Anécdotas, Cuentos, Historias

domingo, 26 de octubre de 2014

FLETEROS Y BRUJAS.



Los fleteros, son personas que  tienen por oficio, el transporte de  algo, especialmente mercancías,  usando diferentes  medios para ello, tales como  sus propios hombros o espalda, o  con  mulas,  o bueyes, y ahora  con vehículos diferentes.  A los que usaban las mulas  o los  bueyes para transportar  sus mercancías, se les llamaba arrieros y su oficio era la arriería.
Fletero, es una palabra que proviene de flete, que a su vez proviene del francés flet. Misma palabra que en cuba  toma un nuevo significado, aplicado de forma femenina (Fletera), a  las  damas que prestan  servicios sexuales.   Y ahora en los últimos años  la palabra se aplica a los ladrones que usan  motos y armas para robar a los incautos cuando retiran cantidades de dinero de las entidades.
El fletero, un trabajo que  lleno de orgullo a muchos de nuestros antepasados, ya que  fueron ellos los protagonistas más importantes del entonces, en el desarrollo y crecimiento de nuestros pueblos   en todo Colombia y en nuestro Lengupá también.
Su trabajo  de arriero o fletero,  era incansable diariamente,  con  su recua de mulas, transitando por los caminos de herradura o caminos reales,  muchos empedrados  otros  no, llevando valiosas cargas de cemento, ladrillo, víveres, rancho , licores, encargos especiales, cartas, encomiendas, razones, buenas y malas, noticias del acontecer  regional y nacional entre otras más. Luego un fletero no solo era un hombre trabajador, responsable sino extremadamente honrado al cual se le confiaba, mucho dinero  tanto en efectivo como en mercancías y del cual siempre  respondía.
Los fleteros debían  trabajar    todo el año  transportando  y abasteciendo   los diferentes pueblos con las mercancías que llegaban desde  puntos, o ciudades,   o pueblos más desarrollados,  hasta los  menos desarrollados, es asi que los fleteros  o arrieros en Miraflores, debieron transportar diferentes cargas  y mercancías en doble vía, desde   un lugar a donde llegaba el tren en Venta-quemada, hasta   Garagoa, Miraflores y desde allí a Páez, Campo Hermoso y la Ururia. Pero también desde  Somondoco, a  Garagoa, Miraflores, Pueblo Viejo o  Aquitania.
La recua de mulas era hasta de veinte mulas, que se manejaban entre  tres o cuatro hombres como máximo, los cuales debían ser experimentados en asuntos de la arriería y manejo de diferentes cargas, pues no era lo mismo una carga con miel que una carga de víveres o de madera,  y debía combinarse  la experiencia, la fuerza, la valentía, la aventura y la fortaleza para poder realizar este  importante trabajo: Ellos transitaban, por  caminos acompañados  con su vestimenta típica,  pantalón arremangado, camisa manga corta, cotizas o descalzos, sombrero,  ruana, o poncho,  un machete al cinto, y muchos   revolver, también sobresalía el famoso  tapapinche,( un delantal en cuero  grueso que servía para proteger el cuerpo y la ropa al manejar las diferentes cargas), no podía  faltar el caucho, o el hule,   la lámpara de aceite,  que luego fue reemplazada por la  linterna de baterías; mas  el infaltable carriel,  que siempre iba con el espejo,corta uñas, la peinilla de pelo, dinero, fotografías, documentos,  navaja, cigarrillos, fósforos, encendedor, dados, cartas,  y otros aditamentos necesarios para el  viaje.  
Sus largas jornadas iniciaban a muy temprana hora de la mañana, ( 2 AM) hasta la  un poco después de la penumbra de la noche, 6 PM, no importaba el  clima bien fuera invierno o verano,   luego debían sortear todo tipo de  inconvenientes desde que arrancaban la jornada hasta que se terminaba allí en los paraderos del camino, tiendas tipo Decamerón que  brindaban alimento caliente, dormida y diversión  para ellos, para su carga bodegas y  para sus mulas suficiente agua y  pasto.
El trabajo de la arriería  fue  fantasioso, y lleno de  agüeros, historias de amor, desamor y de mitos  leyendas y espantos.
Las mulas generalmente iban en formación en los caminos, siendo la  mula más vieja y experimentada la mula guía y detrás de ella las demás, cerrando con  otra mula experimentada, mientras en el medio iban las mulas más jóvenes,  casi todas  tenían su  nombre propio y  el dueño de la recua y los arrieros, las conocían a  la perfección no solo por su nombre sino por sus características y su comportamiento fuera y dentro del camino.
Dicen algunos arrieros que trabajaban entre Miraflores y Campo Hermoso llevando mercancías del almacén el camellón hasta estos pueblos, que por el  lado del morro llegando a la vereda del Encenillo en campo hermoso, salían con frecuencia las  brujas,  y en el verano de enero, en una noche de luna llena, mientras  avanzaban buscando ganar una jornada de camino, la mula  más    vieja y experimentada  no quiso  andar mas,  luego la recua fue deteniéndose poco  a poco y  en silencio,  los   arrieros sintieron carcajadas que salían acompañadas de llantos y gritos lastimeros del fondo de la montaña,  lo que les hizo engrosar la lengua, poner  los cabellos de punta y sentir un frio aterrador por todo el cuerpo, quedando casi paralizados, pues las brujas tenían  ganas de hombre esa noche y la mejor presa eran los arrieros que pasaban en esa noche por aquel camino.
La mula llamada Cecilia, mantiene su quietud, las orejas paradas y se rehúsa a continuar tratando de regresarse y dando coces interminables, el frio penetraba lo más profundo de los huesos, y el miedo se apodero de todos  hombres y animales incluido un perro suto que los acompañaba en su travesía. Don Jorge, el más experimentado de los fleteros o arrieros, con gran valor, sacó de su  cintura un cuchillo  de acero que había  sido regalado por  su esposa  y que estaba bendecido por el cura de turno, cuando este lo usó para cortar la carne que pusieron en el  ultimo almuerzo brindado al presbítero en su casa el día de la fiesta de la Virgen del Carmen.
Su cuchillo acerado, lo puso entre los dientes  apretándolo fuertemente, mientras susurraba un Padre Nuestro y un Ave María, asi poco a poco  fue pasando el  pánico a todos  mientras la calma volvía a  todos incluida la recua de mulas ,  y  el perro.  Momentos después nuevamente  se escucharon nuevos gritos y llantos lastimeros pero  ya no causaron miedo en los arrieros mas  si en las mulas, las cuales salieron desbocadas, por el camino botando la carga y perdiéndose entre la  montaña, por lo que  don Jorge debió sacar su machete, rastrillarlo contra el piso  y gritar, “salga pa`ca bruja hijueputa,  pa arrancarle el mechero (cabello abundante y desordenado)  con  mi machete y cortarle esa jeta en mil pedazos”.  
El silencio invadió el camino nuevamente y  a la distancia se escuchaban las mulas correr, mientras los  arrieros recogían y arrumaban la carga desperdigada por el camino, y otro iba en busca de la recua. Fue asi como las brujas dejaron de  desear a los hombres, y volaron por los arboles  que estaban sobre el camino, orinándose sobre los arrieros  una y otra vez, por lo que  don Jorge mandaba sin ver nada, machetazos al aire  buscando darle a alguna de las  brujas,   hasta que sintió un  golpe de destrozo,  y vio caer a una de las brujas al  piso, mientras del machete salían  gotas de sangre de un color rojo muy oscuro.
Todos debieron dormir en el camino esa noche  de luna llena en el enero veraniego,  porque  no fue posible  encontrar las mulas esa noche para volver a cargar, luego el cansancio  los venció  quedando profundamente dormidos hasta que aclaro el día.

