Mieles de mi tierra.
Un cuento escrito por Julio Roberto Pinzón Moreno.
Fot: Ligia Ballesteros, Miriam Vargas. |
Entre
oscuro y claro llegaron a “La Bavaria” cuatro cargas de miel a lomo de buey,
venían de la vega, de las enramadas de don Aurelio Peña. Doña Rosa mandó darle guarapo a los arrieros; le sirvieron a cada uno su totumada del más
fuerte y les repitieron la bebida, mientras varios de los clientes y arrimados
de la tienda bajaron las cargas, de a
dos zurrones cada una; pesaron cada zurrón y le dieron el dato a doña Rosa, la patrona quien metiendo al seno sacó
la abultada bolsa de tela que colgaba al cuello sujetada por cordón e hizo el
pago con morrocotas de cincuenta centavos y algunos nicles de menor valor. Esta
mujer era para unos “Doña Rosa”, la
patrona, para peones y arrimados, Rosita para los del pueblo y
suegra para los más atrevidos.
Echar
la miel en la pipa grande , escurrir en
ella los zurrones, lavarlos, y echar la
“juagadura” para rendir la miel del guarapo del día siguiente
era tarea y responsabilidad absoluta de un tal Aurelio Moreno. Nadie se
explica porqué esa tarde el “Juan
Cortico”, se encargó de esa labor sin
nadie mandarlo y esto lo mantuvo ocupado
hasta bien entrada la noche descuidando la costumbre de ayudar y cuidar a la
cajera en las horas de mayor congestión.
“Para esa época “La Bavaria”, famosa tienda de
guarapo en el camino a Garagoa estaba en
su mayor apogeo; guarapo para todos los gustos, piquete para los doctores y
señores del pueblo, posada para los viajeros y
“borrachitos” que se dejaban coger la noche; allí se tomaba el mejor
guarapo de la larga jornada entre Miraflores y Garagoa; el más fermentado hervía
desde el día anterior en ollas de barro y barriles de madera, mientras “el
dulce” y “el señoritero” se revolvía en
vasijas que no fueran fermentadoras
y con muy poca “supia” para que no se pasara de tomar. De la Bavaria
nunca se oyó decir que le revolvieran el guarapo con calzones de mujer para amarrar a los clientes; sí corría la
bola que la patrona compraba unas pastas
que le echaba a la miel y que con solo media fermentaba una carga. De ahí el
tan emborrachador y preferido guarapo de
este negocio. Esa tienda era la primera en el viaje Miraflores – Garagoa, más
quedaban otras ventas como ¨Punticos”,
y “Sucuncuca”; ya en tierras de Garagoa
quedaba “La Balvanera” , “El Juncual” y los “Balcones” ; sin embargo nada mejor que el guarapo de Miraflores y
mucho mejor siendo de la Bavaria. Mucho más gustador si lo servía Clemita, la hermosa niña hija de la
patrona. Ninguna tan güena moza como ella a decir de quienes la conocieron en
edad casamentera.
La tienda siempre estaba llena de bebedores de
guarapo, entre los que se contaban los borrachos de siempre, peones, arrieros
de animales de carga y de ganado, viajeros, negociantes y ayudantes ocasionales
y “arrimaos”. El comercio con Garagoa y Guateque se movía mucho.
Ese
miércoles de finales de enero hubo más trajín que de costumbre porque el
viernes serían vísperas de fiestas en Garagoa; El camino parecía una procesión
de Viernes Santo; esa tarde le cupo a la
pipa toda la miel encargada desde la madrugada del sábado anterior; Los sábados
tenía lugar el tradicional mercado de la miel en Miraflores. La pipa tenía más de dos metros de alta y de
ancha no la alcanzaban a abrazar cuatro
hombres cogidos por las manos; era
necesario colocar una escalera para echar o sacar miel; la tapa también, como
el inmenso barril estaba hecha de astillas de madera y suncho, era liviana, apenas se corría un poco para
poder usar la vasija y la podía manipular una sola persona.
