Un escrito de Julio Roberto Pinzón Moreno
I
PREÁMBULO
“Y
después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes
verán visiones”.
Joel: 2- 28.
II
Fueron
muchos y variados los relatos que en mi mente de niño se fueron grabando. Costumbre
era de los mayores quedarse en la noches después de cenar para narrar cuentos
tradicionales de reyes y princesas, del mañoso Pedro Arrimalas, de arriería, de
faenas cotidianas y de apariciones y
espantos, entre otras historias, que me llevaban a soñar con ser el héroe que
vencía el mal para casarse con la hija del rey. Más de una vez el temor a un
fuetazo me obligaba a enfrentar la
temible oscuridad para buscar solito la cama y arroparme muy bien para no ver los
espantos de las historias contadas. No quería perderme ningún cuento; Escuchaba
con mucha atención arrunchado bajo la ruana de papá.
Estimados
lectores: el relato que hoy dejo a su disposición fue repetido en muchas
veladas y ante diferentes personas y diferentes tiempos por mi padre Roberto Pinzón Alfonso, quien afirmó con toda seriedad haber tenido la espeluznante visión en compañía de otras
personas, la cual, según él, la contaba ateniéndose a la verdad, sin añadir ni
quitar a lo visto y vivido en esa oscura noche de Diciembre de 1.936.
Según
mi padre, junto con tres amigos de juventud tuvieron la aterradora visión
estando todos sobrios, en sus cinco sentidos y sin estar enfermos ni bajo
efectos de fiebre y sin haber ingerido guarapo u otra bebida
alcohólica. No estaban padeciendo alguna de las enfermedades comunes de época
como “las tres fiebres del infierno”;
estaban temblando “ las fiebres y
fríos”. Categóricamente mi padre aseguraba siempre: “lo que les cuento es la
realidad, no tengo porqué inventar
mentiras”
Lo
narrado por mi padre sobre esa visión en
Miraflores; hoy con la ayuda del SEÑOR, lo escribo haciendo el máximo esfuerzo para ser fiel a la historia tal como él muchas
veces la contó y siempre conservando fidelidad a la historia oída y las
palabras con que el la narraba.
En
palabras de Don Roberto, he aquí la historia:
Al
salir de la función en el teatro municipal, los compañeros de siempre: Pablo
Bautista Vivas, Tiberio Vivas, Guillermo Umaña Mendoza y yo, decidimos dar un a
vuelta a ver que se veía por ahí; aclaro que éramos compañeros de andanzas y
aventuras pero no de farras pues nunca
fuimos borrachos ni parranderos. La
noche era fría y amenazaba lluvia. La planta eléctrica que había en el bosque era de
poca fuerza y así el alumbrado
público era muy pobre.
Las calles estaban muy oscuras y había algo de neblina que se veía a la escasa
luz de los bombillos. Dimos un rodeo por
la plaza de mercado que cuando eso era donde hoy es el parque, nos fuimos por la calle de arriba pasamos
frente a tiendas famosas en esa época
como “EL Casino”, llegamos a “Palonegro”, donde estaban las tiendas de guarapo de “Las Abrelias” y “El Rubí”. Todo estaba cerrado y en
las calles no se movía un alma.
Llegamos
a “El Ocobo” y nos regresamos hacia la municipal por la calle de abajo. Pablo fue el primero en
pasar el puente de vigas de madera sobre la quebrada “Menudera” que en ese
tiempo era destapada y bajaba por entre espesos matorrales de “borracherrero”,
rascadera “Zurca”, “madrejuan” y algunas
matas de plátano.
Del otro lado de la quebrada Pablo se devolvió
corriendo y casi sin poder hablar nos hacía señas y señalando el lado del
matadero con la mano derecha extendida nos decía: “miren lo que hay allá abajo”.
Mirábamos
hacia en la dirección que nos indicaba el asustado compañero pero nada veíamos;
creímos que Pablo nos quería nos en sus
acostumbradas chanzas nos quería asustar y sin darle credibilidad pasamos el puente,
dimos algunos pasos y fue cuándo en la dirección señalada vimos que de la nada aparecía y se reunía una gran cantidad de gente; era como
un tumulto de mujeres, hombres y niños,
con ropas de diferentes colores, unos de pie y otros sentados, parecía la plaza en día de mercado; los reunidos permanecían en el mismo lugar pero movían las manos como discutiendo; no se percibían sonidos. De
repente también de la nada aparecía un hombre muy alto con ropa oscura y con un largo abrigo o un sobretodo negro puesto, tenía sombrero negro de ala grande , botas hasta
las rodillas, negras y brillantes; El espanto fue grande, quedamos quietos como
estatuas, petrificados; No se en que momento decidimos hablar pero fue
Guillermo Umaña el primero en romper el silencio. Hablando en plata blanca don
Guillermo, si era un hombre macho de verdad, no le temblaban los pantalones para nada.
El hombre de la visión estaba armado con algo así como un hacha o una almádana de gran
tamaño. Ese hombre era mucho más alto que el resto de la gente y con ambas manos levantaba por encima de la
cabeza la enorme arma y la descargaba con mucha fuerza sobre la multitud; era como si estuviera rajando leña
o picando piedra. Así dando golpes sin descanso golpes muy rápidos avanzaba hasta hacer desaparecer
el gentío; junto con las gentes
desaparecía también azotador.