Cuando despertaron   todos  despeinados  y  desconcertados, vieron el machete de Jorge negro, como si  hubiera  sido quemado con fuego,  y  escuchaban al perro suto detrás de una mata de monte llorar inconsolable, mientras a la distancia vieron a dos de las  mulas más viejas;   incorporándose rápidamente, salieron en busca de la recua de mulas y  don Jorge se fue a orinar cerca del a mata a donde se sentía llorar el perro, llevándose una gran sorpresa;  la bruja estaba allí tirada, tendida boca abajo, ya no tenía alas, no podía volar, y estaba  completamente  desnuda, con  muchos golpes en todo el cuerpo y una gran herida, en   una de sus piernas;  cuando don Jorge la vio,  le gritó “Bruja hijueputa, así la quería ver” y se le orinó encima, mientras la bruja  se quejaba, y pedía clemencia.
Es que  a las brujas no les gusta la sal y como la orina está llena de sal, le hacia un efecto muy fuerte, no solo sobre su condición de bruja sino también  sobre las heridas que esa noche le causo don Jorge con su machete. Acto seguido, la bruja se dio vuelta y se le pudo ver la cara, y  era nada más  y nada menos que  Doña Ernestina, la dueña de uno de los paraderos del camino, quien no solo era la comadre de  don Jorge sino también su amante, y que al no parar en su posada esa noche, decidió seguirlo con otras brujas más que  prestaban sus servicios sexuales  a los diferentes arrieros del camino.
Una vez descubierta la identidad de la bruja,  don Jorge decide  echarle agua bendita que  siempre llevaba, y  decirle que le perdonaba la vida porque ella sabia  muchos secretos, pero que  a cambio, debía ir a donde el padre “Melastoque”,  un cura  “regodo”, que  predicaba en  la “Fragüa” hoy Páez y Campo Hermoso , a confesarse, arrepentirse y  convertirse en  mujer buena, y si no lo hacía, él  mismo, se encargaría de quemarla viva tal como era la costumbre de la inquisición.

Hoy los arrieros  y sus historias,  han desaparecido y con ellos cientos de las historias del camino; solo quedan los fleteros modernos,  ladrones que con armas, seguimiento y motos, buscan el dinero fácil  de muchos incautos,  para robarlo, tal como ha ocurrido en estos días en Miraflores, en donde fleteros robaron  un botín  grande,  y las brujas  se cambiaron por policías deteniéndolos afortunadamente. Esta  situación que hoy ocurre, no solo es por la descomposición social, sino por la avaricia del dinero fácil, y la poca o nada discreción que se tiene en cada una de las transacciones  de dinero, pues con esto de los medios masivos  de comunicación no falta el  fachoso que   en la red  escriba que va a retirar del banco unos cuantos millones,   esperando que   unos cuantos fleteros le pongan un “me gusta”.

sábado, 25 de octubre de 2014

EL POLOCHA.



La escuela Rafael Uribe Uribe, de Miraflores, fue esa institución en donde  varias generaciones, debimos adelantar nuestros estudios de educación básica primaria,  allí en sus  aulas tuvimos el privilegio de  poder compartir el conocimiento sin distingo social, porque en la época  no existía ningún tipo de colegio o escuela privada  en el  pueblo,  que  nos separara de acuerdo a la condición social o económica. Siempre he dicho que  la educación pública  en nuestro país, no solo es de buena calidad, sino que  quienes hemos tenido la fortuna de recibirla, adquirimos conceptos más globales de la realidad  del país,  y de las condiciones  a las cuales  debemos enfrentarnos dentro de nuestro contexto  nacional.
Cuando  niños, nuestros padres, nos matriculaban en la Rafael Uribe Uribe y  nos llevaban a unos por la buenas, y  a otros  obligados, a  la escuela,   Rafael Uribe Uribe, para  que recibiéramos nuestra primera formación académica, y se complementara la educación de casa, y  se aprendiera  lo que los profesores enseñaran en ese entonces.