En
el dormitorio de Clemita, estaba el
depósito de miel. En el centro sobresalía la espaciosa pipa rodeada de otras vasijas pequeñas aptas para contener el dulce y espeso líquido; entre estas
había calabazos, ollas de barro, pozuelos
en madera y zurrones de cuero. Al fondo,
pegada a la pared estaba la cama de la muchacha.
Clemita, la buena moza, era por entonces la
atracción especial de aquel lugar y de ella se hablaba en todas partes menos en
la tienda donde ella muy juiciosa, se
ocupaba en labores de la casa y como
“cajera”; también correspondía con su hermosa sonrisa a las bromas maliciosas de los señores del
pueblo y se ponía muy seria cuando algún borracho del común quería propasarse.
Una vez le puso una totumada de guarapo en la cara al Alcalde Eliecer
Ramírez porque intentó tocarle la mejilla.
Su cabellera recogida en dos trenzas que le llegaban a la cintura, hacía juego
armonioso con su camisa blanca bordada
con flores rosadas y su larga falda negra, con ruedo bordado en vivos colores.
Pocas veces se ponía el sobrero que no
podía faltar a las mujeres campesinas y que la hacía ver muy coqueta con esos
ojazos negros brillando como candela que
contrastaban bajo el blanco de “jipa”;
no faltaban en sus pies sus alpargatas
blancas con flores bordadas, muy limpias y amarradas con cordones rojos. Su caminar en la tienda con hermoso movimiento de caderas y jugueteo de las
trenzas sobre sus hombros y espaldas despertaba la codicia de los hombres y la
envidia de las mujeres; Al mirar a
Clemita caminando por ahí los bebedores
como sin darse cuenta apartaban
la totuma de la boca y permanecían ensimismados con los labios separados como
para apurarse un buen trago. La hermosa
niña era consciente de su atractivo y no hacía nada para ocultarlo; se mostraba muy vanidosa, por ser el objeto de todas las miradas. No
faltaban los piropos maliciosos que le sonrojaban las mejillas y las
invitaciones tendenciosas de bajar el
Domingo a misa y saliendo ir “La
Cascada” a comer deliciosas golosinas de panadería asadas en horno y leña y acompañadas con masato de maíz.
No
fueron pocos los hombres que con
presentes agasajaron a doña Rosa y
se mataron trabajando para ganarse
a Clemita. “Trabajando pa ganar mujer”: esto implicaba
demostrar a los suegros que era el mejor obrero y como tal el merecedor de la
muchacha: Aparte de su tarea diaria, estos ilusos interesados en las hijas de
los patrones acababan la salud desyerbando caña, trabajando en los cultivos de
yuca y en las enramadas, en “la
molienda”, se levantaban al primer canto del gallo a torcer hilo de lazo, y sin tinto salía a desayunar el ganado “a cabuya” .Se acostaban muy tarde después de
alistar comida y leña para el fogón,
ayudar a moler el maíz para las arepas y dejar batido el guarapo para el otro
día los obreros.
Que
decir de los presentes que llegaban de
parte de los galanes para congraciar a
la futura suegra. Petacas de cuero llenas
de pan fino, “mogolla rascapecho”, colaciones, mantecadas, variedad de
galletas y masato de la Cascada;
además piscos y pollos gordos, “arepas gañaneras” con Güiva
de frijol verde, molido y revuelto con cuajada; pan de maíz, “jayacos placeros”
y arepas de maíz pelado, panela, batidillo, melcochas y alfandoques y “yuca
berberiana”; es de admirar tanta
prodigalidad y trabajo que aún
caracteriza a los hijos de esta fértil y bondadosa tierra. Por supuesto que no podían faltar las botellas de vino y de
sabajón acompañadas con cajas de
galletas con emotivos y coloridos dibujos para el costurero de la niña Clemita. Muy frecuentes eran las
invitaciones a la Cascada para
mamá e hija los domingos saliendo de “misa mayor”.
