un precio tres veces superior al valor comercial; algunas de las hijas del inculpado viajaron
desde Bogotá para pedir disculpas por la
actuación de su padre y hacer la misma proposición de resarcir el daño
pagando el animal por un precio muy superior a su valor comercial.
La
señorita Transito se mantuvo muy firme en sus principios de honradez, veracidad
y justicia y no accedió a ninguna de las proposiciones para que retirara el
denuncio.
_
“Solo cuando me devuelvan la cerda para mostrársela al Juez como prueba de que
el robo no ocurrió, entonces retiro el denuncio. No voy a engañarme a mi misma
ni al señor Juez con una mentira de esas. Eso es
pecado”
Surtida
y sustanciada toda la parte legal de judicialización y luego de tres meses de
permanencia en prisión, Diovigildo en presencia de su abogado el doctor Vicente
Pineda Pineda y acompañado por dos
guardianes compareció ante el despacho del juzgado para ser sentenciado. El
joven juez vestía muy elegante con camisa blanca impecable
almidonada, traje de paño negro, corbata
azul con rayas blancas y reloj de oro con cadena del mismo metal en el bolsillo del
chaleco; el enjuiciador estaba sentado
muy ceremoniosamente en un sillón detrás
del escritorio e inspiraba cierto aire
de gravedad; así presidió la lectura de la sentencia que el secretario del juzgado efectuaba con voz
grave y muy pausada. Diovigildo permanecía como indiferente en su silla de
acusado con la cabeza baja y entre cerrados los ojos; daba la impresión de que nada le importaba lo que se estaba
leyendo; estaba como en otro mundo.
La
lectura llegó a la parte resolutoria en
los siguientes términos… Por lo expuesto anteriormente y agotada la parte
probatoria junto con la intervención de la defensa, concedidos todos los
derechos legales al sindicado y probada categóricamente y sin lugar a la duda
la comisión del delito por… este
despacho procede a sentenciar a Diovigildo Lancheros Rodríguez a la pena máxima
de veintiocho meses de prisión que
deberá cumplir con reclusión en la Cárcel del circuito de.
Al
oír lo anterior Diovigildo hizo un movimiento brusco en su silla abrió lo ojos, miró al juez y cabeceó fuertemente preguntando con tono
enérgico:
_ ¿Todo
eso por una marrana doctor?
El
juez muy serio le contestó con voz fuerte que se oyó
en todo el tercer piso de la casa municipal
_”Eso no es por la marrana sino por los
catorce marranos que dejó huerfanitos”.
EPÍLOGO
Desde
la cárcel donde purgaba pena por hurto de ganado mayor Diovigildo exigió a sus
cómplices pagarle abogado, encargarse de que nada faltara en su casa, visitarlo
cada ocho días y entregarle una fuerte suma de dinero como compensación por hacerse cargo ante las autoridades como único
responsable del delito. De no acceder a sus
requerimientos serian denunciados ante la Fiscalía y el juzgado y todo el pueblo y sus familias sabrían de su condición ladrones
Los
novatos malhechores sin poder satisfacer a su jefe en sus peticiones decidieron
quitarse de una vez por todas el problema.
El
joven aprendiz de sicario, no fue descubierto y pocos días después de asesinar
a su maestro y jefe viajó a las selva del Guaviare para cultivar “coca”; allá
en un pueblo llamado “El retorno” fue
ultimado de cinco disparos de pistola calibre siete sesenta y cinco.
DEDICATORIA
ESPECIAL
Al
SEÑOR de los reyes por su infinita bondad y misericordia al permitirme
escribir.
El agradecimiento sincero
A
Toda mi querida familia: mi estimada esposa Flor Marina, mis hijos Albert, Diana Yaneth, Àngela Edith y muy especial a mis hermanos Clementina,
Luis y Elena Pinzón Moreno. A mi estimadísima tía María del Carmen Pinzón
Alfonso Q. E. P. D.
A
Héctor Roldán y Elizabeth Moreno Guzmán de quienes admiro sus escritos y su
dedicación a la cultura de nuestro pueblo. Ellos me han motivado a escribir
junto con Luz Castillo Quintero y Carlos su hermano. A Héctor muy especialísimo
por hacer que este escrito llegue a los lectores.
A
mis queridos hermanos Pablo Castillo Rodríguez, Rafael Alfonso
Palacios.
A
mis profesores y compañeros de estudio
promoción Maestros Bachilleres Instituto Integrado Nacionalizado Sergio Camargo
1.978
A
Hugo Alberto Roa Morales y Ciro Tomás Cucaita parra, a mi muy recordado
profesor Adriano Cucaita Parra.
Por
supuesto a todas y todos mis queridos paisanos de Miraflores y Lengupá esa
querida región que en boca Del escritor Héctor Roldán tiene tantas sorpresas
como el Macondo de García Márquez.
Contribución
especial a las historias de mi padre Roberto Pinzón Alfonso, (Q.E P. D.) mi madrastra Concepción y muchas personas que
ya no están presentes pero que no dejo de reconocer su aporte y las historias
que desde niño les oí e impactaron mi vida.
[1] El
infierno fue llamada desde la antigüedad una famosa tienda de guarapo muy cerca
del matadero municipal y su primera propietaria fue la Señora Columna, una
próspera empresaria de la miel y el guarapo.
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