Recuerdo como  en Febrero de cada año,   antes de iniciar a estudiar,  nos compraban zapatos nuevos de color negro,  unos tenis  blancos marca Panam, blancos, los  cuadernos  rayados,  cuadriculados, y ferrocarril, con sus respectivos forros plásticos,   lápiz, tajalápiz, regla,  la cartilla del momento, y dos lapiceros uno de color rojo y uno azul, y algunos de los más afortunados  unas  botas  de caucho marca patico de color azul,  rojo,  o negro, mas unos capotes plásticos para  cubrirnos de la lluvia en el invierno.
Todos estos útiles excepto las botas y los capotes, iban casi a diario  dentro de nuestra maleta de cuero color café, que tenia las letras a,b,c, acompañadas de  muñecos coloridos e impresos  sobre el cuero en la tapa de la maleta  en colores azul, y naranja o amarillo, blanco y rojo, mismos que sobresalían a la distancia.
No todos teníamos  la fortuna o dicha de tener  nuestros útiles completos, y aunque muchos de nuestros padres no tuvieran   el dinero suficiente, siempre y cada año hacían  su mayor esfuerzo por darnos  lo necesario y suficiente para   nuestro estudio. Sin embargo había muchos niños compañeros nuestros que  por más esfuerzo que pusieran sus padres o madres, no  podían tener lo que muchos otros teníamos o lo que a otros tantos les sobraba.   Y uno de ellos era  nuestro compañero de estudio POLOCHA.
Polocha, Guillermo su nombre, lo recuerdo con  nostalgia,  al sentir ahora de  adulto, como  un  niño   en tan difícil situación, económica , y social, debió soportar los rigores de la educación, debido a su rebeldía,  y a su comportamiento, sumado a las  formas de ver la vida  en esa época por parte de  los profesores de turno. Nosotros igual no  alcanzábamos a entender  muchas cosas, relacionadas con  los comportamientos, del ser humano y solo  mirábamos con asombro ciertas cosas y justificábamos la corrección de las diferentes faltas por parte de los profesores como algo normal, sin importar lo  crueles que fueran  los castigos.
Polocha, hermano de  Luis  la chapa,  padre del Chicha,  e hijo de una señora que por años vivió por el lado del cogollo,  madre soltera, situación que por sí sola, para la época la ponía en serias desventajas,  que sumadas a su condición económica , no le permitan dar a su hijo  ni siquiera lo necesario  para  poder asistir a la escuela como todos los demás.
La  rebeldía del  niño,  se manifestaba  a diario con sus compañeros, y con los profesores de  la escuela ,  en comportamientos y acciones que eran corregidas, con castigos  muy fuertes, tales como mantenerlo  al frente de todos, los compañeros de pie,  o de rodillas, con los brazos arriba por largos periodos de tiempo,   o  darle golpes en las manos o espalda, con una regla de madera larga y ancha que  mantenía un profesor siempre al alcance,  o golpes con una rama de café seco, que igual alguna de las profesoras de turno y vigilancia mantenía bajo su  brazo mientras daba vueltas por toda la escuela buscando  a quien corregir, siendo uno de los más grandes castigos, cuando  por  decirle a un profesor del entonces “No me joda”, fue lo suficiente para que  de rodillas, le obligara a dar varias vueltas al patio cementado de la escuela, con dos ladrillos, en las manos y los brazos arriba, castigo que inició, con llanto en los ojos, y viendo a este profesor, con  mirada desafiante, hasta que  a los pocos minutos,  de sus rodillas le salió sangre, y fue ahí cuando se levantó del piso sin cumplir el castigo  y llorando le tiro  un ladrillo a los pies del profesor, gritándole HP. Situación que de manera inmediata le dio la expulsión de la escuela. Y  nunca más el  niño  siguió estudiando por qué no  era aceptado.
Hoy  no logro entender como  muchos de los padres podían aceptar que los profesores,  castigaran de manera tan fuerte a los niños,  y más aun no entiendo como   no se lograba entender y explorar el por qué un niño  se comportaba de una u de otra manera y especialmente aquella de la rebeldía  y mal comportamiento social para el entonces.
Guillermo,  Polocha, nuestro compañero de escuela,  varios días  de la semana asistía a la escuela con  su  único pantalón, de color azul oscuro   que le cambiaba los bolsillos,   para dar la impresión de que tenía  varios, siempre  con una camisa blanca y  sus zapatos en muy regular estado, pero siempre limpio.  No tenia cartilla de lectura, ni  cuadernos nuevos como todos los demás, el debía usar algunos que sobraban del año anterior o los que la profesora Isabel Robayo de Jiménez le donaba, cuando iba a comprar los cuadernos para otro compañero, Alfredo Junco.,  muchas veces  vi  a Guillermo, borrando, las paginas  ya escritas con  lápiz para poder hacer una siguiente tarea,  y algunas veces, le preste mi lapicero de color rojo y azul para que escribiera, por que él no tenia. Sus pocos útiles escolares, los  cargaba en una bolsa hecha en tela,   y dentro de ella otra bolsa, llena de bolas de cristal y  uno o dos trompos, misma que  llevaba a diario  a la escuela.
Guillermo, un niño que no tuvo oportunidad como  nosotros y al que no se le brindo apoyo y comprensión alguna por parte de sus profesores, siempre fue estigmatizado como un niño de la calle,  como un niño “Malo” por su rebeldía,  y muchas veces por su irreverencia, un niño que todo lo que hacía o decía era mal visto, por los profesores y muchos compañeros,  un  niño que veía en los demás  niños admiración, sin egoísmo, por cualquier cosa sencilla que se hiciera o  se tuviera.
Algunos pocos del entonces tuvimos la fortuna de tener las famosas botas de caucho media caña marca patico  y los impermeables coloridos, con capota, los cuales en época de invierno nos servían para protegernos de la inclemente lluvia y  en la escuela poder pasearnos  por todo lado   y meternos sin miedo  y con mucho orgullo, bajo los grandes chorros de agua que caían de los techos formando  una gran cascada, eventos que hacíamos bajo la mirada indescifrable de  los que no tenían ese  privilegio y entre ellos  Guillermo Polocha, por lo que él invitaba a  gritos a otros compañeros  a  ver nuestras proezas. Alguna vez a cambio de  prestarle mi capote, para meterse en el chorro de agua, me  dio, 6 bolas de cristal y me ofreció dejarme sentar allí en el teatro  municipal cerca  a los tres mosqueteros, una propuesta tentadora y que de manera inmediata acepte. Luego de esto,  él contaba  y describía, con gran admiración y jubilo como se sentía estar bajo el agua protegido por el capote, y desde ese entonces se hizo más  amigo y por supuesto  me defendía de  otros más grandes, y siempre me pedía en los juegos de soldado libertado a pesar que yo era  uno de los mas deficientes soldados del grupo.
En medio de  todas  estas circunstancias, Guillermo era un muchacho, muy servicial, y gran amigo de quien era amigo  en ese entonces   eran tres los  amigos inseparables, Nelson Rivera, Milton Gonzalo Aponte Roa, y Guillermo  El Polocha, los tres  como los tres mosqueteros todos  para uno y  uno para todos,  diariamente  jugaban, bolas o trompo,  se respaldaban en sus juegos,  y peleas.  Es asi que todos los Domingos,  cuando era la hora del Matiné,  Guillermo Polocha llegaba de primero al teatro municipal, a reservar las sillas que por vía de hecho se asignaron los tres mosqueteros para acomodarse y ver la película del momento, y nadie absolutamente nadie podía hacer uso de la misma so pena de recibir  madrazos, y coscorrones, hasta que se abandonara el lugar.
Polocha la pasaba gran parte de su tiempo cuando no  estaba en la escuela estudiando y luego  de que ya no lo recibieron más,  en la calle allí en el parque principal , jugando  bolas , trompo  o meta con  los demás niños que tampoco habían tenido la fortuna  de asistir a  la escuela,  y los cuales debieron  trabajar  en las calles , gritando en los buses,  o haciendo aseo a los mismos, cargando equipaje de los pasajeros,   lustrando zapatos, vendiendo el periódico, cargando los carteles de las películas,  o los rollos de las mismas, cada vez que llegaban en el bus, y haciendo mandados a cambio de unas pocas monedas, que  eran usadas para comprar,  bolas,  y trompos,  principalmente.
Tiempo después de su  salida de la escuela, debió  trabajar como ayudante de bus por  varios años,  luego  como ayudante de camión y  más luego se fue con su hermano  Luis para Barranquilla a trabajar  cargando y descargando camiones del gremio de los transportadores  mirafloreños que son unos cuantos;  Polocha,  fue un hombre hasta el día de su muerte  trabajador honesto y servicial, tal como  dan fe  los que lo conocieron y trataron después de la salida de la escuela, a pesar de las  difíciles circunstancias de su niñez, sin  meterse en negocios oscuros, y sin hacerle mal a nadie, y es por eso que  aseguro  una vez más, que la gente de Miraflores es buena por naturaleza, a pesar de las duras y difíciles circunstancias vividas,  creo que si este niño  Guillermo o Polocha, hubiera crecido en otra  ciudad,  tal vez no hubiera sido la persona de bien que fue, pues  su condición de pobreza, su marginalidad social, sumado a la incomprensión, al maltrato y  estigmatización por parte de los  profesores de la escuela  y de la  sociedad local   y la de muchos compañeros, eran el caldo de cultivo perfecto, para  que un ser humano  se fuera por el camino incorrecto, pero esto no ocurrió  por lo menos con este paisano.
Guillermo Polocha nos deja una lección  a todos,  no se  hace mal a nadie  o  se mata por que las leyes castigan,   no se hace simplemente porque el corazón  y la razón dicen no hay que hacerlo,   y a pesar de que en  Miraflores no hubo, ni hay muchas oportunidades, quien  quiere salir adelante, lo hace sin necesidad de tomar caminos fáciles en la vida, especialmente los que tienen que ver con el dinero.

Gracias a  la colaboración  de  Álvaro Moreno Galindo Compañero de la escuela  y trasportador  de Miraflores.

viernes, 24 de octubre de 2014

La Bolsa de Valores.