Si
bien fueron incontables los admiradores de la hermosa y casamentera muchacha; también fueron innumerables las propuestas de matrimonio junto con las
desilusiones y los desplantes por
montones que sufrieron los enamorados; Muchos fueron los suspiros, las lágrimas
que arrancó y las
frustraciones de los querían tenerla en casa; de los
chismes que se levantaron contra mamá e hija y los rumores maliciosos y picarescos
de las pionadas y moliendas no nos vamos a ocupar por ahora apenas nos
queda tiempo para parte de la aventuras
de dos de los incansables enamorados de tanta belleza.
Juan
Cortés y Jesús María Rodríguez: el uno
un amor imposible, el otro un amor fácil. A no ser por el accidente en que uno
de los rivales cayó dentro de la pipa,
llena de miel y necesaria la
intervención varios hombres que lo sacaron enmelotado de pie a cabeza, no
hubiera habido un desenlace apresurado que
acabó con este juego
desigual en que el duro corazón de la
muchacha parecía coquetear a ambos lados.
Juan
Cortés, mejor conocido como Juan Cortico por su baja estatura, a la edad de de
seis años fue cambiado por tres arrobas
de miel, sus vendedores fueron “reionosos” negociantes de
miel que venían de “Ciénega”
en Boyacá. Con tres largos años como mandadero donde don
Aurelio Peña pagó su dulce precio y quedó
libre. De nueve años llegó a la Bavaria acompañando a los arrieros de
bueyes y mulas que traían la miel y doña
Rosa lo recibió como sirviente; desde entonces hizo parte de la familia y por
así decirlo, de las propiedades de esta próspera empresaria del guarapo. Allí
se quedó hasta cuando la patrona murió. Para los de la casa y allegados
era Juanito; apenas superaba el metro de estatura, tenía cara de reinoso pero en su hablado ya no se
oía sonsonete propio de la gente del “reino”; era corto de
espíritu, hablaba a media lengua y tenía una fuerza impresionante. Aunque
parecía bobo, no lo era del todo; era una almita de Dios, incapaz de hacer mal
y muy servicial; imprescindible en los quehaceres propios de la tienda y los
oficios de afuera. Ayudó a cuidar a Clemita quien estaba de pecho cuando fue
acogido en casa; más tarde fue su fiel
enamorado. Nunca se prendó de otra muchacha y su fidelidad a este iluso amor lo acompañó hasta la tumba.
Fot: Ligia Ballesteros, Fabio Moreno, Miriam Vargas. |
Juanito
no tuvo en la Bavaria pago alguno por sus invaluables servicios, su retribución
era la comida igual que a los de la
casa, guarapo el que se quisiera tomar, ropa la que le regalaban los familiares
de doña Rosa cuando venían de Bogotá y
dormía en el zarzo del rancho de
los marranos. A pesar de tener toda la bebida a su disposición, apenas tomaba
para la sed, jamás se le vio borracho y
de la casa salía únicamente para asistir
a viacrucis y no faltaba los Domingos, a
la misa mayor, regresando muy temprano a
cuidar la casa y trayéndole alguna golosina a la mujer de sus desvelos.
En
la Bavaria había otros pintorescos personajes que vivían allí y se acomedían en
diferentes quehaceres domésticos; se
contentaban apenas con la comida y
el “guarapo güeno”. Estos eran los
“arrimaos”. A Juanito nunca se le consideró
arrimao, tampoco tenía la categoría de peón, pués no le pagaron salario alguno porque “mantenía
sacando mujer”.