Al
terminar la escena, como que todo volvía a ser normal, veíamos un bombillo de poca
luz que alumbraba sobre el andén de “EL Infierno”,
que era como se conocía un famoso establecimiento de comercio de guarapo y miel, por muchos años de
propiedad de la señora Columna, el cual quedaba muy cerca de la entrada del
matadero.
No
puedo decir cuanto tiempo duraba esta
visión pero la misma escena sin cambio alguno se repitió por tres veces con intervalos como de
un minuto entre una y otra. En cada interrupción de la escena apenas quedábamos
viendo el bombillo encendido en el andén de la casa de doña Columna a así, luego de unos pocos minutos empezaba a
disminuir la luz hasta que iniciaba la siguiente escena.
Para mi
el terror fue grande mirando desde la oscuridad eso que parecía ser una
película, la lengua se trabó, sentía
cosquilleo en la cabeza y flojera en las corvas.
Aunque
todos teníamos miedo, Guillermo nos daba
ánimo y
discutíamos sin ponernos de acuerdo sobre el sitio donde aquello estaba sucediendo. Pablo
Bautista y Tiberio Vivas aseguraban que era en el matadero; Guillermo Umaña y yo nos afirmamos en que la visión era frente al “Infierno” y argumentábamos que por eso el bombillo dejaba
de verse en cada escena. En lo que sí
coincidimos fue en que el hombre que
azotaba a la aglomeración, por su corpulencia y estatura semejaba ser don Manuel Galindo uno de los tradicionales matarifes
de ganado de ese tiempo cuando la carne se vendía en el mismo matadero puesta
sobre grandes mesas. Días después llegamos a la conclusión de que el hombre de
la visión era de un tamaño mucho mayor que cualquiera de los hombres que
conocíamos en el pueblo.
Pasada
la tercera escena y como no se volvió a repetir ni se vio nada más nos
envalentonamos y encabezados por
Guillermo decidimos ir hasta el lugar
donde creíamos se presentó el espectáculo; al llegar a la esquina de la calle que baja
para el matadero Pablo Bautista Y Tiberio Vivas se devolvieron y cogieron para
su casa sin pronunciar palabra alguna.
Guillermo Umaña y yo bajamos por la barrialosa calle del matadero, estuvimos al
frente del Infierno, vimos bien el
bombillo que alumbraba el andén de la casa de la señora Columna y entramos al
matadero. La luz de dos bombillos de poca capacidad dejaban ver unas mesas de
expender la carne y cuatro reses
amarradas, listas para matar en
la madrugada.
En
silencio dimos varias vueltas por el lugar sin encontrar rastro alguno de lo
que habíamos visto, sin ver y sin oír algo extraño aparte del aullar de perros que comenzó casi al mismo tiempo que
terminó la visión regresamos para ir cada uno a su casa.
Por la
hora en que salimos de la película y lo
que nos demoramos por ahí andando, calculamos días después entre los cuatro
amigos, que la visión ocurrió a eso de
las diez de la noche. Por ser sábado la planta eléctrica estaba encendida toda
la noche; en los otros días de la semana la luz se apagaba a las diez en punto.
Aunque
contamos la historia durante buen tiempo y preguntamos a mucha gente vecinos
del
lugar y de otras partes, nadie vio lo que nosotros vimos ni antes ni
después de aquella espeluznante noche.
A
través de los años, innumerables veces
me he preguntado porqué tuve que ser algo así como testigo de excepción al oír de
boca de mi padre esta historia que él aseguró ser completamente cierta. Porqué
esta narración no se ha borrado de mi mente y porqué cada vez fue mayor el deseo de escribirla y darla a conocer. Más
aún me ha intrigado el sugestivo nombre de la tienda frente a la cual
probablemente tuvo lugar el suceso mostrado a los cuatro jóvenes.
En
busca de respuestas mi imaginación me ha llevado a relacionar la visión con una premonición que tendría que
ver con el devenir histórico de los siguientes años: Segunda guerra mundial con
las relucientes botas nazis desapareciendo pueblos enteros. Violencia
partidista en mi patria; la bota militar pisoteado y quemando pueblos
sementeras y animales. Miraflores y toda la región del Lengupá cruelmente
azotadas por aquella guerra sin sentido.
También
esta inquieta imaginación me ha hecho
divagar sobre el futuro que esperaba a quienes fue mostrada la visión:
Con los
sucesos del fatídico 9 de abril de 1.948 y la
persecución a muerte desatada
contra los liberales, Pablo
Bautista se convirtió en comandante
revolucionario en rebelión contra el gobierno de turno; traicionado por algunos
de sus compañeros de lucha murió asesinado lejos de su tierra natal. Guillermo Umaña uno de los primeros que en
Miraflores con fusil en mano opuso resistencia a los “chulavitas” huyó
hacia Bogotá de donde arreglado el tiempo regresó y se estableció como comerciante; años después,
a finales de la década de los sesenta fue muerto
violentamente en una confusa pelea en la cual ya herido logró dar muerte
a su agresor. Roberto Pinzón con su
mujer y dos hijos tuvo que esconderse por cinco años en la montaña, en una cueva al pie de la laguna “Tierra Blanca” en el Municipio de Zetaquira; arreglado el tiempo
regresó a Miraflores y vivió en “La
Frontera”, casa de la familia, luego se estableció en el sector rural; murió en
1994 a la edad de 82 años.
De
Tiberio Vivas nunca se volvió a saber; lo desapareció la violencia.
JULIO
ROBERTO PINZÓN MORENO
Abril
de 2015.
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