Trompos, bolas, pipos, palitos y monas.

Juegos Infantiles.


La primera forma de capitalizar en la escuela,  fue  invirtiendo, en títulos valores, representados en bolas de cristal, trompos,  pipos, palitos  de helado  o  colombina y las monas o cromos de los diferentes álbumes de colección del entonces.
Con la  compra, venta  y diferentes transacciones, que  se hacían en la escuela y en  las calles de Miraflores, mientras se adelantaba un juego, se ganaba o perdía  dinero representado en nuestros títulos valores. Luego  jugar era un  riesgo que todos corríamos,   y en el que sabíamos perfectamente el valor de perder, o ganar.
Todos  los títulos valor,  eran dinero en efectivo, que se  podía hacer real de manera inmediata, y con la  venta de los mismos, se conseguía el dinero suficiente para comprar roscón, gaseosa, alquilar triciclo,  cuentos, ir a matinée los domingos,  comprar los cromos o  monas, chocolatinas Jet, entre  otros.
Como en la sociedad actual,  cuando niños habían  pobres, ricos  y millonarios,  y su capital dependía de cuanta cantidad de bolas, cuantos trompos de  buena calidad, cuantos álbumes llenaba, cuantos cromos o monas  guardaba, cuantos palitos  y cuantos pipos tenia. Obviamente lo mas comercial del entonces eran los trompos y las bolas, y alli era a donde se dirigían las acciones, pues eran los mejores títulos valor,   lo s otros aunque  igual tenían valor, no eran lo suficientemente valiosos para la inversión , sin embargo un buen inversionista tenia acciones de todas y en épocas de crisis, sacaba al mercado  lo que hubiera disponible.
Los  pobres, tenían entre  10  y 50 bolas de cristal,  un trompo,  unos pocos cromos, muchos  palitos de helado, y de colombina y  muchos  pipos.
Los acomodados, tenían entre 250  y 300 bolas, dos trompos amarillos, uno  sedita, y  liviano para jugar y otro  un poco más pesado y viejo generalmente con herrón de hacha para poner  y para dar los Quines.(golpes que  se dan con un trompo amarrado de una piola al trompo del perdedor que se coloca en el piso), Pacha ( cuando quedaban pegados) se  remacha, y astillita  ( cuando se le sacaban astillas) vuelve a cero. Luego el perdedor pagaba, con trompos, con bolas o con lo que tuviera, si se apostaba algún título valor.
Los  ricos, tenían  entre  350  y 500 bolas,  y dos trompos seditas, una marrana ( trompo grande y pesado)  uno más viejo  y pesado, para  poner en el juego en caso de perder, y otro adicional para cobrar con su respectivo herrón de hacha, cientos de cromos o monas, y unos cuantos palitos de helado y colombina  mas unos pocos pipos. Estos ricos invertían en juegos más grandes,  paraban casita y comercializaban más  fuerte y seguido todos sus títulos valores.
Los Millonarios  tenían entre  500  y 1000 bolas de cristal,  de diferentes colores, tres trompos, seditas, una  o dos marranas, mismas que ponían cando perdían y dos  trompos para cobrar,  dos o tres álbumes de cromos,  cientos de cromos, muy poco o nada de palitos de helado y colombina  y casi nunca pipos. Algo que les caracterizaba era  su valiosa riqueza representada en maras (bolas o canicas) de diferente tamaño, y colores, muy experimentadas que no solo daban suerte, sino que eran un símbolo de riqueza y opulencia por su  valor incalculable y eran como el cariño verdadero ( ni se compra ni se vende) Las inversiones de estos millonarios eran entre  millonarios y  pocas veces con algunos  ricos y  nunca con los acomodados y menos con los pobres, se apostaba y jugaba en grande, pagándose sumas  exorbitantes  representadas en  los títulos valores,  de gran valor comercial , es decir solo  bolas,  trompos  y cromos o  monas.

Pipos y Bolas 

Con el juego de las bolas de cristal  y el trompo, en la escuela se  ganaba o perdia el dinero de las onces, y fue esa  la primera forma de riqueza en la niñez.  Su precio era de  tres bolas por Cinco centavos, y su comercio era muy fluido, era el mejor titulo valor del entonces.
Los más pobres y los acomodados, armaban juegos separados en los que  no había casi barra ni mirones, pues no era interesante ver jugar pequeñas sumas y menos  con pipos, esos hermosos frutos de una palma, muy bien redondeados que suplían a las bolas de cristal y que la naturaleza nos permitió tener sin necesidad de ir al almacén  y poderlos disfrutar como si se tuviera la mejor de las maras, con un plus adicional,  que igual servían como pasabocas. Pues su almendra no solo es nutritiva  sino de un  sabor inigualable.
En varias ocasiones del año la bolsa de valores sufría grandes caídas,  y  los títulos valores perdían precio,  y  especialmente los ricos y millonarios quedaban en la ruina, evento que ocurría cada vez que los profesores decomisaban , bolas, trompos, palos  cromos , pipos y demás,  cuando esto ocurría la tragedia era de incalculables consecuencias,  y  se reflejaba en los siguientes días cuando todos trataban de recuperar nuevamente su capital, entonces todos éramos  iguales  y nuevamente empezaba el ciclo de acumulación, sin embargo producto de esta lucha por recuperar lo perdido,  se daban tremendas peleas entre compañeros. Una que recuerdo fue aquella  en la que Nelson Rivera se enfrento con Julio  Pulido, cuando  uno paro casita, y  el otro  no lo dejaba,  ese día  se enfrentaron dos grandes a puños, en medio de esta  pelea, entro una tercera persona, Héctor Rivera Hermano de Nelson y entre los dos golpearon a Julio Pulido quien debió rendirse ante el feroz ataque; es que los asuntos del  dinero son  complicados.
Luego cuando nuestra bolsa de valores era intervenida, la recuperación financiera se hacia  lo mas pronto posible, y esa ocurría de varias maneras, una comprando  bolas  tres por cinco centavos a los que  tenían reserva en  la casa, comprando más en los diferentes almacenes, intercambiando  cromos por  bolas, juagando  y ganando con las pocas reservas o en ultimas con el tumbis que hacían los más osados y vivos a los mas indefensos, hasta que pasado un corto  tiempo,  nuevamente volvía  la normalidad financiera a nuestra bolsa de valores, a muestro “World Center” y  “Wall Street”  local.

Habían muchos mas  juegos que hacían parte de las inversiones,   como el cuadrado , el hoyito y el  piti, entre otros, tal como sucede en las bolsas de valores del mundo no eran tan comerciales y  la apetencia de los inversionistas por los mismos era  de muy poco  interés. Sin embargo  los disfrutábamos  muy sanamente  por que el interés más grande que era el de divertirnos y pasar nuestra niñez felizmente.

Velódromo Municipal

Valero - Rojas.

Velodromo  Valero Rojas. Miraflores, Fot de Carlos A Rojas Sastoque.

Cuando muchos niños y adolescentes,  estábamos aprendiendo a montar en bicicleta, lo  debíamos hacer en las calles del pueblo, bien  al frente de las  bicicleterías  en donde nos alquilaban las mismas o bien en calles que  eran  poco transitadas.