Desde
luego que doña Rosa y Clemita aprovechaban muy bien al humilde enamorado: la
niña le correspondía con algunas
sonrisas y una que otra palmadita en el hombro para convencerlo que hiciera las
tareas que le correspondían a ella como recoger y lavar las totumas, cargar el
agua para guarapo, cuidar las vacas y
los cerdos y de encime quedarse hasta
tarde de la noche lavando vasijas y aseando la tienda. Dicen que a escondidas
le coqueteaba y le daba abracitos, esto únicamente cuando el bobo se rebelaba y no quería
ayudar con los quehaceres que le correspondían a ella.
Por su parte la patrona no se cansaba de
motivarlo: _“Trabaje duro Juanito, haga bien las cosas pa que la niña lo
quiera, mire que al mal trabajador no se le da mujer”; el flojo no goza mujer bonita. Seguidamente la
vieja pícara en forma burlona y picándole el ojo a los presentes se hacía
escuchar: -“La niña es pal Juanito hay se la ta ganando pero a veces es a no trabajar el porquería y me
dan ganas de mandalo ponde mano Belisario que lo ponga arriar güeyes y a
trasnochar en las moliendas; allá no hay
muchachas pa que mire, lo consientan y
le sirvan a tiempo la jartiña.
Jesús
Antonio Rodríguez; para de los afuera
“el Chucho” y “don Chucho” para los de la casa, había hecho de la Bavaria su
vivienda y al igual que al Juan Cortico,
no se le consideraba “arrimao”. El Chucho venía de la vereda San Antonio y
tenía unos veinte años cuando se arrimó a
la Bavaria. Cuatro años mayor que la bella Clemita, muy buen mozo: Mono
colorado, alto, pelo rubio, ojos verdes, ruana blanca, sombrero verde, siempre
muy aseado en su ropa y en su persona.
Se ponía botines mientras los demás andaban con la pata al suelo, sabía leer y
escribir mientras noventa y cinco por ciento de la gente era analfabeta; se
preciaba de leído e intelectual. No se
mataba trabajando como los demás enamorados, muy raras veces se alquilaba a
hacer algún trabajo como maestro en construcción y siempre se le tuvo por
“haragán” y mantenido. Era un mal
obrero. No compraba guarapo ni para su misma tripa y no se congraciaba con la
patrona y la Clemita con regalos o comprando
bebida para todos los presentes.
Por el contrario era invitado por los clientes y aunque tomaba harto no se veía
borracho. Mantenía su compostura y se ganaba la bebida con el tiple y las
coplas cargadas de malicia. De su repertorio al ritmo de: “contra las piedras contra los trocos..”
tenemos una pequeña muestra:
Si
el alcalde se disgusta por verme con mi novia en la cocina,
Yo
le digo:
No
se ponga bravo señor alcalde
Que
busté también lo hace asina.
Yo
tenía mi tortolita
y se me volvió torcaza.
Esta
mañana juí y la tenté y…
¡Ave
María que tortolaza!
Muchachita
consentida:
dame
lo que te pido, que no te pido la vida.
De
la cintura pa bajo
Y
de la rodilla parriba
Los
amores entre el Chucho y la Clemita hubieran pasado inadvertidos, a no ser por
dos incidentes, que pusieron al
descubierto el tan guardado secreto. Claro que de esto se comentaba en las
moliendas, entre las “pionadas”, en tiendas de guarapo, entre las viejas
lavanderas de ropa y era tema de moda entre las jóvenes chismosas. Oficialmente
nada de nada. Clemita era la niña
juiciosa que iba a misa acompañada de la mamá, aunque tenía sus coqueteos
propios de la mujer joven y bonita, no le paraba bolas a nadie y no se le
conocía novio alguno; y más de un
sinvergüenza se llevó su totumada de
guarapo la por “la jeta” cuando se
propasaba con ella; eso sin hablar de la paliza con las varas de guayacán que
se ganaba de los borrachos que envalentonados defendían el honor de la
señorita. Esta niña por su recato, seriedad y juicio era el orgullo de doña
Rosa y el ejemplo para las muchachas de los alrededores.