En nuestro pueblo como  muchos otros pueblos del mundo,  siempre fuimos adelantados, es asi que por años tuvimos la Universidad local, (La libre) campos de golf,  ( El cementerio)  y  por supuesto nuestro propio velódromo, en donde podíamos asistir gratuitamente, para aprender y practicar el deporte del ciclismo.

Nuestro velódromo  Valero - Rojas, era  toda la calle  del antiguo club social,  que empezaba en  la casa de los Valero, esquina superior  del club, y terminaba en la esquina inferior del club, en el almacén el Regalo propiedad de doña Merceditas Sastoque de Rojas; allí en esa calle   tuvimos la oportunidad de mostrar nuestros más grandes dotes como  ciclistas.

El proceso iniciaba con el alquiler de la bicicleta  en cualquiera de las bicicleterías del pueblo, llegábamos hasta la parte superior del velódromo, montando nuestro caballito de hierro en ese entonces, y nos dejábamos  descolgar sin temor alguno por la loma; la idea era, parar  o disminuir al máximo la velocidad allí en la esquina del chisme ( café los parasoles) para  pasar la calle  con destino al parque principal, o para  regresar y nuevamente lanzarnos.

Muy pocos en el pueblo tenían la dicha de  tener su  bicicleta propia por  lo que aquellos que no la teníamos, nos uníamos a los que si tenían,  para ver la posibilidad de que nos permitieran usarla asi fuera una  vez,  situación que  casi nunca ocurría  y es que en asuntos de la bicicleta, suele ocurrir como en el matrimonio, muchos  la ven, la quieren usar, pensado que por que el dueño no la usa y la tiene  en  un lugar de la casa descuidada,  no le interesa para nada,  pero resulta que no es asi, por que cuando llega alguien y  pretende usarla, o por lo menos  mirarla, los sentimientos  vuelven a aflorar y no se deja ni siquiera que se haga un soslayo mirar. Luego para no estar mendigando  lo mejor era ir a la bicicletería  de Oscar, de Tiberio  o de Los Castillo y alquilar una bicicleta en buenas condiciones.

Allí en el velódromo  Valero-Rojas, ocurrieron muchas historias, de las cuales fueron fieles testigos especialmente doña  Merceditas y  familia, pues a su almacén el regalo  llegábamos casi todos los que hacíamos uso del velódromo,  y de manera intempestiva, subíamos el andén, entrabamos al almacén sin decir buenas y quedábamos clavados de cabeza con la bicicleta encima, sobre un arrume de colchones que estaban para la venta,  o sobre las grandes vitrinas de madera y vidrio.

En el entonces,  Álvaro Pachón llamado el cóndor de los andes , en sus competencias descendía por las montañas del mundo como lo hacíamos nosotros en nuestro velódromo, luego no  había que envidiar nada a nadie, solamente aguantar la fuerza del viento,  la velocidad  y el golpe que recibiríamos a la llegada y entrada al  almacén el regalo, pues el más afortunado paraba en los colchones y allí no pasaba nada y el  desafortunado a las vitrinas del almacén el regalo; luego doña Merceditas nos   regañaba y nos sacaba con respeto, pero luego pasaba la cuenta a los papas sobre los daños causados, suma que debíamos pagar  con altos intereses, cobrados, en nuestras casas con  fueteras, y castigos.

Algunos menos afortunados  y me imagino por los daños causados, dicen que fueron sacados con el palo de la escoba,  de eso no  recuerdo pero  es posible ya que  éramos un montón los que llegábamos al almacén a comprar colchones o vidrios, montados en bicicleta de manera  frecuente.


Dice Gonzalo Rojas, que uno de los tantos días, en que se practicada allí en el velódromo Valero-Rojas,  él junto con su amigo Mauricio Alvarado, sacaron unas cajas de  camisas, del almacén y las dispusieron en  plena pista, con unos ladrillos adentro de las mismas, algo asi como   adecuando una pista de Bici-Cross, para los practicantes. En ese momento, bajó en  bicicleta Pedro Totia, mientras  dos amigos narraban y trasmitían la prueba, tal como  lo escuchaban en las transmisiones de radio cuando  se corría la vuelta a Colombia y que eran narradas por  Carlos Arturo Rueda, Alberto Piedrahita Pacheco y otros más. (Aquí va Cochise Rodríguez  descendiendo  a toda velocidad, buscando descontar, el tiempo que le ha sacado Rafael Antonio Niño, de Samacá, Cochise, se para en los pedales, y  ya ha descontado un valioso tiempo, hacemos el cambio para el tras-móvil numero 2 adelante… mientras otro  compañero  continuaba; Aaaaaquí tras-móvil número 2  en la distancia veo a Cochise, descendiendo a toda velocidad por las montañas…..uhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh Hp, se cayó, se cayó, se cayo, el Totia, se mato, se matooooooel Totia).  Cuando el ciclista cayo,  todos fueron a socorrer el Cochise local representado en Totia,  el pobre Totia,  voló por el aire a unos cuantos metros y fue cayendo como en cámara lenta,  mientras la bicicleta se rompió en  unas cuantas partes, lesionándose fuertemente la cabeza, las piernas, los codos y las rodillas,   y de manera rápida fue auxiliado y  llevado en brazos de los narradores al hospital, los pedazos de bicicleta recogidos por otros más,  muchos de lo espectadores riendo a carcajadas, lo autores  de la idea corriendo a esconderse  y los colchones y vitrinas del almacén el regalo, de doña Merceditas salvados  de otra gran tragedia.

La casa encantada.

Del  Camellón.
Casa encantada Fot Hr.


Uno de los primeros edificios de Miraflores, fue aquel construido, en la calle que va del parque principal, hacia el viejo hospital Elías Olarte, precisamente al margen derecho, en el lugar llamado el camellón, frente a la casa de don Rosendo Toro, conocida por todos los habitantes, y turistas, por su venta de quesos, almojábanas, pan de maíz y alfandoques, entre otros manjares  locales.

Este edificio  de ladrillo a la vista, de tres pisos, de arquitectura moderna para el entonces, con cinco arcos, en sus puertas y ventanas,  fue  construido por Efraín Barreto Rojas,  oriundo de Campo Hermoso, exactamente de la vereda de  Encenillo, uno de los  pocos y primeros liberales de Campo Hermoso, quien precisamente, debió vivir en  Miraflores por asuntos políticos, casado con Soledad Roldán Cuervo,    oriunda de Miraflores, hija de Sergio María Roldán  hijo de emigrantes antioqueños y Ana Rosa Cuervo,  oriunda de la vereda del Morro.

La construcción del edificio, duró aproximadamente unos 2 años,  en el primer piso, funcionó  el almacén, el segundo piso  se uso como gran bodega y el tercero como vivienda. Allí funciono por años, una de las mayores centrales de distribución de  víveres, rancho y licores, para toda la  región del Lengupá,  desde allí se despachaba con destino a Páez, y Campo Hermoso,  en mulas de carga  todo tipo de mercancía del momento, y se vendía al por mayor mercancía que abastecía  otros almacenes comerciales del entonces. El comercio  era tan fluido en  Miraflores a tal punto que fue declarado,como el principal centro comercial,de la región, llegando a recibir Miraflores en  esos momentos los apelativos  por demás muy elegantes, de, “Perla del Lengupá, o la Puerta de oro de los llanos”.

Después, sus propietarios, debieron abandonar  de manera urgente el  pueblo por los asuntos de la  guerra de los años SIN- CUENTA,  cuando se descubrió que en una estatua con la imagen de la Virgen del Carmen, proveniente de Garagoa  y con destino a Páez, estaba llena de armas de  corto y largo alcance, y cuyo fin era el de ser suministradas a los chulavitas acantonados en la región.

Por años funciono allí en este edificio, en el primer piso  almacenes  de víveres,  hasta que fue adquirida por Oscar Rivera y Rosarito Alfonso, para desarrollar su negocio de bicicletería (taller, almacén, venta y alquiler de triciclos y bicicletas), cuentería (venta y alquiler de cuentos),  venta de álbumes, “cromos o monas” de diferentes colecciones de moda del entonces, también era  heladería, y venta de gaseosas, dulces,  y golosinas variadas;  y años más tarde restaurante y cafetería.

La bicicletería, cuentería y heladería,  que Oscar y Rosarito, instalaron en el primer piso del edificio,  hacía parte de las pocas diversiones que por años tuvimos  los niños, jóvenes adolescentes y adultos de la época, ya que en este lugar  los niños a diario, pasábamos gran parte de nuestro tiempo libre leyendo  los cuentos  de la Zorra y el Cuervo, Kalimán, Arandú, Tuco y Tico las urracas parlanchinas, Red Rider, Linterna Verde, Supermán, Tío Rico, El Santo, El llanero Solitario, entre otros más, y alquilando triciclos y bicicletas,   en las que muchos pudimos  aprender, después de unos cuantos cuartos de hora, múltiples caídas , pinchazos, accidentes, y daños a los caballitos de acero, mismos que debíamos pagar indefectiblemente, porque  todo tenía un precio  y  no había rebaja alguna.

Mientras leíamos  los diferentes cuentos, sentados, al principio en  bancas largas de madera, en  donde cabíamos tres, cuatro  o mas niños, mismas que al poco tiempo  fueron cambiadas por sillas individuales, de hierro  forradas en mimbre de  diferentes colores, también saboreamos un  helado, de vainilla, de coco, o de queso, que sabían hacer muy buenos. El préstamo de los cuentos era PERSONAL, y no se podía leer un cuento en compañía, ni  intercambiarlos, ya que  se le llamaba la atención, y si no se atendía la misma, le cobraban al infractor el doble,  lo sacaban de la cuentería, y le sancionaban por un tiempo  no  alquilándole los interesantes cuentos. Luego todos aunque queríamos compartir, o intercambiar,  no lo hacíamos por temor a la sanción. Tiempo después,   implementaron una nueva modalidad de préstamo e intercambio de cuentos  pero con un recargo adicional por los servicios prestados,  valor que se pagaba igualmente sin recato y sin objeción alguna.

La cuentería de Oscar  y Rosarito, fue una de las primeras,   pero luego le salió competencia, con otras cuenterías, entre ellas la de la familia Castillo Quintero,  y la de Tiberio Martínez, que  en su momento se volvieron  muy importantes y superaron   la de la casa del camellón. Estas nuevas cuenterías, especialmente la de la familia Castillo Quintero, fueron más flexibles, con sus clientes, tenían más promociones y condiciones diferentes, lo que  permitió una sana  competencia entre las mismas y más beneficio para nosotros los asiduos clientes.
Oscar Rivera y Rosarito Alfonso Fot. cortesía de la familia Rivera Alfonso.

En cuanto a la bicicletería, de Oscar y Rosarito, pudimos alquilar los triciclos  cuando  pequeños;  y ya mas grandecitos bicicletas,   en ellas aprendimos, sin poder movernos de la cuadra y bajo la vigilancia  permanente de Héctor Rivera, o de Nelson Rivera, hermanos de Oscar, quienes con un grito,  indicaban el tiempo y le señalaban como actuar, y cobraban por el servicio.  

Después de saber maniobrar bien, el caballito de acero, podíamos salir a dar  vueltas por el parque principal y los más  experimentados  lo hacían por   las diferentes calles del pueblo, mientras  todos pasábamos en cada vuelta  por el frente de  la casa encantada  gritando tiempoooooo?  y esperando que la respuesta fuera que aun quedara algo del mismo,  porque  las condiciones económicas solo alcanzaban para alquilar por cuartos de hora y el más poderoso en billetes, máximo una hora. Luego si nos pasábamos del tiempo límite, el pago se debía hacer como lo hacen hoy los parqueaderos, hora o fracción y no nos alcanzaba para refrescarnos con el delicioso helado que hacían también allí y que vendían por $0,10 o $0,20 centavos, años  mas tarde subieron de precio hasta los $0,50 y   $1 peso del entonces.

En horas de la madrugada, y  por motivación del mismo Oscar quien siempre fue promotor del ciclismo en el pueblo, se hacían entrenamientos en bicicleta, siempre esperando poder participar en alguna competencia local, ya que el  deporte  del ciclismo en ese entonces  era  muy importante dentro del contexto local y nacional. Luego muy a las 4 de la mañana,  se llegaba a  la casa encantada, a  sacar la bicicleta, para entrenar, dando  múltiples vueltas en circuito, arrancando por el camellón, el ancianato, la alcaldía, el ocobo, la palma, el cementerio,, retornando  por la parte superior, pasando por el rubí,  la esquina del chisme en  parque principal, y cerrando el circuito  una y otra vez hasta las seis de la mañana.  A estas salidas diarias y permanentes durante el año,  se sumaban  veteranos y juveniles ciclistas, como Adolfo Romero, a quien según comentaban,  fue descartado para participar en competencias nacionales, por que cuando pedaleaba, abría las piernas y con las rodillas golpeaba a los demás ciclistas, dejándolos fuera de ruta, Adolfo Romero, junto con Oscar Rivera,  Moisés Garzón,  Luis Martínez. Hernando Mendoza (el Trompi),  Luis Ramírez, Tiberio Martínez,  Orlando Camargo, Pablo Castillo Quintero, Álvaro Espejo, Rolfe Arguello, Salvador Vallejo, Guillermo Vanegas (el Morraco), Darío Daza, Mario Patarroyo, Edgar Julio Gutiérrez, Jorge Oswaldo Vaca, Germán  y Rolfe Barrera, Gustavo Perilla, Rigoberto Medina, los hijos de Luis Ramírez, Nelson Colmenares, Nelson Monroy,  y  otros tantos más,  hacíamos parte del diario  y sano esparcimiento, todos  con  una meta, participar en  la competencia local y  con la  ilusión y sueño, de llegar a ser igual  o más  grandes que los ciclistas de la época, como lo fue  Cochise Rodríguez,  Rafael Antonio Niño, escobita Morales y Álvaro Pachón. Glorias del ciclismo nacional y referente del entonces en este deporte.


Fot . Cortesia Oscar Rivera Alfonso.

La casa encantada, luego se convirtió en restaurante y cafetería, en donde Rosarito,  preparaba  los mas deliciosos  postres y alimentos  que  también pudimos disfrutar,  en su restaurante- cafetería  y   era habitual ver a las diferentes familias pedir una deliciosa gelatina con crema y helado  o un suculento almuerzo, con sopa especial y  principio de ricas y frescas habichuelas, acompañado de torta de mazorca  y un fresco y abundante jugo de Champa o Chamba  en leche  y  otras frutas de temporada.