El
primer indicio filtrado al público de aquellos amores ocultos fue cuando
Joaquín, hermano Mayor de Chucho, joven, viudo, sin hijos, con su buena estancia cultivada en yuca y “caña pa
moler”; Además con yunta de bueyes, juicioso, buen maestro y muy buen obrero,
habló con doña Rosa de que le dejara la muchacha para casarse y ella le dijo
que por supuesto. Habló con la niña y también la respondió que “por supuesto
don Juaquín”. El Chucho muy ofuscado se interpuso y reclamó con mucha
energía: -“Como así que le van dejar
a la muchacha a un aparecío que
no se ha jodío como yo trabajando duro de día y de noche, gastando tiempo y dinero y
cuidando a la niña pa qui otro ajortunao
se la lleve. El
Juaquín que ni siquiera un presente a la patrona o a Clemita les ha traído, y
teniendo güena plata; más tacaño pa ondi”.
Ahí terminaron el impase: Joaquín no volvió
por la tienda y el Chucho siguió tranquilo en su rutina pero sin hablar nada de
casorio. Se decía que se iba para Bogotá a trabajar con otros hermanos que ya
estaban allá.
Juan
Cortico pasó a ser el principal
sospechoso de propiciar el accidente que dio con la zambullidla del Chucho
entre la miel. El hombrecito nunca
aceptó tal a acusación: “Eso no juí yo. Eso son las malas lenguas que no tienen ojicio pa “escuerar al probe”. Y así en su hablado a media lengua de esta afirmación nadie lo sacó.
Pués
la caída del Chucho entre la miel
permitió que este empedernido rival del Juanito terminara cazado por la suegra
y, casado con la hermosa flor de la Bavaria. Era así como se referían
a la niña algunos improvisados poetas, -entre ellos el ilustre don
Hermógenes Roa- ; estos trovadores
tomando guarapo, se deleitaban con piezas musicales dedicadas a tan
hermosa flor. El son de los tiples y
maracas era un ritmo alegre e imparable de:
“contra las piedras, contra los
troncos, contra las piedras contra los troncos” contra las piedras, contra los
troncos…” .Así se armaban los
bailes, se entonaban las coplas jocosas y maliciosas, mientras los “jartos” aplaudían, las muchachas se ruborizaban, algunas corrían hacia la cocina o agachaban y
escondían la cara llenas de vergüenza.
Haciendo
memoria de la tarde en que el Juan
Cortico por su propia cuenta se encargó de vaciar la miel de los zurrones en la
pipa grande que estaba en el dormitorio de Clemita y el raro accidente de esa
noche, nos lleva necesariamente a intuir que Juanito sabía lo que los demás no
sabían y debía estar muy celoso por lo que estaba pasando. Claramente tenía que
haber una alta traición de parte de su preferida;
la hermosa muchacha le estaría pagando mal a
tan esmerado amor y sacrificio
por ella . Así las cosas concluimos que
el trabajo con la miel lo hizo
solo, sin pedir ayuda y no se
cuidó de colocarle la tapa a la pipa. Esa sería su dulce venganza.
A
eso de las once de la noche con mucha destreza el chucho habiendo escalado la
alta pared de tapia pisada que lo separaba del interior de la vivienda, ya
trepado sobre la estructura de la casa construida con grandes
varas de madera, se deslizó gateando por sobre las vigas más
gruesas, pasó por encima de la tienda y
del dormitorio de doña Rosa y llegó justo encima de la pieza de Clemita. Tal como era su
costumbre de muchas noches; en lo escuro saltó sobre la pipa, pues de allí le quedaba fácil llegar al suelo y acomodarse
en la cama al lado de la bella
durmiente.
-“Enciendan
el “alumbrao” que “quenseque” animal cayó entre la miel” Gritó doña Rosa,
despertada por el fuerte chapuzón y los
gritos de miedo de su hija que pedía auxilio.