La casa encantada,    ha sido  la testigo muda de muchos eventos del pueblo, ya que ha visto desfilar  calladamente  a muchas generaciones,  fue  testigo de  encuentros  sigilosos entre godos y cachiporros,  fue testigo de  reservados planes  de los liberales en la  logística, planificación y asesoría militar en la toma de Páez,  fue el punto en donde el viejo Pedro, desenmascaró  uno de los mas  secretos planes de abastecimiento de armas para los chulavitas, fue uno de los principales puntos del comercio local,  fue punto de diversión y sano esparcimiento de  casi todos los niños de la generación del  60, 70 y 80,   y   también fue  protagonista de uno de los pocos accidentes de intento de suicidio ocurridos en el pueblo, cuando un paisano, se lanzo desde el techo, de esta casa a la calle, pero  que  en su alto y no bien programado vuelo, quedo enredado en los cables de alta tensión, salvando asi su vida, sin embargo quedando  el osado, con unas secuelas muy difíciles de superar.

Sobre esta construcción, allí en el camellón, denominada la casa encantada, han transcurrido y se han tejido muchas  historias llenas de encanto y nostalgia, por lo que debemos conservar su arquitectura, ya que sus paredes, aun llevan  silenciosamente  los secretos de la guerra, y las alegrías de varias generaciones de este nuestro bello Miraflores, que hoy muchos recordamos con gran nostalgia, no solo en el municipio, sino en toda Colombia y en el mundo entero en donde hay un mirafloreño.

Esta historia ha  sido escrita con el mayor cariño y respeto,  con el ánimo, apoyo  y  ayuda de muchos paisanos, quienes se pronunciaron a través del FB  cuando vieron  la fotografía de la casa encantada, y empezaron a recordar con cariño y nostalgia los tiempos vividos  y pasados allí en la cuentería, bicicletería,  heladería, restaurante, y cafetería, propiedad de Oscar Rivera y Rosarito Alfonso,  y familia.





Gracias  a: Dora Rivera, Isabela Antonia Morantes, Nidya Yaneth Barreto Pinzón, José Miguel Ramírez, Hugo Arias Pulido, Oscar rivera Alfonso, Julio Roberto Pinzón Moreno, Olga Leonor Torres Muñoz, Gustavo Perilla, Jenny carolina Roa Roa, Monita Roa Sánchez, Gonzalo Rojas, Alejo Ro-di, Paula Rivera, Nelson Monroy, Carlos Arturo Rojas, Rolfe Ortiz

viernes, 3 de octubre de 2014

UN JACHOSO.

Mirafloreño.

Hace unos años en el pueblo; había un personaje que presumía siempre de toda su valentía, sus historias , su forma de vida y la jactancia hacia las mujeres

Este personaje vivía por la  vía que conduce de Miraflores a  Zetaquira,   por los lados  de la  rusa, quebrada que marca el  límite entre las dos poblaciones

Juan  el menor de  4 hermanos; era de  caminar erguido, sacando pecho,    usaba casi siempre Jeans de marca, camisas a cuadros, siempre abiertas en la parte superior mostrando el pecho y un crucifijo gigante de cobre bien brillado dando la apariencia de ser de oro, el Cristo pendía de una gran cadena del mismo material  gruesa  y larga, que  servía fácilmente para amarrar los perros rabiosos, que siempre decía tener en su finca,   sus pantalones coloridos  de bota ancha muy ancha, bien fueran tipo vaquero o de terlenka  iban siempre sostenidos con un cinturón de cuero o de piola  muy ancho, con una chapa  cromada en colores plata y dorado que sobresalía  a la distancia, botas tipo texanas, puntiagudas de tacón corrido alto y sombrero   grande  blanco o negro marca Resistol.

Estudiaba  en el colegio Sergio Camargo, junto con dos hermanos más y  una  bella y bonita hermana, de facciones delicadas.  Todos los hermanos buenos amigos y  por supuesto compañeros del colegio y de parranda.

En la época   muchos de los jóvenes estudiantes, sin necesidad alguna aparente, salían con destino a las minas de Muzo, de Coscuéz  o de Somondoco, y cuya  única finalidad era conseguir abundante dinero, de manera  rápida  aunque no fuera fácil, debido a las  difíciles condiciones de esos lugares.

El sueño del dinero rápido, hizo que  varios de nuestros compañeros desertaran del colegio y salieran con  destino hacia las minas de esmeralda,  situación   de moda impuesta por unos cuantos que  se fueron   y  encontraron fortuna, misma que  dejaron en las cantinas, en donde doña Rosario y  en artículos suntuosos entre otros.

La llegada de los mineros era vista con asombro por casi todos debido a  sus exageradas  y particulares extravagancias no solo en su vestimenta  sino en su particular forma de comportarse, y  esa moda   fue admirada y seguida por   muchos.

En el mes de  marzo  después de unas vacaciones de semana santa, al Jachoso, se le dio la oportunidad de irse hasta Muzo, y  allí en la mina tuvo la fortuna de encontrar una gema  que aunque de poco valor, fue lo suficiente para  hacer notar su cambio en lo económico y demás.

Cuando llegó al pueblo  nuevamente,   unos cuantos escuchábamos  con asombro sus historias y cuentos, que relataban  básicamente  lo vivido en la  mina, como  se debían esconder las esmeraldas, si se llegaban a encontrar y como debían comportarse dentro de la mina, para que nadie se enterara de su  suerte.

Fue asi como en una de sus historias, nos contó el día que encontró la gema, de color verde brillante gota de aceite de la mejor calidad, que debió tragarse, para evitar que los demás se percataran de su suerte. La valiosa gema, debió   pasarla con un buen sorbo de guarapo, fermentado que tenían los mineros en su lugar de trabajo, mismo que no solo les calmaba la sed, sino que les mantenía siempre entonados, lo que les permitía trabajar duro y  sin descanso por mucho tiempo, algo asi como  si  hubieran consumido  una bebida energética.

El día en que la suerte le llegó, tenía en sus bolsillos   algunas morrallas (esmeraldas de poco e insignificante valor),  que  con mucho cuidado guardaba  para poder obtener lo de los gastos diarios, mas  sin embargo cuando llego el momento de la suerte, de manera inmediata guardo su gema en la boca y se la trago de un solo golpe, mientras de manera disimulada, salía con destino hacia el rancho   hecho en  tabla y paroy  o tela asfáltica. 

Como a eso de las 7 de la noche  sin bañarse y sin comer nada,  salió sigilosamente, a vender las morrallas  y obtuvo el dinero necesario para pagar en la tienda donde le fiaban la provisión diaria,  y llegar  hasta Chiquinquirá  para permanecer allí por   una semana como máximo, mientras  la gema de gran valor  salía del  tracto digestivo, y  asi poder venderla y con ello obtener  la tan anhelada riqueza.

El Jachoso llegó a Chiquinquirá,  y se hospedó en una posada por  una semana, misma que pagó por adelantado, y fue al restaurante más cercano y contrató la alimentación  por el mismo tiempo; tiempo necesario y suficiente para esperar la expulsión de la gema y  hacer la respectiva transacción.

Mientras   esperaba   allí en el pueblo,  compró una pistola y se fue a tomar unos tragos a donde las bandidas locales y tuvo que enfrentar a otros mineros y defender los derechos adquiridos   de una dama que los demás pretendían; para ello debió enfrentarse con 5 de los más temibles hombres, quienes armados de  revolver y pistola, tuvieron la osadía de desafiarlo en el amor.

La historia  fue contada a cinco amigos del  curso, que habíamos sido invitados  a tomar cerveza por parte de él, en la  cantina  ubicada en la esquina superior del antiguo matadero municipal, exactamente,  al frente del edificio de  los Aponte Roa,  y a la fama o carnicería de  Don Julio Galindo, cantina que tenía una Rockola antigua provista de las  más populares rancheras,  música de carrilera y algunos discos no más de seis o siete, de música romántica, la cual era colocada por algunos del pueblo mientras consumíamos unas cuantas cervezas y que por la intolerancia y diferentes gustos, de los asiduos  visitantes del lugar, en varias ocasiones  fue motivo de discusiones y peleas,  por que cuando se  metía  la moneda a la rockola, sonaba  música diferente a la solicitada.

Ese día, el jachoso, nuestro amigo,  tan pronto llegamos a la  cantina, le pidió  a la dueña del establecimiento una canasta de cerveza, misma que hizo poner bajo la mesa, y  él mismo la repartía entre los compañeros de  estudio y de tomata del día, mientras  nos contaba con lujo de detalles sus historias  en Muzo.

El día del encuentro  con los  peligrosos hombres que armados debió  enfrentar, en Chiquinquirá, probó su valentía, ya que  uno a uno fue cayendo producto de los certeros  tiros que salidos de su pistola hacían impacto fulminante en la cabeza y cuerpo de los osados que desafiaron la valentía  y hombría del paisano.

Ya  había trascurrido un  tiempo;  todos sentados, escuchando  al  amigo,  mientras  la cerveza seguía llegando por cajas, no permitiendo en ningún momento que los invitados  levantáramos la mano para hacer el pedido, pues  cuando el  paisano veía la acción,  a voz fuerte  le decía a la propietaria del negocio  que  trajera el pedido  y lo sumara a su cuenta.   A medida que pasaban las horas, la música seguía sonando en la rockola al gusto del personaje y todos  con la boca abierta y asombrados escuchábamos sin parpadear sus cuentos.

Fue asi como  al  tercer  petaco,  o caja de cerveza, ya   bien prendido, seguía  narrando y  repitiendo como uno  a uno de  los osados desafiantes caían al piso, mientras él pasaba por encima de los muertos repasándolos con  un tiro adicional para mostrarles que  un Mirafloreño  se debe respetar.

En cada tiro adicional que  impactaba, los muertos se  movían, y  el paisano les decía  cada vez que descargaba los balazos “Pa que aprenda mapariu a no meterse con los de Mirajloris”. Ya luego  por cada cerveza consumida, la cantidad de tiros fue aumentando hasta que  llego a veinte  tiros adicionales por cada muerto, y  los mismos cesaron, solo cuando le dieron ganas de ir a orinar, y mientras lo hacía, llego la policía,  y debió escaparse por una ventana y venirse para Miraflores.

Como a las once de la noche ya todos borrachitos   y el fulano dormido sobre la mesa, cuando fuimos a salir nos cobraron la cuenta, pero nuestros escasos recursos  no alcanzaban  ni siquiera para la mitad del valor de la cuenta, luego debimos dejar  empeñado  en la tienda algunos relojes que teníamos disponibles, mas el poco efectivo; y  asi poder salir  para las casas y llevar en hombros al  amigo hasta el hotel Yanuba y pedir hospedaje para el mismo, ya que su casa era cerca a la rusa en la vía hacia  Zetaquira y   no había condiciones para llevarlo hasta allá. 

Mientras caminábamos   hacia el hotel Yanuba,  se despertó, y se sentó frente a la casa de los Cristancho, mientras nos  manifestaba que   si no queríamos que nos pasara lo mismo que a los desafiantes de Chiquinquirá, debíamos seguir tomando,  pero todos ya bien borrachos y cansados, le manifestamos que no  tomaríamos mas, por que la cuenta la  debimos pagar   con el poco efectivo y completar el valor dejando los relojes  empeñados.

Tan pronto escuchó  lo de la cuenta y el empeño de los relojes, se quito  la cadena de cobre que siempre  llevaba, misma que cuando  estaba recién brillada, daba la apariencia de ser de oro y de la cual sentía mucho orgullo, porque según él,  su valor era muy alto ya que decía ser de oro macizo de 18 Quilates, y de un peso de 250 gramos.

La cadena fue entregada a uno de los acompañantes,  y este salió  rápidamente hacia la tienda a cambiarla por los relojes empeñados, pero la dueña  de la rockola, no la quiso recibir ya que el oro se había vuelto oscuro después de tantas horas de uso. Luego nuestros relojes debieron permanecer allí hasta que  pudimos conseguir para poderlos desempeñar.

Mientras eso ocurría, seguíamos  sobrellevándole la  beodez  y   preguntándonos que había pasado con la esmeralda que  había tenido que tragarse en muzo,  y el porqué  no tenía dinero para pagar la cuenta, hasta que  a  uno de nosotros se le ocurrió preguntarle.

En medio de la borrachera, el amigo Jachoso, respondió “No me joda  porque lo mato”; no ve que mientras orinaba allí donde las bandidas,  después de darle bala  a todos, cuando llego la policía al lugar, con la fuerza que hice para saltar por la ventana, me hice en los pantalones, y del afán por escaparme, no tuve tiempo de buscar la gema gota de aceite y esta se me perdió en el camino, y por eso fue que tuve que venirme nuevamente para el pueblo a que mis papas me perdonen y me manden nuevamente al colegio.

Todos  riéndonos  de lo ocurrido, lo dejamos durmiendo en el hotel Yanuba,  para que  siguiera teniendo sus sueños de valiente, pendenciero, mientras su cadena  de cobre volvió a colgarse de su cuello, esperando un nuevo día.

Este amigo, no volvió  a aparecer desde ese día, por Miraflores, y  se fue del pueblo con destino desconocido, llevando con él la amistad  nuestra, y la vergüenza de esta historia, que nuevamente recordamos  un día lunes  que nos encontramos en Bogotá  entrando a la casa de Boyacá, y que repasamos paso a paso, mientras maldecía, los estragos que hace el alcohol en el ser humano  y más en los jóvenes  de tan corta edad, y mucho más cuando se suman modelos de comportamientos sociales, salidos   de  personas que han debido vivir  por diferentes circunstancias de la vida en medios violentos;  modelos que  los niños van tomando de manera inconsciente mientras crecen y ven en los mismos lo mejor para su futuro y asi con ellos seguir viviendo su futuro.


Luego  la historia que contara el fulano, aunque fue cierto  lo de su viaje a Muzo, con uno de sus tíos que vivía en Chiquinquirá  cuando fueron hasta la mina a llevar unos materiales de construcción, lo demás, no fue más que la misma historia, que contaran  unos  adultos  en  una tienda en  Zetaquira un día sábado, y que aquel joven escuchara  con atención, y que por su admiración hacia los esmeralderos de la época, la hizo como propia, la vivió, la sintió y la expreso  en medio de  los tragos.