Alumbrando
con velas de cebo y una improvisada mechera o lámpara de petróleo, cuatro
hombres, utilizando un lazo de amarrar las vacas al que pasaron por encima de una viga y con la otra punta
amarraron al náufrago por debajo de los sobacos y halaron con toda fuerza. El
hombre salió de alla chorreando miel por todas partes y sin molestarse en dar las gracias se perdió
en la oscuridad. Muy cansada la patrona se levantó y le dio guarapo a los
rescatistas, les encomendó mantener el secreto y a Clemita la sentenció con voz de regaño:
“mañana arreglamos cuentas”.
-Clareando
el día llegó el enmelotado a la casa de
la comadre Dorotea -“Buenos días comadrita, busque “sumercé” una muda de
ropa limpia y me la da pa quitame estos
chiros porque me puse de lambón a ayudar a descargar miel y reviéntese un
podrío zurrón y mire como me volvió”.
El
miércoles siguiente hubo en la Bavaria un sabroso piquete por invitación de
doña Rosa. A este convite asistieron como únicos invitados: don Eliecer
Ramírez, alcalde municipal; don Escipión Rodríguez, inspector de Policía; “Su
Señoría Pineda”, párroco de Miraflores; El presidente de la legión de María y su esposa Beatricita,
insigne representante de las hijas de María y el comisario de la vereda. Por
supuesto que la anfitriona acompañaba muy solemnemente a tan selecto grupo de
la sociedad mirafloreña.
Debía
ser tan trascendental y tan delicado el asunto a tratar porque se improvisó un
comedor fuera de del alcance de oídos
indiscretos, a la sombra de uno de los grandes pinos que rodeaban la casa; allí se
sirvió sancocho de gallina preparado con
yuca berberiana, plátano; “papa pepina”
comprada a los reinosos y “papa londri”
de color rojizo y en forma de riñón traída por los sanantoneños; la abundancia fue tal que cada invitado llevó
para su casa un envoltorio en hojas de
plátano repletos de arepas y presas de gallina.
Como bebida esta vez no hubo guarapo; fueron destapadas sendas botellas
de cerveza Bavaria compradas especialmente para la ocasión y que hasta ese entonces aún no representaba competencia seria y desleal para
la industria del Guarapo. Clemita no acompañó
tan ilustres personajes y lo allí
tratado y acordado se hizo en voz baja y
conservando la mayor discreción.
El
viernes siguiente con las primeras luces del día llegó a la molienda en la
enramada de don Primitivo Alfonso, don Jesús Segura; corpulento y estricto
comisario de la vereda; hombre de mucho aliento. En su muñeca derecha el
ejecutor de las órdenes llevaba
enmanijada la tradicional vara de guayacán con regatón de acero y rejo torcido,
mientras en la mano izquierda dejaba ver un lazo nuevo de fique, sin estrenar y
bien enchipado.
-“Buenos
días mis tseñorcitos. - Me tocó venime de madrugada porque se me escapó un
burrito blanco, ya hizo daño en la Bavaria y debe estar por
aquí haciendo perjuicios en la
labranza”.
-
No señor por aquí no ha venido el animal , ni hemos encontrado rastros de daño.
-
Ummm, no tseñorsitos, quen sabe, ese va
a tar haciendo daño entre la
caña y voy a traerlo.
Pasado
un buen rato regresó el comisario trayendo
mansito al Chucho por delante sin necesidad de hacer uso del lazo y terciado el amenazante guayacán;
así como arreándolo lo llevó hasta la entrada del pueblo llegando a la esquina
de don Torcuato donde los esperaba Doña Rosa y Clemita arreglada con
largo vestido blanco, ramo de flores, y
velo transparente debajo del sombreo de
jipa; las acompañaban el presidente de
la legión de María, y la señora Beatricita, quienes habían sido hablados de
antemano para ser los padrinos de matrimonio; También estaban el Inspector de Policía y el Sacristán; este
último se despachó rápidamente para dar
el repique de campanas anunciando la misa.
Con
ropa fina, ruana, sombrero blanco y
botines, todo nuevo y todo comprado por la suegra, salió el Chucho de la casa
sin casi poder manejar los zapatos nuevos; en esta condición muy obedientico
caminó por la calle siguiendo al
presidente de la legión de María y con
el comisario y el inspector de policía uno a cada lado; las mujeres muy
pegaditas a sus espaldas cerraban la marcha; Así lo arrimaron hasta el altar
mayor, donde Clemita lo agarró de la mano y lo llevó hasta quedar frente
a su Señoría Pineda quien les
impartió la bendición mientras se juraban amor eterno hasta que la muerte los
separara; en verdad nunca rompieron el juramento.
Tamaño
urgencia del casorio, en boca de los
burlones de la época, no obedeció a que la niña hubiera sido desflorada sino porque la tan recatada
Clemita ya estaba “cargando miel”[1]
Terminada
la ceremonia de casamiento hubo tremendo convite donde se sirvieron el
reservado de La Cascada una variedad de productos de panadería, masato de maíz,
masato de arroz, las mantecadas, las colaciones y tantas sabrosuras que se nos
hace agua la boca con apenas recordar.
Allí los invitados fueron los mismos que estuvieron el miércoles anterior en el
piquete de la Bavaria; esta vez
acompañados de los recién casados.
Mientras
esto sucedía en el pueblo, el revuelo en
la Bavaria no era para menos, el guarapo y la chicaha de maíz con pata de
res hervían sin parar, apresuradas mujeres pelando gallinas, obreros con cargas
de comida, el marrano listo para el sacrificio, los músicos afinando sus
instrumentos y las muchachas entre vergonzosas y animadas con ansiedad
esperaban el baile y el Juan Cortico en el horno de leña hacía chirrear las
latas llenas de arepas de maíz con abundante cuajada , pan de maíz pelado,
yucos, rosquillas y almojábanas y
“galletas de cernido” y colaciones.
En
La pieza de Clemita metieron una
antigua cama doble para que los recién
casados pasaran su primera noche luna de
miel; se aseó toda la casa bajando hasta las telarañas y la gente se puso la ropa y los
alpargates de ir el domingo a misa.
Desde
ese día el depósito de la miel fue trasladado al rancho donde dormía el Juan
Cortico y hoy se sabe que la
tramposa pipa de los amores permanece
arrimada en un rincón de la vieja casona.
DEDICATORIA ESPECIAL
-A
nuestro Creador y Señor de los reyes
-A
mi querida esposa y a mis hijos.
A
Héctor Roldán, quien me motivó a escribir y sus escritos para mi son especiales
y ejemplo de dedicación y amor a nuestra
tierra, a sus tradiciones y a su cultura
A Elizabeth Moreno Guzmán quien me ha deleitado con sus libros
A los hermanos Luz y Carlos Castillo Quintero
A
nuestro querido amigo Luis Roa Rubio de quien conozco de su interés por nuestra
cultura. Así mismo a mi hermano del alma
Pablo Castillo Rodríguez, a Rafael Alfonso Palacios y a tantos amigos que han
hecho posible que la historia se escriba.
Por
supuesto a los finaditos entre ellos mi padre Roberto y mi madrastra que en muchas veladas contribuyeron a
enriquecer este mamotreto.
A
toda mi querida gente de Miraflores y Lengupá.
[1] - Expresión despectiva y burlona usada en la época para referirse a
las mujeres con el vientre abultado por el embarazo, esto debido a su semejanza con la figura de un hombre alzando
un zurrón lleno de miel sobre un animal de carga.
2 comentarios:
Muy bonito el relato hace honor a la cultura de miraflores deberias seguir escribiendo :-)
esta muy bonito gracias por hacerme sentir mas orgullosa de mi miraflores y que soy de boyaca
le falta habla mas sobre las costumbres
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